Cantar villancicos es
un modo de demostrar nuestra alegría y gratitud a Jesús
Para
los cristianos Jesús da
sentido a toda nuestra vida y
por eso intentamos recordar su nacimiento cada Navidad. Él es el héroe de estos
días, un niño, y también su familia, José y María. Al nacer en Belén, Dios
estableció su morada entre hombres, mujeres y niños, así que todos somos parte
de su familia y, por eso, la alegría
de la Navidad nos
pertenece.
Podemos gozar de esa alegría en cualquier
sitio, en cualquier época del año, todos los días. Pero esa alegría es más
intensa cuando Dios se acerca, cuando notamos más intensamente su presencia:
durante el Adviento y la Navidad.
Dentro de las tradiciones y costumbres
navideñas, los villancicos tienen un papel importante, pero ¿cuál
es su significado interior? El sentido de los villancicos es el de elevar el
espíritu de la Navidad y hablar del nacimiento
de Jesús. La verdadera música de Navidad nos acerca más a Dios y hace que tengamos un corazón más
elevado.
Los
villancicos favorecen la participación en la liturgia de Adviento y de Navidad en el sentido que preparan un ambiente.
Estas canciones hacen referencia al tiempo que se vive para disponer los
corazones y así participar en las celebraciones litúrgicas con mayor devoción. Cantar villancicos es un modo de
demostrar nuestra alegría y gratitud a Jesús.
Sin embargo, pocas son las personas que
conocen el origen
de estas melodías que,
año tras año, llegan a nuestros oídos en tan entrañables fechas y que
constituyen una de las manifestaciones
más antiguas de la lírica popular castellana.
En su origen estas alegres canciones nada
tenían que ver con la Navidad,
religión o el nacimiento de Jesús, sino que se trataba de alegres
composiciones de naturaleza popular que cantaban
los villanos o residentes de las villas, campesinos y otros
habitantes del mundo rural y cuyo fin era explicar los acontecimientos que
habían sucedido en las villas: amores y desamores, fallecimientos, sátiras y
burlas y/o todo aquello que era de interés del pueblo. Eran como un noticiero
rural en forma de canción, que se interpretaba en las
fiestas populares.
Al ser cantado por los habitantes de las
villas estas composiciones pasaron a conocerse como villancicos, coplas de villanos o coplas
de villancico, villancejos o villancetes.
Estas canciones aparecen en la segunda mitad del siglo XV, durante el
Renacimiento, como una evolución de formas musicales populares mucho más
antiguas como el virelai, el zéjel, la ballata o las cantigas paralelísticas.
Las primeras fuentes documentales en las
que aparece la palabra villancico son el Cancionero de
Stúñiga (ca. 1458) y el Chanssonier d’Herberay (ca. 1463), y
posteriormente aparecen composiciones similares en el Cancionero de la
Colombina y el Cancionero musical de Palacio. Juan del Encina fue el
autor más representativo de este género durante esa época.
A partir de la segunda mitad del siglo XVI, las
autoridades eclesiásticas comenzaron a promover este tipo de canción sencilla y
pegadiza como una medida
evangelizadora y
una forma de divulgar el mensaje religioso, así que empezaron a adaptarse
numerosas coplas con motivos religiosos, sobre todo durante las fiestas de
Navidad y el Corpus Christi.
Estas piezas se cantaban en la misa
de mañana de estas festividades. Las catedrales e iglesias importantes se
dotaron de un cuerpo de músicos y un maestro de capilla encargado de
componer especialmente para estas ocasiones: canciones sencillas, de rima fácil
y con letras pegadizas para poder ser memorizadas por cualquier persona.
Este tipo de villancico se popularizó
rápidamente durante el siglo XVII cuando constituyó la mayor parte de
la producción musical española de la época. Se compusieron multitud de
villancicos devocionales para las distintas festividades religiosas tales como
la Asunción, la Inmaculada Concepción o festividades de santos,
además del Corpus Christi o la Navidad.
Así se convirtieron en canciones
interpretadas en las iglesias durante los oficios religiosos y que después eran
cantadas por el pueblo en sus reuniones familiares, siendo una manera rápida y
eficaz de llevar a muchísimas más personas el mensaje del evangelio.
En el siglo XVIII se produce una transformación del género por la
influencia de la música vocal italiana (ópera) que, por entonces, dominaba el
panorama musical europeo. Los villancicos alteran su estructura tradicional
según el modelo de la ópera italiana, introduciendo muchos elementos teatrales
y una composición demasiado complicada.
Los escritos por Antonio Soler, durante
la segunda mitad del siglo, son quizá los más recordados en la actualidad.
Estas influencias italianizantes provocaron que el villancico fuera
definitivamente proscrito de la liturgia a finales de este siglo XVIII, de tal
manera que en el siglo
XIX los villancicos habían desaparecido de la liturgia siendo sustituidos por los
tradicionales responsorios gregorianos.
Sin embargo, la Navidad siguió inspirando este tipo de
canción popular llamada villancico, o nadal, panxoliña, navidad, coplas a lo divino, o caramelles, y se continuaron
creando pequeñas joyas musicales por toda España: en Extremadura (Ya
viene la vieja), Madrid (Campana sobre campana),
Murcia (Dime
niño), Cataluña (Fum, fum, fum), Castilla y
León (En
Belén tocan a fuego), Castilla-La Mancha (Hacia Belén va una burra),
País Vasco (Ator,
ator), Andalucía (Chiquirriquitín), Aragón (Ya
vienen los reyes), Galicia (Falade ben baixo) y otras en
el resto del territorio.
Todas las culturas occidentales y de inspiración cristiana han creado
tonadas, coplas o canciones navideñas. Algunos prefieren llamar villancicos sólo a las
coplas españolas de Navidad. Los franceses designan
a esas piezas populares navideñas como Nöels, los anglosajones las
llaman Christmas Carols, los
alemanes las catalogan como Weihnachten
Lieder, los portugueses las llaman Cantinela y los italianos Canzonetta di Natale.
Si hablamos de curiosidades, el villancico más antiguo que registra la historia de la música
es Iesus Refulsit Omnium,
(Jesús, luz de todas las naciones) data del siglo IV, y su letra se le atribuye
a san Hilario de Poitiers.
El villancico
más conocido, en cambio, es Noche
de paz. Su título original es Stille
nacht, heilige yach y
fue escrito “accidentalmente” por el sacerdote austriaco Joseph Mohr quien, al
ver que se había estropeado el órgano de su parroquia de San Nicolás, en la
pequeña población de Oberndorf, decidió escribir un canto que pudiera
acompañarse con guitarra durante la Misa del Gallo. Fue así como la Navidad de
1818 se cantó por primera vez Noche
de Paz, actualmente traducido a 330 idiomas.
Fuente:
Aleteia