Tender puentes en cambio de construir muros
VER
Con frecuencia tengo que mediar entre
grupos antagónicos que a duras penas aceptan nuestra invitación a dialogar para
dirimir sus diferencias y llegar a acuerdos comunes. ¡Qué difícil es! Nadie
quiere ceder en sus posturas. Ceder en algo, pareciera que es una derrota, y
nadie quiere sentirse vencido, ni dar la impresión que los otros tenían razón.
Más que analizar los puntos de verdad que tengan los otros, lo que se pretende
es ganar, que se imponga lo que uno piensa y quiere. Hay una enorme resistencia
a ceder, porque pareciera que es una debilidad, una cobardía, un abandono de
aquello por lo que se ha luchado.
Esto sucede entre
grupos políticos y organizaciones, en la familia y en la Iglesia. Así ha sido
siempre: Caín no acepta a su hermano Abel; Jacob y Esaú pelean por la
primogenitura; los hermanos de José intentan deshacerse de él; los apóstoles
ambicionan el primer puesto; Pablo discute con Pedro y con otros colaboradores,
etc. Cada quien alega derechos, está convencido de su postura y condena a
los que son y piensan distinto. ¡Qué difícil es armonizar las diferencias!
Cuando yo insisto
en que tendamos puentes, en vez de consolidar muros y encerrarnos en nuestras
posturas, me critican, diciendo que quiero quedar bien con todos, que soy
diplomático, que negocio la verdad, que me compran los poderosos, que no soy
profeta… ¡Hay tantos puntos de vista sobre una misma realidad! Es más sabio
escuchar y armonizar, que sólo condenar.
PENSAR
Me llamó mucho la
atención lo que dijo el Papa Francisco en su Misa del 9 de junio pasado en
Santa Marta, inspirándose en Mateo 5,20-26: “El pueblo estaba un poco
desorientado, un poco desbandado, porque no sabía qué hacer y los que enseñaban
la ley no eran coherentes. A este pueblo un poco encarcelado en esta jaula sin
salida, Jesús indica el camino para salir: salir siempre hacia arriba, superar,
ir hacia arriba.
Es pecado no sólo matar, sino también
insultar y regañar al hermano. Y esto hace bien escucharlo, en esta época en la
que nosotros estamos muy acostumbrados a los calificativos y tenemos un
vocabulario muy creativo para insultar a los demás. Ofender es pecado, es
matar, porque es dar una bofetada al alma del hermano, a la dignidad propia del
hermano. Decir frases como: ‘no le hagas caso, este es un loco, este es un estúpido’,
y muchas otras palabras feas que decimos a los demás, es pecado. La
generosidad, la santidad es salir hacia arriba. Esta es la liberación de la
rigidez de la ley y también de los idealismos que no nos hacen bien.
Jesús nos conoce
muy bien y nos sugiere: ‘Si tú tienes un problema con un hermano, ponte
enseguida de acuerdo con él’. Así el Señor nos enseña un sano realismo: muchas
veces no se puede llegar a la perfección, pero al menos hagan aquello que
puedan, pónganse de acuerdo para no llegar al juicio. Es este el sano realismo
de la Iglesia católica: la Iglesia católica nunca enseña “o esto, o esto”. Más
bien la Iglesia dice: “esto y esto”. En definitiva, busca la perfección:
reconcíliate con tu hermano, no lo insultes, ámalo; pero si hay algún problema,
al menos pónganse de acuerdo, para que no estalle la guerra. He aquí el sano
realismo del catolicismo. No es católico, sino que es herético, decir: «o esto
o nada».
Jesús nos enseña
diciéndonos: Por favor, no se insulten y no sean hipócritas: van a alabar a
Dios con la misma lengua con la que insultan al hermano. No, esto no se hace;
pero hagan lo que puedan; al menos eviten la guerra entre ustedes, poniéndose
de acuerdo. Y me permito decirles esta palabra que parece un poco rara: es la
santidad pequeña de la negociación: no puedo todo, pero quiero hacer todo; me
pongo de acuerdo contigo; al menos no nos insultamos, no declaramos la guerra y
vivimos todos en paz. Pedimos al Señor que nos enseñe a salir de todo tipo de
rigidez y a reconciliarnos entre nosotros; que nos enseñe a llegar a un acuerdo
hasta el punto que podamos hacerlo”.
ACTUAR
Aprendamos a
dialogar, a escuchar con el corazón las razones de los otros, a ser humildes
para no presumir de tener toda la verdad, a aceptar que no todo se puede lograr
en un solo momento. La misericordia de Dios es paciencia con nuestras
limitaciones.
Felipe Arizmendi Esquivel
Fuente:
Zenit