Que cambie mi rabia, mi
odio, mi dureza, mis espadas y mis lanzas, en arados que hagan brotar la tierra
No quiero vivir pensando en
el final de los tiempos y buscando señales de Dios que muestren cuándo
concluirá todo. No me importa cuándo llegará el final de mi camino. Por eso
quiero yo que Dios me regale el don de verlo oculto en los más necesitados, en los
más pobres, en los más heridos.
Ver a María con Jesús en su
vientre en otros. No sólo en los que me son fáciles. No en los que me resultan
cercanos. No en aquellos que me tratan bien y me cuidan. No en aquellos con los
que estoy en deuda porque me aman mucho. En ellos también. Pero es más fácil.
Dios quiere que me detenga en
las personas heridas que me resultan difíciles. En aquellos con los que no
compartiría mi vida. En las personas que más me cuestan. En ellos comienza el
Adviento. En los más necesitados a los que yo no necesito. En ellos acaricio a
Jesús en el vientre de María. En ellos camina Jesús vivo en este Adviento,
tocando mi tierra.
Dios quiere que despierte a
la verdadera misericordia en este Adviento. Quiere que lo busque a Él en los
más pobres.
Como me contaba una persona: “Sé que tengo a Dios muy cerca. Lo veo en
mis alumnos, en los vecinos. Él me regala su mirada y le veo en las personas
más vulnerables. En
mi barrio hay mucha miseria. Y mucho Dios. Me emociono cuando veo a Montse
buscando tapones de plástico en los contenedores para ayudar a una niña
enferma. No se da cuenta que los pocos tapones que puede juntar no son nada.
Pero son mucho. Montse es una chica disminuida que malvive con sus hermanos,
también disminuidos”.
Verlo en esa chica disminuida
que apenas sabe vivir sola. Verlo en tantos hombres necesitados que no saben
bien lo que les falta. Y me buscan, y me piden. Y yo rehúyo su mirada porque me
inquieta. Quiero verlo en tantas personas heridas que buscan caricias de amor
en cualquier parte.
Decía William Faulkner sobre
la búsqueda de amor en el hombre: “No es
que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero. Entre el dolor y la nada
elijo el dolor”.
Y comentaba Alex Rovira: “Los seres humanos necesitamos para
desarrollarnos ante todo caricias. Caricia entendida no sólo como el contacto
de piel con piel. Una caricia es una mirada, es un gesto amable, es una mano en
el hombro, es una sonrisa, es una crítica constructiva. Un signo de reconocimiento”.
Entre el dolor y la nada
preferimos el dolor. Cuando
no experimentamos caricias positivas buscamos caricias negativas. Mejor eso que
la nada.
Por eso quiero tocar a Dios
en las personas heridas. Acercarme a ellos como José a María en el Adviento. Sobrecogido,
emocionado, con infinito respeto. Quiero tocar a Jesús en aquellos que buscan
misericordia.
Se ha cerrado en Roma una
puerta de la misericordia. Se abren infinitas puertas en medio de los hombres. Sé que cuando digo que sí a
Dios y lo busco herido, se abre la puerta de mi alma para otros.
Es el Adviento un tiempo para
agudizar los sentidos, despertar el alma, alertar la mirada, buscar a Dios
presente entre mis manos. No quiero vivir aburguesado y cuidado. Aletargado y
cansado. Salgo de mí mismo y me pongo en camino hacia los hombres.
Tiene algo de acción este
tiempo de Adviento. Dejo lo
que me ocupa para tener las manos libres y la mirada dispuesta a ver a Dios en
todas partes.
Viene Dios y yo quiero que
cambie mi corazón. Que cambie mi rabia, mi odio, ni dureza, mis espadas y mis
lanzas, en arados que hagan brotar la tierra, en podaderas que hagan
florecer tantas cosas que llevo dentro.
Sigo las sendas de Jesús. Me
pongo a buscar sus huellas en las huellas de los hombres. Me agarro de su mano
para no perder su ritmo sosteniendo tantas manos. Y me pongo a buscarlo en
cualquier persona, en cualquier mirada, en cualquier lugar oculto. En medio de
la noche.
Quiero encontrarlo en esa
miseria que hoy me turba y desconcierta. Encontrarlo
en medio de esos ruidos que no me dejan oírlo. Quiero un Adviento cargado de
silencios, de paz, de noche, de estrellas. Quiero caminar por los caminos de
los pastores que creyeron llenos de inocencia.
Quiero vaciar mi alma de
tanto orgullo, egoísmo y miedos para abrazar otras almas sedientas. Para que me quepa dentro
toda esa sed que hay en el mundo. Quiero que el anhelo de su venida crezca cada
día más en mi alma.
Sé que Jesús llega para nacer
en mi propia carne. Quiero que su misericordia hoy me levante de mi tibieza y me
haga ser misericordioso. Quiero que aliente mi alma cansada. Robustezca mis
piernas endebles.
Quiero que este tiempo de
Adviento sean días de soñar más alto sin conformarme con nada. Sin que me baste
mi vida mediocre. Llena de seguros que me tranquilizan.
Quiero alzar la mirada,
perseverar en la entrega. Seguir por los caminos de la mano de José y de María.
Con ellos voy seguro. Y Jesús
en su vientre. Con la alegría de sentir su presencia en mis manos.
Fuente: Aleteia