Dos cosas destacan
Francisco que le llegan de España: dulces navideños y ecos de las divisiones
sociales que persisten en nuestro país, frente a las cual aconseja: «No se
insulten. No se condenen antes de dialogar»
Mientras
en Washington Donald Trump tomaba posesión como presidente de EE.UU., el
director de El País, Antonio Caño, y su corresponsal en Roma, Pablo Ordaz,
entrevistaban al Papa Francisco. Una hora y cuarto de preguntas en la que no
faltan alusiones a España.
«¿Qué
le llega de España? ¿Qué le llega en cuanto a la recepción que en España tiene
su mensaje, su misión, su trabajo…?», pregunta el diario. Francisco responde
inicialmente con sentido del humor: «Hoy de España me acaban de llegar unos
polvorones y un turrón de Jijona que los tengo ahí para convidar a los
muchachos», pero los periodistas insisten: «España es un país donde el debate
sobre laicidad y religiosidad es un debate que todavía está vivo, como usted
sabe…», frente a lo cual el Pontífice aconseja «diálogo». «No se insulten –añade–. No
se condenen antes de dialogar. Si después del diálogo quieren insultarse,
bueno, pero por lo menos dialogar. Si después del diálogo se quieren condenar,
bueno… Pero primero diálogo». «Así que si usted me pide un consejo para los
españoles, dialoguen. Si hay problemas, dialoguen primero».
Francisco
habla del clericalismo, «que a mi juicio es el peor mal que puede tener
hoy la Iglesia». También de la curia romana, de sus viajes, de cómo le ha
impacto el drama de los refugiados, de la violencia contra la mujer, de
las desigualdades en el mundo, del futuro cónclave que elegirá a su sucesor… Y
cómo no, de Donald Trump. El Obispo de Roma esperará a «ver qué pasa con
el nuevo presidente norteamericano. Pero asustarme o alegrarme por lo que pueda
suceder, en eso creo que podemos caer en una gran imprudencia. En ser
profetas o de calamidades o de bienestares que no se van a dar, ni una ni otra.
Se verá. Veremos lo que hace y ahí se evalúa. Siempre lo concreto».
Preguntado
sobre sus reformas y la «revolución» que lleva a cabo en la Iglesia,
responde que procura, «no sé si lo logro, hacer lo que manda el Evangelio. Eso
es lo que procuro. Soy pecador y no siempre lo logro, pero eso es lo que
procuro». La verdadera revolución, dice, es la santidad. Pero «yo no soy santo. No
estoy haciendo ninguna revolución. Estoy tratando de que el Evangelio vaya
adelante. Pero imperfectamente, porque pego patinazos a veces».
Tampoco
se siente Francisco un «incomprendido». «Me siento acompañado, y acompañado por
todo tipo de gente, jóvenes, viejos…», asegura. «Sí, alguno por ahí no está de
acuerdo, y tiene derecho, porque si yo me sintiera mal porque alguien no está
de acuerdo habría en mi actitud un germen de dictador. Tienen derecho a no
estar de acuerdo. Tienen derecho a pensar que el camino es peligroso, que puede
dar malos resultados, que… tienen derecho. Pero siempre que lo dialoguen, no
que tiren la piedra y escondan la mano, eso no. A eso no tiene derecho ninguna
persona humana. Tirar la piedra y esconder la mano no es humano, eso es
delincuencia. Todos tienen derecho a discutir, y ojalá discutiéramos más porque
eso nos pule, nos hermana. La discusión hermana mucho. La discusión con buena
sangre, no con la calumnia y todo eso…»
Fuente:
Alfa y Omega