El laico
debe de procurar tener una vida espiritual que sea su plataforma de lanzamiento
hacia los grandes proyectos que tiene Dios
En un mundo tan lleno
de actividad y con un ritmo tan frenético de vida, el seglar se enfrenta a un
desmedido número de imágenes y sonidos que alteran fuertemente su vida,
normalmente alejándolo de un ambiente de paz y de armonía.
Suele suceder que un católico que trata de vivir más profundamente su fe, es tachado en su propio ambiente como “mocho, curita, rezandero” y más apodos que suelen ser como una tapadera para el común de las personas que viven alejadas del mundo espiritual.
¿Dónde debe de quedar Dios en la vida de los laicos? ¿Por qué se suele hacer mofa de aquellos que tratan de llevar con elegancia su vida de unión con Dios?
No es sencillo, hoy en día llevar una vida espiritual fuerte que proyecte el
alma al interior y no al exterior, es un ejercicio que exige que el católico se
adentre en sí mismo, dándose tiempo para rezar y forjando su voluntad para
llevar un horario donde pueda acudir a la fuente de las gracias, que es Dios.
Se puede justificar cualquier persona, asumiendo infinidad de compromisos, para
no rezar y para llevar la fiesta en paz. Pero la realidad es que quién no reza,
pierde mucho, porque la oportunidad que tenemos día a día, de recibir a
Jesucristo en la Eucaristía, es algo incomparable pues diariamente estamos en
contacto con todo un Dios. ¡ Y que decir del rosario! Una fuente inagotable de
gracias, donde conversamos a diario con Nuestra Madre Santísima y a la cual le
podemos pedir todo lo que queramos y platicarle, de nuestros triunfos y alegrías.
Así mismo está la reflexión evangélica. El Ángelus, la visitas a la capilla, la
meditación, todos ellos medios de acercamiento al Creador y de enriquecimiento
espiritual.
No se trata tanto de posturas y lugares remotos fuera de las ciudades, la vida
espiritual, se traduce en esa búsqueda constante de la unión con Dios, a través
del contacto a través de los medios que la Iglesia nos ofrece. Es un acto de
voluntad y constancia, de no darse por vencido y de hacer de la vida una
oración y de la oración una vida, superándonos cada día, a pesar del ruido
exterior que nos ensordece y nos separa de la causa única de nuestra existencia
que es la felicidad en Dios.
El laico de hoy, no debe permanecer ajeno a la oración y mucho menos minimizar
su vida espiritual en ninguna forma. Si se le dedica tiempo al trabajo
profesional, al deporte a las distracciones personales, a la familia. ¡ Cómo no
esforzarnos por acudir con Dios nuestro señor! Nuestra mente no nos permite
imaginarnos la eternidad, pero es claro que es enorme y sin límite. Así,
nuestra eternidad empieza cuando hacemos esfuerzos nobles por darle a Dios, el
lugar que merece en nuestras vidas y cuando ponemos un poco de nuestra parte
por llevar una vida espiritual ordenada y encauzada dándole al Creador la
posibilidad de que hable a través de nuestro corazón que solo se sacia en él.
Los resultados son casi inmediatos, sobre todo la presencia constante de Dios
en nuestra alma, y la paz interior así como la fortaleza para sobrellevar las
cruces que tenemos y para ofrecer siempre nuestros triunfos y alegría.
Como ha dicho Juan Pablo II, desde el inicio de su pontificado, ¡No tengáis
miedo! El laico debe de procurar tener una vida espiritual que sea su
plataforma de lanzamiento hacia los grandes proyectos que tiene Dios, para las
almas, pero que ciertamente el alma debe de estar abierto a escucharlos.
Por: Pedro Ávila