¿Cómo puede ser compatible
su existencia con la misericordia divina?
Habitualmente,
cuando la respuesta a una consulta se puede encontrar en el Catecismo de la
Iglesia Católica, suelo utilizarlo para contestar. En este caso, bastaría con
decir que la doctrina católica sobre el infierno se encuentra en los números
1033-1037, y quedaría así zanjada la cuestión.
Pero
cuando se pregunta algo tan elemental, la cosa es diferente. Lo que dice el
Catecismo, al menos en lo fundamental, ya se sabe, y la verdadera cuestión es
que no se entiende cómo puede ser compatible la existencia del infierno
con la misericordia divina. Añadiendo, quizás, que ahora que tanto se
habla de misericordia no se entiende cómo la Iglesia sigue sosteniendo que
existe el infierno.
Podría
intentar responder a este planteamiento, pero sería un error por mi parte, pues
supondría aceptar implícitamente un desenfoque: el que la Iglesia es dueña y
señora de la doctrina que predica.
La
fe cristiana –pues de eso se trata, de una fe y no de una opinión- se basa en aceptar
la Revelación divina, la Palabra divina que quiere transmitir algo. Y para
verla hay que acudir a lo que predicó Jesucristo, a los Evangelios.
Hay
alguna cosa de los Evangelios que puede suscitar dudas o discusiones
sobre su significado. En este caso, no. Si uno los lee, podrá comprobar que son
muchas las referencias a ese castigo eterno.
Aquí
me limitaré a citar la que resulta más clara: la última parte del capítulo 25
del Evangelio de San Mateo (versículos 31 al 46). Trata del juicio final, que
describe a grandes rasgos. El último versículo, el 46, indica la ejecución de
la sentencia con estas palabras: E irán éstos (los condenados) al
suplicio eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna.
A
la vista de lo cual no queda más remedio que decir que sí, que sí existe el
infierno. Sólo a partir de aceptarlo se puede intentar comprender cómo son
compatibles la infinita justicia con la infinita misericordia.
Para
la teología, ésta es una de las numerosas paradojas a las que debe dar
respuesta, o darla en la medida de lo que puede la razón humana, pues estamos
ante misterios divinos que no podemos comprender del todo. En cualquier caso,
ninguna de estas paradojas se soluciona suprimiendo uno de los términos.
En
lo que aquí se plantea, la misericordia divina se manifiesta en que Dios envió
a su Hijo a morir en la cruz para salvarnos, y en que hasta el último momento
de esta vida está dispuesto a perdonar a quien acude a su misericordia. Pero
quien se empeña en no querer acudir…
JULIO DE LA VEGA-HAZAS
Fuente:
Aleteia