2.12.16

LA VERDAD ROBADA SOBRE LA RELIGIÓN (III)

Cuando te digan que la religión es un invento de los hombres, o un producto cultural, puedes estar seguro de dos cosas...

2. La universalidad del hecho religioso

Nos quedamos pues solo en el primer momento y concretamente en el análisis del fenómeno religioso.

A lo largo de los siglos XIX y XX, con el advenimiento de las ideologías ateas, muchos filósofos quisieron buscar a la religión una explicación puramente natural, sin embargo, hay algo que no se puede obviar: la universalidad del hecho religioso.

El hecho religioso se encuentra en todos los pueblos. Esta religiosidad, constante y universal, se basa en la creencia de la necesidad moral de la religión; de otro modo, no sería constante ni universal, como sucede con otras prácticas que fueron desconocidas en unos pueblos y estuvieron vigentes en otros, de los que más tarde desaparecieron; por ejemplo, el sistema de castas cerradas, vigente entre los indios; el de castas abiertas, entre los egipcios; ambos desconocidos entre griegos, romanos, etc.

Conocida es la religiosidad del pueblo hebreo, probada por su ley, templo, sacrificios, sinagogas, sacerdocio, sábado, diezmos, primicias y circuncisión; de los pueblos cristianos, con su admirable dogma, moral y culto; y del pueblo mahometano, que da culto a Alá y tiene sus mezquitas, santones, oración, días festivos, Ramadán, etc. Los demás pueblos podemos dividirlos en prehistóricos e históricos.

En los pueblos prehistóricos vemos indicios ciertos de su religiosidad en los monumentos megalíticos, sepulturas, amuletos y redondelas craneales o huesos separados del cráneo y perforados en su centro, que se colocaban cerca del esqueleto.

Los pueblos históricos, ya cultos, ya primitivos o salvajes, todos han practicado la religión, profesando ciertos dogmas, preceptos y ritos.

Entre sus dogmas podemos destacar: (a) La fe en un Dios superior al hombre, que cuida de él y que puede hacerle bien o daño, no sólo en esta vida, sino en la vida futura. Se ha llamado a Dios con diferentes nombres: Cielo o Emperador eminente, por los chinos; Brahma, por los indios; Mazda u Ormuz, por los iranios; El, Elohim, por los semitas; Nuter, por los egipcios; Zeus, por los griegos; Júpiter, por los romanos; Huitzilopochtli, por los aztecas; Gran Espíritu, por los primitivos. (b) Ese Dios es juez de todos los hombres y su remunerador, que premia a los buenos, y castiga a los malos con penas muy largas o eternas. Bajo la autoridad del Dios Supremo algunos pueblos colocaban a otros dioses, semidioses y genios.

Respecto de su moral podemos constatar que en todos los pueblos se manda: (a) la justicia con todos; (b) la piedad con los dioses y con los padres; (c) los sacrificios para adorar al Dios Supremo y aplacarlo. Estos sacrificios son, generalmente, cruentos: a veces, la víctima es otro hombre, con preferencia niño, doncella o prisionero, principalmente entre los semitas y americanos.

Finalmente todos los pueblos han tenido un culto en el cual se prescribían fórmulas o ritos especiales para dar culto a los dioses y recibir sus beneficios; de su observancia escrupulosa depende el éxito de la petición.

A fines del siglo XIX algunos viajeros desprevenidos o mal enseñados hablaban de la existencia de pueblos salvajes, que carecían de ideas religiosas: australianos, lapones, indios brasileños, isleños de Samoa, etc. Menos de 50 años después, es decir, a partir de los estudios etnológicos se podía ya afirmar con Schmidt: “En la moderna etnología ha desaparecido la categoría de pueblos ateos. La gran multitud de pueblos que antiguamente se le habían adjudicado había quedado reducida hace poco a uno sólo, los kubus de Sumatra, que fueron después eliminados también, mediante las observaciones de von Dongen y Schebesta.

El último intento, hecho recientemente por W. Tessmann, de descubrir entre los indios del Ucayali hombres sin Dios, ha sido también rechazado por la crítica etnológica”. Digamos, de paso, que aun cuando pudiera encontrarse algunos pueblos o tribus verdaderamente ateas, esto no iría contra el fenómeno de la universalidad moral del hecho religioso, pues siempre se trataría de casos aislados y excepcionales, como lo demuestra el que se discuta sobre la misma existencia de tales pueblos.

Se podrían aducir respecto de la religiosidad universal los testimonios de Cicerón, Plutarco, Séneca, Máximo de Tiro, entre los antiguos, y Quatrefages y Sehneider, entre los estudiosos del siglo XX. Podemos contentarnos con algunas afirmaciones, como las de Lactancio: “La religión es casi lo único que separa al hombre de los brutos”.

Juan Jacobo Rousseau: “Puede demostrarse contra Bayle, que no subsiste ningún Estado cuya base y fundamento no sea la religión” . Quatrefages añade: “El hecho de la universalidad de la religión es tan manifiesto, que los más eminentes antropólogos no vacilan en aceptar la religiosidad como uno de los atributos del reino humano” . Y el mismo eminente sabio se pregunta: ¿Qué es el hombre? Un ser organizado, dotado de moralidad y religión”.

Byon Jevons se atreve a afirmar: “Que jamás hubo época en la historia del hombre en que éste vivió sin religión es una afirmación cuya falsedad intentaron demostrar algunos escritores, trayéndonos el cuento de tribus salvajes ajenas, claro está, a toda idea religiosa. Ni siquiera intentamos discutir este punto, que, como sabe todo antropólogo, yace sepultado en el limbo de las disputas muertas. Escritores que han abordado el tema con puntos de vista tan diferentes como los adoptados por el profesor Tylor, Max Müller, Ratzel, Quatrefages, Waytz, Gerland, Peschel están acordes en afirmar que no hay raza humana, por miserable que sea, desprovista de toda idea religiosa”.

“La afirmación de que hay pueblos o tribus sin religión –señalaba el holandés C. P. Piele– descansa, ya en observaciones inexactas, ya en una confusión de ideas...

Tenemos, pues, derecho a llamar a la religión, tomada en su sentido más amplio, un fenómeno propio de toda la Humanidad”. Y podemos cerrar estos testimonios con las palabras nada sospechosas de Renan: “Nada más falso que el sueño de quienes queriendo concebir a la humanidad perfecta, la imaginan sin religión... Supongamos un planeta habitado por una Humanidad cuyo poder intelectual, moral y físico fuese doble del de la Humanidad terrestre; aquélla sería, por lo mismo, dos veces más religiosa que la nuestra. Supongámosla diez veces más fuerte que la nuestra, y esa humanidad sería infinitamente más religiosa... El progreso dará, pues, por resultado el engrandecimiento de la religión, y no tenderá a destruirla ni disminuirla”.

Por eso, a pesar de los años, son muy actuales las palabras de Eötvös a sus connacionales húngaros: “Por muchos progresos que haga la ciencia, nunca logrará borrar con sus raciocinios la debilidad humana, ni la conciencia de la misma. Dios crió nuestra especie de manera que necesitemos apoyo, necesitemos algo ante lo que hayamos de inclinarnos. El hombre no cesará de buscar un Ser superior, ante quien hincarse de rodillas; y, si los altares de la divinidad fueran derribados, sobre sus ruinas se levantarán los tronos de los tiranos”. Y como confirmaba el escritor ruso León Tolstoi (1828-1910): “Si cruza por tu mente el pensamiento de que los conceptos que tienes formados de Dios no son justos, y que acaso ni siquiera existe Dios, no te desesperes. Todos podemos pasar por tal trance. No creas que tu incredulidad tenga por causa el que Dios no exista”.

Por: P. Miguel Ángel Fuentes, IVE


Fuente: Del libro Las Verdades Robadas
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