Sentado y
llorando bajo la ducha después de una pelea, el famoso Richard Paul Evans
descubrió cómo salvar su matrimonio
A primera vista,
muchos deben pensar que Richard Paul Evans es uno de los hombres más
felices del mundo. Este padre de familia de Utah (EE.UU.)
tiene 53 años, 5 hijos y es escritor superventas. Millones de personas le
leen, y cuando va a algún lugar a promoverlos, su presencia es altamente
celebrada. Pero, a pesar de su éxito profesional, durante años sufrió serios
problemas conyugales. En su website oficial, Evans posteó su experiencia:
“Mi hija mayor, Jenna, me
dijo recientemente, ‘Mi mayor miedo cuando era niña era que tú y mamá se
divorciaran. Después, cuando tuve 12 años, decidí que, como ustedes peleaban
tanto, tal vez fuese mejor que se separasen’. Al final me dijo, ‘Me
hace feliz que lo hayan resuelto’. Durante años, mi mujer, Keri,
y yo tuvimos problemas”.
“Mirando atrás, no sé exactamente lo que nos unió, pero
nuestras personalidades no combinaban mucho. Y cuanto más
tiempo estábamos casados, más extremas parecían esas diferencias.
Ganar ‘fama y fortuna’ no facilitó nuestro matrimonio.
En verdad, exacerbó nuestros problemas”.
“La tensión entre nosotros
subió tanto, que viajar para promover los libros se convirtió en un alivio,
pero parecía que siempre pagábamos por ello a la vuelta. Nuestras
peleas se hicieron tan constantes que era difícil incluso imaginar
una relación tranquila. Estábamos siempre a la defensiva, construyendo
fortalezas emocionales en nuestros corazones. Estábamos a las puertas
del divorcio, y discutimos sobre eso más de una vez”.
“Yo estaba de gira con un
libro cuando las cosas llegaron al límite. Acabábamos de tener otra gran
pelea por teléfono y Keri me colgó en la cara. Yo estaba solo,
sintiéndome solitario, frustrado y con rabia. Había llegado a mi límite. Fue entonces
cuando me volví a Dios. Me volví contra Dios. No sé si se puede llamar
oración, tal vez gritar a Dios no sea rezar, tal vez sí, pero sea lo que sea lo
que estaba haciendo, nunca lo olvidaré”.
Estaba en la ducha del
hotel Buckhead, Atlanta Ritz-Carlton gritando a Dios que mi
matrimonio era un error y que ya no podía seguir más. Por más que
yo odiase la idea del divorcio, el dolor de permanecer juntos era
demasiado. Yo también estaba confuso. No lograba entender por qué
el matrimonio con Keri era tan difícil. En el fondo sabía que
Keri era una buena persona. Y yo era una buena persona. Entonces, ¿por qué
no conseguíamos entendernos? ¿Por qué me había casado con alguien tan diferente
de mí? ¿Por qué ella no podía cambiar? Finalmente, ronco y destruido,
me senté en la ducha y empecé a llorar”.
“En el fondo de mi
desesperación, me vino una fuerte inspiración. No puedes
cambiarla, Rick. Solo puedes cambiarte a ti mismo. En
ese momento, empecé a rezar.Si no puedo cambiarla, Dios,
entonces cámbiame. Recé hasta bien tarde. Recé al día siguiente en el
vuelo a casa. Recé cuando entraba por la puerta y cuando me encontré con una
mujer fría, que casi ni me miró. Esa noche, mientras estábamos acostados
en nuestra cama, a centímetros uno del otro, pero a kilómetros de
distancia, vino la inspiración. Supe lo que tenía que hacer.
A la mañana siguiente, me
giré en la cama hacia Keri y le pregunté, ‘¿Qué puedo hacer para que tu
día sea mejor?’
Keri me miró con ira.
‘¿Que?’
‘¿Qué puedo hacer para que
tu día sea mejor?’
‘No puedes hacer nada’,
dijo. ‘¿Por qué me preguntas eso?’
‘Porque estoy siendo
sincero’, dije, ‘Solo quiero saber qué puedo hacer para que tu día sea mejor’.
Me miró cínicamente.
‘¿Quieres hacer algo? Limpia la cocina’.
Ella esperaba que yo
me enfadara. En vez de eso, asentí. ‘Está bien’. Me levanté
y limpié la cocina”.
“Al día siguiente, le
pregunté lo mismo. ‘¿Qué puedo hacer para que tu día sea mejor?’
Ella entrecerró los ojos.
‘Limpia el garaje’.
Yo respiré hondo. Tenía un
día lleno de trabajo y sabía que ella me lo decía a propósito. Estuve tentado
de explotar contra ella. En vez de eso, dije: ‘Ok’. Me levanté, y en
las siguientes dos horas limpié el garaje. Keri no sabía qué pensar.
Llegó el día siguiente.
‘¿Qué puedo hacer para que tu día sea mejor?’
‘Nada’, dijo ella. ‘No
puedes hacer nada. Por favor, para de decir eso’.
‘Disculpa’, dije. ‘Pero no
puedo. Hice un acuerdo conmigo mismo. ¿Qué puedo hacer para que tu día sea
mejor?’
’¿Por qué lo haces?’
‘Por qué me importas’,
le dije. ‘Y nuestro matrimonio’.
A la mañana siguiente,
le pregunté otra vez. Y la otra, y la siguiente. Después, durante la segunda
semana, sucedió un milagro. Cuando hice la pregunta, los ojos de Keri
se llenaron de lágrimas. Después ella empezó a
llorar desconsolada. Cuando logró hablar, dijo, ‘Por favor, para de
preguntarme eso. Tú no eres el problema. Soy yo. Es difícil convivir conmigo,
no sé por qué estás conmigo’.
Gentilmente, levanté su
cara y la miré a los ojos. ‘Porque te amo’, le dije. ‘¿Qué puedo hacer para que
tu día sea mejor?’
‘Yo soy la
que debería preguntarte eso’.
‘Deberías’, dije. ‘Pero
ahora no. Ahora tengo que cambiar yo. Significa mucho para mí’.
Ella inclinó la
cabeza sobre mi pecho. ‘Perdóname por haber sido tan mala’.
‘Te quiero’, dije.
‘Te quiero’, respondió
ella.
‘¿Qué puedo hacer para que
tu día sea mejor?’
Me sonrió con dulzura.
‘¿Podemos pasar algún tiempo juntos, quizás?’
Sonreí. ‘Me encantaría’.
Seguí preguntándoselo más
de un mes. Y las cosas cambiaron. Las peleas terminaron. Después, Keri
empezó a preguntar. ‘¿Qué necesitas de mí? ¿Cómo puedo ser una esposa
mejor?’
Las barreras entre
nosotros cayeron. Empezamos a tener discusiones significativas sobre lo
que queríamos de la vida y cómo podíamos hacernos felices. No,
no resolvimos nuestros problemas. Tampoco puedo decir que no volvimos a
pelear otra vez. Pero la naturaleza de nuestras peleas cambió. No sólo
eran cada vez más raras, como si hubieran perdido la energía
que tenían antes. Las privamos de oxígeno. Ya no teníamos el
deseo de machacarnos mutuamente’.
“Ahora, Keri
y yo llevamos casados más de treinta años. No sólo amo a mi
mujer, también me gusta. Me gusta estar con ella. La deseo. La necesito. Muchas
de nuestras diferencias se volvieron fortalezas, y otras no tienen tanta
importancia. Hemos aprendido a cuidar el uno del otro y, más importante,
tenemos voluntad de hacerlo.
El matrimonio es difícil.
Pero ser padre y madre, mantenerse en forma, escribir
libros, y tantas otras cosas importantes y que valen la pena en mi vida
también lo son. Tener una compañera en la vida es un regalo increíble. También
he aprendido que la institución del matrimonio puede ayudarnos a curarnos de
nuestras partes menos buenas. Todos las tenemos.
Con el tiempo, aprendí que
nuestra experiencia era una lección mucho mayor sobre el matrimonio. La
pregunta que todo el mundo en una relación seria debería hacer
a la persona amada es: ‘¿Qué puedo hacer para que tu día sea mejor?’ Eso es
amor. Los libros románticos (yo ya he escrito varios) son sobre
el deseo y el felices para siempre, pero el felices
para siempre no viene del deseo, por lo menos no del que aparece
en la mayoría de las novelas”.
“El verdadero amor no
es desear a alguien, sino realmente desear su felicidad, a veces
incluso a costa de la de uno mismo. El amor verdadero no es hacer de la
otra persona una copia nuestra. Es expandir nuestra capacidad de
tolerancia y cuidado, es buscar activamente el bienestar del
otro. Todo lo demás es sólo una farsa que esconde el propio interés”.
“No estoy diciendo que lo
que pasó entre Keri y yo funcionará a todo el mundo. Tampoco estoy diciendo que
todos los matrimonios deben ser salvados. Pero para mí,
estoy increíblemente agradecido por la inspiración que me vino ese día hace
tanto tiempo. Estoy agradecido porque mi familia aún está intacta y porque
tengo a mi esposa, mi mejor amiga, en la cama a mi lado cuando me despierto por
la mañana. Y estoy agradecido porque incluso ahora, de vez en cuando, uno de
los dos se gire en la cama y diga, ‘¿qué puedo hacer para que tu día sea
mejor?’ Estar haciendo la pregunta o respondiéndola, es algo por lo que vale la
pena luchar”.
NÃO ACREDITO
Fuente:
Aleteia