Eucaristía y fidelidad
La fidelidad es
cumplir exactamente lo prometido, conformando de este modo las palabras con los
hechos. Es fiel el que guarda la palabra dada, los compromisos contraídos con
Dios y con los hombres y con su propia conciencia.
Debemos ser
fieles a Dios, a nuestras promesas, a nuestros cargos y encomiendas, a nuestra
vocación, a nuestra fe católica y cristiana, a nuestra oración. Cristo en el
Evangelio puso como ejemplo al siervo fiel y prudente, al criado bueno y leal
en lo pequeño, al administrador fiel. La idea de la fidelidad penetra tan hondo
dentro del cristiano que el título de fieles bastará para designar a los
discípulos de Cristo (cf Hech 10, 45; 2Co 6, 15; Ef 1, 1).
Hoy se echa de
menos esta virtud de la fidelidad: se quebrantan promesas y pactos hechos entre
naciones; se rompen vínculos matrimoniales por naderías o vínculos
sacerdotales, por incoherencias. ¿Por qué esta quiebra en la fidelidad?
Un fallo fuerte
en la fidelidad se debe a la falta de coherencia. Otras veces será el propio
ambiente lo que dificulte la lealtad a los compromisos contraídos, la conducta
de personas que tendrían que ser ejemplares y no lo son y, por eso mismo,
parece querer dar a entender que el ser fiel no es un valor fundamental de la persona.
En otras ocasiones, los obstáculos para la fidelidad pueden tener su origen en
el descuido de la lucha en lo pequeño. El mismo Señor nos ha dicho: “Quien es
fiel en lo pequeño, también lo es en lo grande” (Lc 16, 10).
¿Qué relación
hay entre Eucaristía y fidelidad?
Fue en la
Eucaristía donde Dios fue fiel a ese anhelo y voluntad de quedarse entre los
hijos de los hombres. En la Eucaristía Dios cumplió lo que dice en el libro de
los Proverbios: “Mis delicias son estar con los hijos de los hombres” (8, 13).
Dios en Cristo Eucaristía fui fiel a su promesa de estar con nosotros hasta el
final de los tiempos.
La Eucaristía
me da fuerzas para ser fiel a mi fe, a mi vocación, a mi misión como cristiano,
como misionero, como religioso, como sacerdote. De la Eucaristía los mártires
sacaron la fuerza para su testimonio fiel hasta la muerte. De la Eucaristía las
vírgenes sacaron la fuerza para defender su pureza hasta la muerte, como lo
demostró la niña santa María Goretti. De la Eucaristía los confesores sacaron
la fuerza para confesar su fe y explicarla a quienes les pedían razones de su
fe. De la Eucaristía el cristiano se alimenta para fortalecer sus músculos
espirituales y así ser fiel a sus compromisos como padre o madre de familia,
como esposo y esposa, como trabajador, como empresario, como profesor, como
estudiante, como líder, como catequista.
¿Cómo va a ser
fiel ese matrimonio, si no se alimenta de la Eucaristía? ¿Cómo será fiel ese
joven a Dios, venciendo todas las tentaciones que el mundo le presenta, si no
se fortalece con el Pan de la Eucaristía que nos hace invencibles ante el
enemigo? ¿Cómo va a resistir la fatiga de la soledad y del cansancio esa
misionera o esa religiosa, si no participa diariamente del banquete renovador
de la Eucaristía? ¿Cómo será fiel a su celibato ese sacerdote, si no valora y
celebra con cariño y devoción su santa Misa diaria? ¡Cuántos pobres y enfermos
se mantienen en su fidelidad a Dios, gracias a la Eucaristía!
En la
Eucaristía, Dios sigue siendo fiel a ese esfuerzo por salvar a los hombres,
mediante su Palabra y mediante la comunión del Cuerpo de su querido Hijo que
nos ofrece en cada Misa. Así como fue fiel a los patriarcas, profetas y reyes,
así también sigue siendo fiel a cada uno de nosotros. Y donde Él ratifica su
fidelidad es sin duda en la Eucaristía, el sacramento del amor fiel de Dios
para con el hombre y la mujer.
El día en que
Dios nos retirase la Eucaristía, ese día podríamos dudar de su fidelidad. Pero
Dios es siempre fiel.
Por: P. Antonio
Rivero LC
Fuente: Catholic.net






