Eucaristía y fe
¿Por qué
llamamos a la Eucaristía “Misterio de Fe”?
Porque la
Eucaristía requiere y presupone la fe.
Se nos dice que
es Cristo quien celebra la Eucaristía, y vemos a un hombre –el sacerdote- subir
las gradas del altar, y oímos una voz humana, y vemos un rostro humano y unas
facciones humanas. ¡Qué fe!
Se nos dice que
asistimos místicamente al Calvario, al Viernes Santo, y vemos unas paredes frías,
unos bancos o sillas, que se encuentran en nuestra parroquia. ¡Qué fe!
Se nos dice que
Dios nos habla en las lecturas, y escuchamos una voz humana, a veces femenina,
a veces masculina, que lee la Palabra de Dios contenida en la Biblia. ¡Qué fe!
Se nos dice que
todos los ángeles asisten absortos y comparten nuestra misa, alrededor del
altar, y nosotros sólo vemos unas velas, un mantel y unos monaguillos, y gente
de carne y hueso. ¿Dónde se han escondido los ángeles? ¡Qué fe!
Se nos dice que
Dios está real y sacramentalmente ahí presente, bajo las especies del pan y
vino, y nuestros ojos no ven nada, sólo oímos una voz humana, a veces
entrecortada por sollozos o por algún ruido de niños. ¡Qué fe!
Se nos dice
que, después de la consagración, ese trozo de pan que vemos es el Cuerpo de
Cristo, y nos sabe a pan, y sólo a pan, y vemos pan, sólo pan. Y sin
embargo, ¡es verdaderamente el Cuerpo de Cristo! ¡Qué fe!
Se nos dice que
somos una comunidad de hermanos, y vemos a veces a gente extraña, que ni siquiera
conocemos y con la que no siempre estamos en plena comunión, y eso que son
nuestros hermanos. ¡Qué fe!
Se nos dice que
la Misa termina en misión, y resulta que yo termino igual, vuelvo a casa a
hacer lo mismo de siempre, a la rutina de siempre, a las penas de siempre, a
los sufrimientos de siempre.
Sí, la
Eucaristía es un misterio de fe. Y sólo quien tiene fe, podrá entrar en esa
tercera dimensión que se requiere para vivirla y disfrutarla.
¿Cómo preparó
Cristo a sus discípulos para la Eucaristía, misterio de fe?
Primero en
Cafarnaúm les hizo la promesa. Después en Jerusalén, en el Cenáculo, la
institución. Allí hizo realidad la gran promesa.
Lo veían día a
día entregado a los demás. Se hacía pan tierno para los niños, consuelo para
los tristes, consejo para los suyos, médico para los enfermos. Jesús vivía a
diario las exigencias de la Eucaristía. Donación y banquete que alimenta,
sacrificio que se ofrece, presencia que consuela.
La Eucaristía
no son ideas bonitas, no son discursos demostrativos. Es un Pan que se ofrece,
una Sangre que se derrama y limpia, una Presencia que conforta y consuela. Y
esto fue Cristo durante su vida aquí, en la tierra, y hoy, en la Eucaristía, en
cada Sagrario. Y, mañana, en el cielo.
Llegó el día de
la gran promesa., que narra San Juan en el capítulo 6 de su evangelio: “Yo
soy el Pan vivo; quien me come, vivirá. El pan que les daré es mi carne, para
la vida del mundo”. Sonaba duro: comer su carne, beber su sangre, no
estaban acostumbrados a ese lenguaje.
¿Cuál fue la
repuesta de los oyentes?
La
incredulidad. Muchos le abandonaron, les parecía un escándalo, les parecía una
irracionalidad, les parecía un canibalismo. ¡Esto es insoportable! Este rechazo
fue ciertamente una profunda desilusión para Jesús.
Miró a sus
Apóstoles, esperando encontrar en ellos la fe, la adhesión, el afecto: “¿También
vosotros queréis marcharos?”. Jesús estaba dispuesto a dejarlos irse si no
creían en la Eucaristía, que acababa de anunciarles. Es que no es posible
seguir a Cristo sin creer en la Eucaristía.
Afortunadamente,
la confesión de Pedro, en nombre de todos, permitió a los apóstoles continuar
en el seguimiento del Maestro. Jesús siempre exigió la fe en la Eucaristía.
Sólo con la fe y desde la fe, comulgando obtendremos los frutos que Él nos
quiere dar. Si no, sólo recibimos un trozo de pan, pero sin ningún fruto
espiritual para nuestra vida.
La Eucaristía
requiere un impulso de fe siempre renovado. Hay que dar un gran salto, de lo
visible a lo invisible. Esto se da en cada Sacramento. Ese salto es la fe.
Jesús pidió fe
a sus primeros seguidores. ¿Acaso queréis iros? Renovemos nuestra fe cada vez
que vivamos la Eucaristía. Señor, creemos, pero aumenta nuestra incredulidad.
Creemos, pero queremos crecer en nuestra fe.
Por: P. Antonio
Rivero LC
Fuente:
Catholic.net