«El
pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a
convertirse y a cambiar de vida». Es lo que recuerda el Papa Francisco en el
mensaje para la Cuaresma 2017
Centrado
en el tema «La Palabra es un don. El otro es un don», la reflexión del
Pontífice retoma y actualiza la parábola evangélica de Lázaro: un «relato
significativo — la define Francisco— que nos da la clave para entender cómo
hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna,
exhortándonos a una sincera conversión».
«La
primera invitación que nos hace esta parábola —revela el mensaje— es la de
abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea
vecino nuestro o un pobre desconocido». La Cuaresma, de hecho «es un tiempo
propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en
ella el rostro de Cristo».
El
Papa recuerda que en la raíz de todos los males está la «codicia del dinero»,
que «puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico». De este
forma, en vez de «ser un instrumento a nuestro servicio», el dinero «puede
someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja
lugar al amor e impide la paz».
La
parábola muestra además que «la codicia del rico lo hace vanidoso». Su
personalidad se desarrolla de hecho, «en hacer ver a los demás lo que él se
puede permitir»; pero «la apariencia esconde un vacío interior». Para el hombre
corrompido por las riquezas, por tanto «no existe otra cosa que el propio yo, y
por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención».
Al
final, «el rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos de la otra
vida». Y esto es «un mensaje para todos los cristianos»: en realidad, «la raíz
de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le
llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo».
De
aquí la invitación conclusiva del Pontífice a vivir el camino de la Cuaresma
como «tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su
Palabra, en los sacramentos y en el prójimo».
A continuación, el texto
completo del mensaje:
Queridos hermanos y
hermanas:
La Cuaresma es un nuevo
comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de
Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a
la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl
2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la
amistad con el Señor.
Jesús es el amigo fiel
que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que
volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf.
Homilía, 8 enero 2016).
La Cuaresma es un tiempo
propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos
que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la
oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este
tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto,
quisiera centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf.
Lc 16,19- 31).
Dejémonos guiar por este
relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de
comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna,
exhortándonos a una sincera conversión.
1. El otro es un don
La parábola comienza
presentando a los dos personajes principales, pero el pobre es el que viene
descrito con más detalle: él se encuentra en una situación desesperada y no
tiene fuerza ni para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las
migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen
a lamérselas (cf. vv. 20-21). El cuadro es sombrío, y el hombre degradado y
humillado.
La escena resulta aún
más dramática si consideramos que el pobre se llama Lázaro: un nombre repleto
de promesas, que significa literalmente «Dios ayuda». Este no es un personaje
anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como alguien con una historia
personal.
Mientras que para el
rico es como si fuera invisible, para nosotros es alguien conocido y casi
familiar, tiene un rostro; y, como tal, es un don, un tesoro de valor
incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios, aunque su condición
concreta sea la de un desecho humano (cf. Homilía, 8 enero 2016).
Lázaro nos enseña que el
otro es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con
gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga
molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida.
La primera invitación
que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro,
porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La
Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y
reconocer en él o en ella el rostro de Cristo.
Cada uno de nosotros los
encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece
acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para
acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay
que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico.
2. El
pecado nos ciega
La parábola es
despiadada al mostrar las contradicciones en las que se encuentra el rico (cf.
v. 19). Este personaje, al contrario que el pobre Lázaro, no tiene un nombre,
se le califica sólo como «rico». Su opulencia se manifiesta en la ropa que
viste, de un lujo exagerado.
La púrpura, en efecto,
era muy valiosa, más que la plata y el oro, y por eso estaba reservada a las
divinidades (cf. Jr 10,9) y a los reyes (cf. Jc 8,26). La tela era de un lino
especial que contribuía a dar al aspecto un carácter casi sagrado.
Por tanto, la riqueza de
este hombre es excesiva, también porque la exhibía de manera habitual todos los
días: «Banqueteaba espléndidamente cada día» (v. 19). En él se vislumbra de
forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos
sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia (cf. Homilía, 20
septiembre 2013).
El apóstol Pablo dice
que «la codicia es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Esta es la causa
principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos.
El dinero puede llegar a
dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cf. Exh. ap. Evangelii
gaudium, 55). En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el
bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a
nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e
impide la paz.
La parábola nos muestra
cómo la codicia del rico lo hace vanidoso. Su personalidad se desarrolla en la
apariencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir.
Pero la apariencia
esconde un vacío interior. Su vida está prisionera de la exterioridad, de la
dimensión más superficial y efímera de la existencia (cf. ibíd., 62).
El peldaño más bajo de
esta decadencia moral es la soberbia. El hombre rico
se viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios, olvidando que es
simplemente un mortal.
Para el hombre
corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y
por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención. El fruto
del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre
hambriento, llagado y postrado en su humillación
Cuando miramos a este
personaje, se entiende por qué el Evangelio condena con tanta claridad el amor
al dinero: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno
y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del
segundo. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).
3. La
Palabra es un don
El Evangelio del rico y
el pobre Lázaro nos ayuda a prepararnos bien para la Pascua que se acerca. La
liturgia del Miércoles de Ceniza nos invita a vivir una experiencia semejante a
la que el rico ha vivido de manera muy dramática.
El sacerdote, mientras
impone la ceniza en la cabeza, dice las siguientes palabras: «Acuérdate de que
eres polvo y al polvo volverás». El rico y el pobre, en efecto, mueren, y la
parte principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos personajes
descubren de repente que «sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de
él» (1 Tm 6,7).
También nuestra mirada
se dirige al más allá, donde el rico mantiene un diálogo con Abraham, al que
llama «padre» (Lc 16,24.27), demostrando que pertenece al pueblo de Dios.
Este aspecto hace que su
vida sea todavía más contradictoria, ya que hasta ahora no se había dicho nada
de su relación con Dios. En efecto, en su vida no había lugar para Dios, siendo
él mismo su único dios.
El rico sólo reconoce a
Lázaro en medio de los tormentos de la otra vida, y quiere que sea el pobre
quien le alivie su sufrimiento con un poco de agua.
Los gestos que se piden
a Lázaro son semejantes a los que el rico hubiera tenido que hacer y nunca
realizó. Abraham, sin embargo, le explica: «Hijo, recuerda que recibiste tus
bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo,
mientras que tú padeces» (v. 25). En el más allá se restablece una cierta
equidad y los males de la vida se equilibran con los bienes.
La parábola se prolonga,
y de esta manera su mensaje se dirige a todos los cristianos. En efecto, el
rico, cuyos hermanos todavía viven, pide a Abraham que les envíe a Lázaro para
advertirles; pero Abraham le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que
los escuchen» (v. 29). Y, frente a la objeción del rico, añade: «Si no escuchan
a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto» (v. 31).
De esta manera se
descubre el verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no
prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios
y por tanto a despreciar al prójimo.
La Palabra de Dios es
una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y
orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene
como efecto cerrar el corazón al don del hermano.
Queridos hermanos y
hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con
Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor
"que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del
Tentador" nos muestra el camino a seguir.
Que el Espíritu Santo
nos guie a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don
de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a
Cristo presente en los hermanos necesitados.
Animo a todos los fieles
a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las
campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en
distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la
única familia humana.
Oremos unos por otros
para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas
a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno
de la alegría de la Pascua.
FRANCISCO
Fuente: Radio Vaticano