El atleta Feysa Lilesa
llamó la atención sobre la situación del país al subir al podio olímpico en Rio
“Si vuelvo a mi
patria me matan. O me meten en la cárcel”. Palabras fuertes las que usó Feysa
Lilesa al comentar su gesto de las manos atadas tras ganar una medalla de plata
en las Olimpiadas de Rio.
Un símbolo de protesta
hacia el gobierno de Etiopía, acusado de oprimir al numeroso grupo étnico de
los Omoro, al que pertenece el atleta: “Nos matan, nos meten en prisión. Las
personas desaparecen: muchos miembros de mi familia ya no están, entre ellos mi
padre”, explicaba Lilesa.
La foto de las manos atadas de Lilesa fue reproducida por todos los
principales diarios (deportivos y no deportivos) del mundo. Y volvió la
atención del mundo hacia el debate sobre los derechos humanos en Etiopía. Pero
¿cuál es la verdadera situación del país africano? ¿Y cuál es el papel de la
religión en las tensiones étnicas y sociales?
Lo preguntamos a Mussie
Zerai, sacerdote católico eritreo responsable de la Pastoral de los católicos
eritreos en Suiza (donde vive).
Definido como “padre de los
refugiados” por la revista Time, “Padre Moses”llegó a Roma a los 14 años como
peticionario de asilo: allí conoció a un sacerdote británico que le ayudó a
superar los obstáculos de la burocracia, una experiencia que marcó para siempre
su fe y su vida.
Candidato Premio Nobel de
la Paz en 2015 y conocido como “ángel de los prófugos”, el sacerdote
escalabriniano ha fundado Habeshia, una ONG que trabaja por la integración de
los inmigrantes procedentes de Etiopía, Eritrea y Somalia.
– Abba Mussie, el gesto de
Feysa Lilesa ha devuelto a la actualidad la situación de Etiopía, país
considerado amigo de Occidente pero con una situación interna, por decirlo así,
particular.
La situación es
“particular” desde hace mucho tiempo, en el ámbito de los derechos y las
libertades democráticas. En concomitancia con las diversas elecciones
celebradas hasta ahora ha habido muchas denuncias de abusos, malos tratos y
arrestos arbitrarios. Estas y otras violaciones de los derechos humanos tienen
que ver especialmente, aunque no solo, con la etnia Oromo.
En la región del Ogaden (al
Sur, en la frontera con Somalia) hay en cambio otra situación de conflicto,
debida a intereses de tipo económico y geopolítico. Aquí, algunos movimientos
políticos, por varias razones históricas, piden la autonomía de la región,
cuando no directamente la independencia. Por un motivo o por otro, hay grupos
de ciudadanos que han colisionado con el gobierno central el cual responde con
la represión y la agresión.
Desde noviembre del año
pasado hasta hace pocos días, asistimos en el norte de Etiopía (en las áreas
alrededor de Amhara, Gondar y Bahar Dar) a manifestaciones pacíficas contra el
régimen. Pero fueron reprimidos con sangre, con cientos de muertos y decenas de
miles de arrestos.
– Los territorios que ha
mencionado son de mayoría cristiana. ¿Qué importancia tiene la pertenencia
religiosa en este mosaico de tensiones sociales y políticas?
Sí, sobre todo en la Región
de Amhara, la población es de mayoría cristiana. Estas personas han salido a la
calle para pedir más derechos, más participación en la esfera política,
económica y social del país. La riqueza está concentrada en las manos de pocos,
hay una distancia abismal entre ricos y pobres. En los últimos años, algunas
personas han acumulado dinero de manera desmesurada, mientras que otros no
tienen nada.
A menudo, el poder se
distribuye en base a la etnia. Etiopía tiene más de 94 millones de habitantes
(con unas 80 etnias y 90 lenguas distintas) y hay una tasa altísima de paro.
Los jóvenes, que no encuentran trabajo ni respuestas, desahogan su situación de
indigencia y pobreza abrazando ideologías fuertes y radicales de tipo
religioso.
– Además de las tensiones
de las que habla, ¿es correcto decir que los cristianos son discriminados por
parte de las instituciones?
Hay situaciones en las que
los cristianos son discriminados, sobre todo en el centro-sur de Etiopía. En la
región de Harar se han registrado infiltraciones por parte de algunos
predicadores, procedentes de Pakistán o de otros territorios, que están radicalizando
el Islam en Etiopía. Ha habido varios casos de iglesias cristianas quemadas.
Hay varias señales en este sentido, por desgracia.
También en la capital Addis
Abeba hay situaciones de discriminación, también por parte de las autoridades.
Cuando los musulmanes piden un terreno para construir una mezquita, normalmente
no hay problemas. Pero los cristianos que piden lo mismo encuentran muchas
dificultades burocráticas, y a menudo no logran obtener los permisos. No se
entiende por qué.
El papel determinante es de
quien está en el gobierno local y municipal, que consigue controlar y manipular
la situación, negando de hecho los derechos de los cristianos. Esto sucede en
la ya citada región de Harar – de mayoría somalí – pero también en los
territorios de los Oromo o de otras etnias.
– En la región de Harar, de
mayoría somalí, ¿hay infiltraciones de al-Shabaab?
Estamos en la frontera, por
tanto podrían darse. No tenemos certeza absoluta. Pero es evidente que hay
predicadores extremistas que radicalizan el islam etíope. Esto se ha visto en
varias manifestaciones organizadas por ellos, en las iglesias quemadas, en las
personas asesinadas. En los últimos años ha habido un crecimiento gradual de
estas señales.
– El cristianismo etíope
tiene raíces antiquísimas, pero Etiopía tiene también una larga historia de
relaciones entre cristianos y musulmanes, en general muy positivas. ¿Cree que
existen las condiciones para salir de esta situación de alta tensión y
recuperar la armonía intercultural?
Los musulmanes están muy
agradecidos a Etiopía, porque es donde – durante la Pequeña Egira – los
primeros seguidores de Mahoma encontraron refugio de las persecuciones paganas.
Allí encontraron asilo y protección de los soberanos de la tierra de Arabia de
entonces. Etiopía les mostró acogida y respeto. En su tradición sagrada,
Etiopía se define como “tierra de paz”. Muchos la consideran casi un lugar
sagrado. Algunos de los primeros seguidores de Mahoma están sepultados allí.
Es verdad, el actual proceso
de radicalización amenaza con destruir siglos de convivencia pacífica que han
caracterizado al país. Pero se puede poner un freno a esta deriva, centrándose
en el diálogo religioso y aislando a los extremistas.
– Usted lleva a cabo su
tarea pastoral en Suiza, principalmente entre etíopes y eritreos. ¿Las
tensiones de sus países de origen influyen en su obra?
Mi labor con ellas se
concreta en la asistencia espiritual y en el apoyo social. Les ayudo a
comprender sus derechos, a desenredarse de la burocracia, a pedir de manera
correcta el estatus de refugiado. En lo que se refiere a mi obra social, me
relaciono con todos, sean cristianos o musulmanes. Mi ayuda va a quien lo
necesita, no se puede elegir a qué prójimo sirves.
Fuente: Aleteia