27.12.16

RADIOGRAFÍA DEL CATEQUISTA

Es a nivel del SER, donde el catequista debe centrar su mayor preocupación y atención

Los agentes de pastoral, comprometidos de tiempo atrás, en las tareas de la evangelización ya lo sabe: no es la cantidad de trabajo lo que hace crecer a una comunidad, sino la calidad. Una comunidad eclesial vigorosa, no se organiza, se engendra. Se engendra con carismas y de todos, el más fecundo es el de la santidad. 

He preguntado a muchas catequistas que les preocupa más en el desarrollo de su trabajo evangelizador. A otros los he visto hacer.

A muchos lo que más les interesa es la preparación doctrinal y metodológica, para quedar y hacerlo bien.

Puede ser una respuesta legítima. Es más, hay que juzgarla como muy positiva en cuando puede ser la expresión de una toma de conciencia de la necesidad de una sólida preparación doctrinal y pedagógica, para desarrollar sin improvisación y con eficiencia las tareas de la catequesis.

De hecho, la preparación de los catequistas en los dos secretos mencionados es frecuentemente débil e  insuficiente, y aún en eso le dejan toda la tarea al Espíritu  Santo, olvidando que para eso los llamo.

Pero esta respuesta inmediata de muchos catequistas, no ha captado lo fundamental, no han dado en el blanco, porque se han centrado en el HACER, olvidando el SER. Hacen catequesis, no son apóstoles.

La catequesis, como inicio de la evangelización debe basarse sobre todo en el SER, porque es a nivel del SER, a nivel de la persona del catequista, donde se realiza la primera y más importante comunicación del mensaje Salvador.

Es a nivel del SER, donde el catequista debe centrar su mayor preocupación y atención.

La formación integral de los catequistas  comprende varias dimensiones. La más profunda e importante hacer referencia al SER del catequista, a su dimensión humana y cristiana, para madurar y crecer ante todo como personas, como creyente y como apóstol, de modo que su acción brote, en verdad, del testimonio de su vida. Son palabras del Directorio General para la Catequesis.

Todos los que trabajan en la pastoral y por supuesto los catequistas, están expuestos a una grave tentación: la de pensar que la acción apostólica les permite de alguna manera proponer o descuidar la realización de un camino personal de fe. No están exentos. ¡Todo lo contrario! Y el que no lo crea, mire a la gente que lo rodea. ¿Cuáles son los frutos de su activismo? A la proyección hacia lo extraño, el P. Maciel le llama, justamente, la herejía de la acción. El apostolado y la catequesis, pueden convertirse en una escapatoria o evasión para no prestar atención a cuanto está sucediendo dentro de nosotros mismos, a la fragilidad de los propios principios y a las contradicciones entre fe y vida. 

La Iglesia evangeliza sobre todo por lo que ella es. Lo mismo se debe decir de todo catequista. No es, en primer lugar, lo que caracteriza a los catequistas, es más bien que lo son en profundidad, en la intimidad de su ser. No es cuestión de oficio, es cuestión de vida.

Su debilidad más preocupante no es a nivel técnico o doctrinal, su debilidad mayor es Espiritual: la debilidad y la incoherencia de su vida cristiana.

Por eso, la preparación espiritual del catequista, la plena maduración de su personalidad cristiana precede y está por encima de cualquier otro proyecto. La preparación teológica y metodológica, son importantes, pero vendrán después.

El catequista, en su preparación, debe tender hacia aquella madurez y que se mide, como dice San Pablo, con la estatura espiritual de Jesucristo.

El primer problema: el catequista.

La persona del catequista es la primera y más importante comunicación evangelizadora, por la dimensión experiencial que caracteriza tal comunicación. 

El primer Heraldo cristiano es precisamente el catequista con su vida cristiana; y el primer factor metodológico es un su propia persona, porque el mensaje propuesto con palabras y acciones se verá reforzado por el mensaje propuesto con la vida.  

También desde el punto de vista de contenidos y pedagógico el primer problema de la catequesis es el catequista mismo. 

El catequista es ante todo un cristiano, por lo tanto su ser ha sido plasmado por el Espíritu Santo, y su vida interior es una vida espiritual, una espiritualidad. 

Ahora bien ¿el catequista es un cristiano especial, que debe tener una espiritualidad propia y específica?

Desempeñar un misterio que por su origen es siempre un don del Espíritu a la Iglesia, comporta, más que en cualquier otro bautizado, la exigencia de una fuerte espiritualidad; con sólidas virtudes morales, nobles actitudes interiores, indispensable para hacer creíble su obra. Me pregunto si existe una espiritualidad específica del catequista. Y si existe, ¿qué cosa la caracteriza?

Para responder a la pregunta, primero hay que aclarar lo que es una espiritualidad. 

Ser cristiano significa elegir a Jesucristo y seguir los pasos de su vida. En esto, como es obvio, somos todos iguales y nuestro proyecto de vida es el mismo para todos. 

Pero la propuesta de Jesús es tan rica que ninguna persona y ningún grupo pueden pensar en realizarlas plenamente. Es posible sólo una realización parcial, que acentúa uno u otro aspecto, dando así un matiz particular dentro de la fidelidad a la propuesta de Cristo en su conjunto.

Estos acentos  están ligados al temperamento propio, a la respuesta personal a la gracia, a la educación recibida, a la pertenencia a determinado grupo, etc. 

Estos acentos vividos con humildad y espíritu de servicio hacen más bello rostro de la iglesia y expresan  mejor la riqueza, la profundidad y la amplitud de la experiencia cristiana.

Por eso las diversas espiritualidades  son un grupo de donde Dios a la comunidad eclesial y a la misma humanidad. De cuanto se ha dicho se deduce fácilmente que debe haber una espiritualidad propia del catequista, teniendo en cuenta el puesto específico que ocupa la iglesia y el particular ministerio que en ella  desempeña.

Como catequista vive de este modo propio la experiencia cristiana. 

Para concluir entendemos por espiritualidad del catequista, aquella "dimensión permanente, que de modo orgánico, unitario y coherente caracteriza y anima todos los aspectos de su comportamiento, de sus elecciones metodológicas; promoviendo  una síntesis coherente entre su vida y su fe, entre su ser y su obra; de tal forma que haga más transparente y creíble su propia experiencia cristiana en la comunidad".


Fuente: Tiempos de Fe
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