Los niños son niños que no saben nada, los ancianos
son niños que se saben al final de su camino
Los
ancianos, como los niños, necesitan protección, seguridad, ayuda, comprensión,
compañía y sobre todo el más auténtico amor. Pero suelen sufrir abandono
cuando más en deuda se está con ellos.
No sabemos de un niño
que no ame a los abuelos si tiene la oportunidad de convivir con ellos. Y
si después de sus padres, a quienes más aman son a ellos, entonces… ¿Qué
sería de los niños si no tuvieran abuelos?
Imagínense por un
instante que fuera legal y obligado suprimir a los ciudadanos que alcanzaran la
tercera edad (la idea puede de no ser tan original, pero de momento a Dios
gracias solo está en el campo de la ficción)… ¿Qué sucedería?
Los niños
perderían la más rica encarnación de la escuela de la vida, pues se
aprende más de dos abuelos que de diez expertos en temas familiares, por lo que
son personajes fundamentales en la convivencia familiar. Más grave aún,
automáticamente se les cerraría la visión de futuro, pues pensarían que después
de sus padres ya no existe nada, solo un angustioso y misterioso vacío.
No ha de ser así, pues
conociendo que estamos precedidos en el amor, aceptamos y valoramos luego el
ser su prolongación, creando el sentido armónico de la continuidad de la vida.
Aquí
algunos testimonios sobre la continuidad en el amor por los abuelos, aportados
por quienes tuvieron la fortuna de convivir con ellos:
- Cuando mis
abuelos me cuidaban, me daban una gran seguridad y confianza, pues se
daban por entero a mí.
- De ellos
aprendí otros hábitos, otra forma de vida y maneras de hacer. Sobre todo a
interesarme por las personas de la manera más natural y sencilla.
- Mis padres
seguían los consejos de los abuelos, pues ellos por su edad tenían ya
mucho sentido común y experiencia de la vida, les enseñaban con humildad hablando
de sus errores y evitándoselos.
- Siempre
estaban dispuestos a escuchar mis infantiles aventuras y ellos a su vez
contarme cuentos e historias (incluidas las famosas cacerías y pescas
del abuelo).
- No solo
festejaban mis ocurrencias, sino que las aprovechaban para
ayudarme a desarrollar mi inteligencia e imaginación.
- De ellos
también aprendí a no dejarme llevar solo por lo que me gustaba, no
eran tan consentidores.
- Era muy
positivos al enseñarme, diciéndome: tu papa haría las cosas de esta manera,
pero yo las hago de esta otra y ambas son buenas; pero en este caso
concreto, veamos cual es la más conveniente. Eso ayudo al desarrollo de
mi espíritu crítico.
- Con su
talante sereno y campechano, me dieron un sentimiento de apaciguamiento y
de seguridad.
- Seguían
las directrices de mis padres, reforzando el sentido moral y el respeto a
las reglas de la convivencia.
- Eran mi
paño de lágrimas cuando de niño estaba triste o lloraba. Me
consolaban e igual me corregían. Al final lograban hacerme sentir amparado
y tranquilizado.
- Los lazos
de afecto entre mis padres y abuelos me dieron un ambiente feliz, así
comprendí la importante noción de los que es una familia.
- Cuando me
hablaban de “cuando éramos pequeños como tú”, me aportaban la idea del
tiempo, de la continuidad de la vida.
- Cuando
perdí a mi padre, lo sustituyeron consiguiendo suplir la figura parental
ausente.
- Aun de
adulto, cuando necesito paz, siguen siendo mi amor refugio.
La
principal forma de honrar a nuestros abuelos es reconocer su derecho a vivir y
morir con dignidad en el seno amoroso de nuestra familia.
Su derecho a vivir con
dignidad en su relación con sus hijos y sus nietos, entre muchas cosas, significa
principalmente:
- Evitarles
vivir de la caridad y de la compasión.
- A no
cobrarles facturas por sus errores como padres, negándoles el amor de los
nietos.
- A
reconocer que más importante que el amor que les ofrecemos, es sobre todo
aceptar el que ellos siempre están dispuestos a darnos.
- Apoyarlos
a que mientras puedan, sigan trabajando en los suyo y cobrando su sueldo.
- Cuando
jubilados, a que tengan actividades gratificantes y se conserven
autónomos.
- A
participarles nuestras vidas, a poner mucha atención cuando nos hablan, a
aceptar sus opiniones, consejos, y sobre todo, a aceptar su vejez sin
hacerlos sentir viejos.
Una
vida larga ya no es privilegio de pocos, sino destino de muchos.
Los
adultos mayores son los transmisores de las tradiciones, los guardianes de
los valores ancestrales, el eslabón que une a las generaciones dando e
inspirando benevolencia, tolerancia; capaces aun de participación y
creatividad, viviendo hasta el final como un proyecto de vida valioso e
insustituible.
Por
Orfa Astorga de Lira.
Máster
en matrimonio y familia, Universidad de Navarra.
Fuente: Aleteia