Es a nivel del SER, donde el catequista debe centrar su mayor preocupación
y atención
Los agentes de
pastoral, comprometidos de tiempo atrás, en las tareas de la evangelización ya
lo sabe: no es la cantidad de trabajo lo que hace crecer a una comunidad, sino
la calidad. Una comunidad eclesial vigorosa, no se organiza, se
engendra. Se engendra con carismas y de todos, el más fecundo es el de la
santidad.
He preguntado a
muchas catequistas que les preocupa más en el desarrollo de su trabajo
evangelizador. A otros los he visto hacer.
A muchos lo que
más les interesa es la preparación doctrinal y metodológica, para quedar y
hacerlo bien.
Puede ser una
respuesta legítima. Es más, hay que juzgarla como muy positiva en cuando puede
ser la expresión de una toma de conciencia de la necesidad de una sólida
preparación doctrinal y pedagógica, para desarrollar sin improvisación y con
eficiencia las tareas de la catequesis.
De hecho, la preparación de los catequistas en los dos secretos mencionados es frecuentemente débil e insuficiente, y aún en eso le dejan toda la tarea al Espíritu Santo, olvidando que para eso los llamo.
Pero esta
respuesta inmediata de muchos catequistas, no ha captado lo fundamental, no han
dado en el blanco, porque se han centrado en el HACER, olvidando el SER. Hacen
catequesis, no son apóstoles.
La catequesis,
como inicio de la evangelización debe basarse sobre todo en el SER, porque es a
nivel del SER, a nivel de la persona del catequista, donde se realiza la
primera y más importante comunicación del mensaje Salvador.
Es a nivel del
SER, donde el catequista debe centrar su mayor preocupación y atención.
La formación
integral de los catequistas comprende varias dimensiones. La más profunda
e importante hacer referencia al SER del catequista, a su dimensión humana y
cristiana, para madurar y crecer ante todo como personas, como creyente y como
apóstol, de modo que su acción brote, en verdad, del testimonio de su vida. Son
palabras del Directorio General para la Catequesis.
Todos los que
trabajan en la pastoral y por supuesto los catequistas, están expuestos a una
grave tentación: la de pensar que la acción apostólica les permite de alguna
manera proponer o descuidar la realización de un camino personal de fe. No
están exentos. ¡Todo lo contrario! Y el que no lo crea, mire a la gente que lo
rodea. ¿Cuáles son los frutos de su activismo? A la proyección hacia lo
extraño, el P. Maciel le llama, justamente, la herejía de la acción. El
apostolado y la catequesis, pueden convertirse en una escapatoria o evasión
para no prestar atención a cuanto está sucediendo dentro de nosotros mismos, a
la fragilidad de los propios principios y a las contradicciones entre fe y
vida.
La Iglesia
evangeliza sobre todo por lo que ella es. Lo mismo se debe decir de todo
catequista. No es, en primer lugar, lo que caracteriza a los catequistas, es
más bien que lo son en profundidad, en la intimidad de su ser. No es cuestión
de oficio, es cuestión de vida.
Su debilidad
más preocupante no es a nivel técnico o doctrinal, su debilidad mayor es
Espiritual: la debilidad y la incoherencia de su vida cristiana.
Por eso, la
preparación espiritual del catequista, la plena maduración de su personalidad
cristiana precede y está por encima de cualquier otro proyecto. La preparación
teológica y metodológica, son importantes, pero vendrán después.
El catequista,
en su preparación, debe tender hacia aquella madurez y que se mide, como dice
San Pablo, con la estatura espiritual de Jesucristo.
El primer
problema: el catequista.
La persona del
catequista es la primera y más importante comunicación evangelizadora, por la
dimensión experiencial que caracteriza tal comunicación.
El primer
Heraldo cristiano es precisamente el catequista con su vida cristiana; y el
primer factor metodológico es un su propia persona, porque el mensaje propuesto
con palabras y acciones se verá reforzado por el mensaje propuesto con la vida.
También desde
el punto de vista de contenidos y pedagógico el primer problema de la
catequesis es el catequista mismo.
El catequista
es ante todo un cristiano, por lo tanto su ser ha sido plasmado por el Espíritu
Santo, y su vida interior es una vida espiritual, una espiritualidad.
Ahora bien ¿el
catequista es un cristiano especial, que debe tener una espiritualidad propia y
específica?
Desempeñar un
misterio que por su origen es siempre un don del Espíritu a la Iglesia,
comporta, más que en cualquier otro bautizado, la exigencia de una fuerte
espiritualidad; con sólidas virtudes morales, nobles actitudes interiores,
indispensable para hacer creíble su obra. Me pregunto si existe una
espiritualidad específica del catequista. Y si existe, ¿qué cosa la
caracteriza?
Para responder
a la pregunta, primero hay que aclarar lo que es una espiritualidad.
Ser cristiano
significa elegir a Jesucristo y seguir los pasos de su vida. En esto, como es
obvio, somos todos iguales y nuestro proyecto de vida es el mismo para
todos.
Pero la
propuesta de Jesús es tan rica que ninguna persona y ningún grupo pueden pensar
en realizarlas plenamente. Es posible sólo una realización parcial, que acentúa
uno u otro aspecto, dando así un matiz particular dentro de la fidelidad a la
propuesta de Cristo en su conjunto.
Estos acentos
están ligados al temperamento propio, a la respuesta personal a la
gracia, a la educación recibida, a la pertenencia a determinado grupo,
etc.
Estos acentos
vividos con humildad y espíritu de servicio hacen más bello rostro de la
iglesia y expresan mejor la riqueza, la profundidad y la amplitud de la
experiencia cristiana.
Por eso las
diversas espiritualidades son un grupo de donde Dios a la comunidad eclesial
y a la misma humanidad. De cuanto se ha dicho se deduce fácilmente que debe
haber una espiritualidad propia del catequista, teniendo en cuenta el puesto
específico que ocupa la iglesia y el particular ministerio que en ella
desempeña.
Como catequista
vive de este modo propio la experiencia cristiana.
Para concluir
entendemos por espiritualidad del catequista, aquella "dimensión
permanente, que de modo orgánico, unitario y coherente caracteriza y anima
todos los aspectos de su comportamiento, de sus elecciones metodológicas;
promoviendo una síntesis coherente entre su vida y su fe, entre su ser y
su obra; de tal forma que haga más transparente y creíble su propia experiencia
cristiana en la comunidad".
Fuente: Tiempos de Fe