La co-iniciadora del Camino Neocatecumenal murió este martes por la tarde a
los 85 años
Carmen Hernández, que junto a Kiko
Argüello ha sido co-iniciadora del Camino Neocatecumenal, era un espíritu
libre. De esa libertad que viven solo las personas que han encontrado a
Jesucristo en su vida y han entendido que todo lo demás pasa a un segundo
plano.
A las 16.45 de este martes murió a
los 85 años, en su casa paterna de Madrid, después de una larga enfermedad que
la había obligado a estar en reposo durante un año y medio. Ella, que en su
vida no se había parado nunca, que junto a Kiko había dado la vuelta al mundo
para anunciar el kerygma,
la Buena Noticia, empezando por esas chabolas de la periferia de Madrid donde
se trasladó a finales de los años sesenta para llevar la Palabra en medio de
los gitanos, presos y criminales.
Un camino que había elegido Dios para
ella, como amaba repetir, visto que sus proyectos y los de su familia rica eran
otros. Comenzó los estudios científicos con el padre detrás que la empujaba a
un futuro empresarial.
Quiso encender ese sagrado fuego misionero que quemaba en su corazón desde que era una niña y en Tudela, en la orilla del Ebro, veía pasar misioneros jesuitas, dominicos y salesianos procedentes de todos los rincones de la tierra.
Quiso encender ese sagrado fuego misionero que quemaba en su corazón desde que era una niña y en Tudela, en la orilla del Ebro, veía pasar misioneros jesuitas, dominicos y salesianos procedentes de todos los rincones de la tierra.
Con 15 años expresó su deseo de ir a la
India, creando no pocos trastornos en su familia. El propósito se concretizó
algún año más tarde con la mayoría de edad cuando decidió convertirse en
misionera católica y se retiró durante ocho años en el Instituto Misioneras de
Cristo Jesús, en Barcelona.
Eran los años ’60 y mientras los jóvenes
de su edad soñaban con la revolución, ella aspiraba a formar equipo misionero
en Bolivia. Una de ellas consiguió partir y trabajar con los indios. Ella,
mientras tanto, continuaba en España buscando jóvenes que se comprometieran con
el proyecto. En esa época estudiaba teología e intensificaba su compromiso
religioso, pero decidió permanecer en el estado laical. Para mantenerse
trabajaba en una fábrica y como mujer de la limpieza.
Es en esos mismo años, que en la Iglesia
soplaba el Espíritu del Concilio Vaticano II, a través de su hermana Pilar, en
aquel momento voluntaria en una asociación de rehabilitación de prostitutas,
conoció a un tal Kiko Argüello, joven pintor también de buena familia y que
había renunciado a una prometedora carrera para ir con una Biblia, una guitarra
y las florecillas de San Francisco, entre los pobres de Palomeras Altas.
Una locura, que aun así a Carmen le
pareció mucho más concreta como servicio en la Iglesia que muchos de sus
proyectos. Decidió seguir a este “extraño hombre” con barba y se fue a vivir a
una chabola a medio kilómetro de él, pensando, en el fondo, que había
encontrado un elemento válido para su misión en Bolivia. Pero cuando Carmen
conoció la comunidad de Palomeras –contaba ella misma– tuvo una gran sorpresa:
descubrió que la Iglesia no estaba compuesta de gente elegida sino de pobres y
pecadores, porque era allí que Jesucristo se hacía presente.
El resto de la historia es conocida por
todos: las primeras comunidades formadas por los gitanos, el traslado a Roma en
el barrio periférico ‘Borghetto latino’, la evangelización en las parroquias de
todo el mundo, la elaboración de esas catequesis iniciales a las que ella dio
la mayor contribución gracias a sus estudios teológicos y que, también por su
tenacidad, fueron aprobadas después de mucho tiempo por la Santa Sede con el
nombre de “Directorio Catequético del Camino Neocatecumenal”.
Catequesis que en estos años han acercado
a millones de personas a la Iglesia a través de eso que ella no quería que se
definiera como “movimiento”, y tampoco como asociación o congregación, sino una
realidad eclesial fruto de la renovación del Concilio.
El Camino, se sabe, cuenta hoy con
grandes números: cerca de 30 mil comunidades en 125 países, miles de vocaciones
y un centenar de seminarios, pero a Carmen no le gustaba oírlo. Siempre se
alejaba del triunfalismo y vanaglorias o de reconocimientos públicos, como
el doctorado en teología honoris causa de la Catholic
University of America de
Washington le concedió a ella y a Kiko el 16 de mayo de 2015.
Lo que Carmen buscaba era el bien de las
personas, y esto implicaba también un forma contundente de decir la verdad como
era. Empezando por Kiko. No se olvidan de hecho sus reproches convertidos en
una escena imperdible de los encuentros vocacionales, cuando después de las
catequesis apasionadas de Kiko, frente a multitudes, se ponía de pie y con
inconfundible acento madrileño decía: “¡Yo siempre digo a Kiko que el infierno
está lleno de predicadores como él!”.
Otro episodio tuvo lugar en
las celebraciones en el 2009 de los 40 años del Camino Neocatecumenal
en la Basílica de San Pedro. Durante un discurso interminable de Carmen, Kiko
trataba de hacerla abreviar, y ella le gritó en español: “¡Calla, estoy
hablando al Papa!”, sacando una sonrisa también a Benedicto XVI.
Cómo olvidar sus ánimos a las vocaciones
femeninas o las palabras sobre la importancia del rol de la mujer “fábrica de
la vida” para la Iglesia, para la familia y para la sociedad. Por esto
–repetía continuamente– desde la primera página del Génesis hasta el final de
la Apocalipsis, el demonio perseguía siempre a una mujer.
Kiko tiene un recuerdo conmovedor sobre
ella: “Carmen, ¡qué enorme ayuda para el Camino! Nunca me aduló, siempre
pensando en el bien de la Iglesia.
¡Qué mujer fuerte!”, escribe en una carta
publicada ayer tras el fallecimiento.
“Espero morir pronto y reunirme con ella.
Carmen ha sido para mí un acontecimiento maravilloso” con “su genio grande, su
carisma, su amor al Papa y sobre todo su amor a la Iglesia”. Ha sido conmovedor
–prosigue Kiko– que haya esperado a que yo llegara, la besara y le dijera:
¡Ánimo! Y después de darle un besito ha fallecido.
El funeral se celebrará el jueves 21 de
julio, a las 18.00, en la catedral de la Almudena de Madrid, presidido por el
arzobispo Carlos Osoro Sierra, en presencia de numerosos obispos y cardenales
cercanos a la realidad neocatecumental y los itinerantes de toda Europa.
Mientras tanto, las comunidades de todo el mundo se reunieron en oración en
signo de reconocimiento por esta mujer que, con su pasión y su dar la vida, les
ha transmitido el amor por Cristo y por la Iglesia.
Fuente: Zenit