Lo opuesto al amor es el
egoísmo
Mezclar las
palabras dinero y matrimonio es tan o más complicado que combinar política y/o
religión en una reunión social. Y estos vídeos, si bien lo muestran de manera
irónica, señalan un problema real que existe en muchísimas parejas actuales, en
las que cada vez se habla más de lo “mío” y de lo “tuyo”, y mucho menos de lo
“nuestro”.
Efectivamente,
en la sociedad de hoy el dinero es poder. Pero esta premisa empeora su
connotación cuando la ponemos como regla de convivencia familiar.
Como en todo lo que tiene que ver con las relaciones interpersonales, hay
que considerar las características particulares y el contexto en el que se
desenvuelve la relación.
Sin embargo, en
esta ocasión, nos centraremos en aquellos casos en los que no existe algún tipo
de patología identificada en alguna de las partes —ludopatía, gasto compulsivo,
entre otros—, sino simple y llanamente pocas ganas de compartir o mucho ánimo
por dominar.
El egoísmo es
el peor mal que puede encontrarse en una relación familiar. Una persona egoísta
no solo lo es con sus bienes materiales sino también con la cantidad y calidad
de amor que puede brindar a su familia.
Por ejemplo, es
muy raro ver que alguien avaro con el dinero sea generoso con su tiempo. Y es
tal vez en esa personalidad completamente centrada en un mismo donde recaen los
problemas esenciales en un matrimonio.
Es decir, no se
trata únicamente de si el otro comparte con justicia su dinero, sino lo que
esta falta de generosidad implica en el resto de ámbitos relacionales, como son
la comunicación, el espacio, el tiempo, la mirada, la atención, el cariño, el
respeto, entre otros.
Al hablar de
egoísmo en términos materiales no pensemos solo en los problemas que puede
tener la otra persona. Puede suceder que teniendo al frente a alguien muy
generoso seamos nosotros los egoístas.
Un ejemplo de
esto es cuando una esposa sale de compras superfluas y no le importa más qué
gastar, sin considerar lo que cuesta generar dicho dinero o que, peor aún, se
podría destinar a cubrir necesidades reales.
Esto
ciertamente generará problemas económicos a la familia. A esta situación se
contrapone, de la misma manera tóxica, el esposo al que absolutamente todo le
parece prescindible y no permite ni un solo “gusto”.
O esa persona
que no quiere recibir absolutamente nada, ya sea por orgullo o por sacrificio
mal entendido, lo cual también es un acto de egoísmo pues no le permite al otro
ejercer la generosidad y, por lo tanto, crecer en dicha virtud.
Tampoco es un
acto generoso, por ejemplo, que el esposo le dé dinero a su esposa como una
manera de “comprar” tranquilidad, paz o evitar cuestionamientos.
Ser generoso
implica atender la necesidad real del otro. No es dar lo que sobra, lo que no
implica esfuerzo, ni mucho menos darlo como un mal menor. Tampoco la
generosidad nos debe llevar a satisfacer caprichos o dar lo que, creemos, es
“suficiente” para el otro.
¿Cuál sería el
modelo perfecto de manejo económico en una pareja?
Considerando
que ambos cónyuges son responsables y saben priorizar las necesidades reales,
podría intentarse:
1. Elaboración de un presupuesto familiar: Esto es imprescindible. Si
ambos se ponen de acuerdo en qué y cómo gastar el dinero, de una manera responsable
y que busque, sobre todo, el bienestar de la familia, los siguientes pasos son
muy fáciles de seguir. Es importante, si es que alcanzan los ingresos, que cada
uno disponga de un monto mensual para sus gastos personales o «gustos».
2. Cuenta mancomunada: Sin importar quién gana más, funciona muy bien
que todo el dinero generado por ambos sea depositado en una cuenta bancaria a
la que puedan acceder los dos cónyuges en igualdad de condiciones. Si se
utiliza correctamente el presupuesto familiar, no tendría que haber ningún
problema en hacerlo de esta manera.
3. Emergencias o gastos no previstos: Si bien en el presupuesto familiar
debe haber una partida que considere imprevistos, cuando estos aparezcan ambos
cónyuges deben discutir cómo afrontarlos.
4. Lujos, viajes y algo más: Igual que en el punto anterior, cuando haya
excedentes, tanto el esposo como la esposa deben decidir juntos en qué se debe
gastar dicho dinero. Suele suceder que el que gana más es quién decide qué
hacer con esos extras. Sin embargo, es mucho más sano para el matrimonio que
también se considere como parte del patrimonio familiar y que la disposición de
su uso sea decidido en diálogo por la pareja.
5. La generosidad más allá de la familia: Por otro lado, no debemos
olvidar que la generosidad también debe ir más allá del matrimonio y de la familia
más cercana. El compartir con otros, que pueden tener muchas necesidades, es un
acto de amor que trae como principal beneficio el crecimiento y fortalecimiento
de la familia porque se crece en la virtud y esto es fundamental para llegar a
ser plenos. Y no es necesario, en esto, pensar necesariamente en una cruzada
para eliminar el hambre del mundo. Lo más probable es que entre miembros
cercanos de nuestra familia o amigos haya muchas personas que podrían necesitar
una mano generosa que les salga al encuentro.
6. Valorar correctamente: Un punto clave cuando hablamos de dinero y
familia es el evaluar si somos capaces de valorar lo importante. ¿Qué vale más:
tener el dinero metido en el banco con afán acumulativo —más allá del destinado
al ahorro— o disponer un poco del mismo para pasar un lindo tiempo en familia
en algún lugar fuera de casa?
Finalmente,
como mencionamos más arriba, debemos desterrar del matrimonio cualquier indicio
de egoísmo. Esto no es algo opcional. Como dice David Isaacs en su libro
Virtudes para la convivencia familiar: «El egoísmo fomentado por la sociedad de
consumo, por la comodidad y por el abandono debe ser contrarrestado por la
fortaleza y por la entrega incondicional de aquellas personas que actúan
responsable y generosamente como hijos de Dios. Allí está raíz de una buena
convivencia familiar».
Fuente: Artículo
originalmente publicado por Catholic Link