En el último año de su vida Juan se había
comprometido, firmando con su propia sangre, a «afirmar y defender dondequiera
que se encontrase el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María»
San Juan Berchmans nació en Diest, pequeña villa de
Flandes, Bélgica, el 1599. Nació el 13 de marzo y murió otro 13, el de agosto.
No importa. La superstición no tenía cabida en su vida. Todos los días son
regalo de Dios.
Su padre Juan, curtidor de pieles, y su madre Isabel,
eran buenos cristianos. Tuvieron cinco hijos, de los que tres se consagraron al
Señor. Murió pronto la madre, y al final el padre se ordenó sacerdote.
Nuestro santo fue el ángel del hogar, fiel
ayudante de su madre. Inició sus estudios en el Seminario de Malinas, luego
entró en el Noviciado de los jesuitas de la misma ciudad. Más tarde pasó a
Roma. En el Seminario y en el Noviciado se distinguió por su candor, estudio y
piedad.
Su devoción a la Virgen era proverbial. Sentía hacia
ella un cariño tierno, profundo, confiado y filial. «Si amo a María, decía,
tengo segura mi salvación, perseveraré en la vocación, alcanzaré cuanto
quisiere, en una palabra, seré todopoderoso». A ella dedicó su Coronita de las
doce estrellas.
Pululaban por entonces los errores de Bayo,
catedrático de Escritura en Lovaina, quien afirmaba que María había sido
concebida en pecado. Los teólogos Belarmino y Francisco de Toledo intervienen para
esclarecer la verdad. Es curioso notar que el gran teólogo español Juan de Lugo
atribuye el movimiento a favor de la Inmaculada a las oraciones de Berchmans.
El mismo Lugo insiste en que el decreto de 24 de mayo
de 1622 se ha conseguido por la influencia sobrenatural de Juan Berchmans. En
él se confirman las constituciones de Sixto VI, Alejandro VI, San Pío V y Pablo
V. Se manda severamente que nadie, ni de palabra ni por escrito, se atreva a
afirmar que la Santísima Virgen María fue concebida en pecado, y se solemniza
la fiesta de la Inmaculada.
En el último año de su vida Juan se había
comprometido, firmando con su propia sangre, a «afirmar y defender dondequiera
que se encontrase el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María».
Los santos han practicado en grado heroico todas las
virtudes. Pero suelen distinguirse en alguna de ellas. ¿Cuál es la virtud
característica de Berchmans? Él deseaba practicarlas todas por igual. Su
obsesión, su locura de santo, era la fidelidad en observar perfectamente sus
obligaciones, sin excusas ni escapismos. «La virtud más eminente, es hacer
sencillamente, lo que tenemos que hacer», decía Pemán en El Divino Impaciente.
Aparentemente no había hecho nada, nada llamativo.
Pero vivió «apasionado por la gloria de Dios». «Quiere trabajar sin perder la
más pequeña parte de su tiempo». Aprovecha las cruces de la vida diaria: «Mi
mayor penitencia, la vida común». «Quiero ser santo sin espera alguna».
Hacía cada cosa en su momento, y sobrenaturalizando la
intención. Cuando hay que orar, decía, ora con todo amor. Cuando hay que
estudiar, estudia con toda ilusión. Cuando hay que practicar deporte,
practícalo con todo entusiasmo. Y siempre con más amor, en cada instante del
programa diario, bajo la dulce mirada maternal de la Virgen María. Estudiaba
con la mirada puesta en el futuro apostolado, en las almas que se le
encomendarían.
Mi mayor consuelo, decía al morir joven, es no haber
quebrantado nunca, en mi vida religiosa, regla alguna ni orden de mis
superiores, a sabiendas, y advertidamente, y el no haber cometido nunca un
pecado venial. Alto y recio mensaje. Es patrono de los que se preparan para el
sacerdocio. Murió el 13 de agosto de 1621. Sus últimas palabras fueron: Jesús,
María.
Fuente: ACI






