En el corazón de Dios es donde caben los más débiles
A veces me cuesta decidir,
optar, dejar algo que hago bien y empezar a hacer algo nuevo que no controlo.
Me da miedo el riesgo y confundirme. Perder lo que ya tengo, lo que ya gano, lo
que hago bien. Me asusta una apuesta que parece imposible por lograr algo
mejor. Tal vez me falta paciencia. Y me quedo en el esfuerzo. Quiero cambiar,
mejorar.
Dice
Carlos Moyá sobre Rafael Nadal: “Es
demasiado exigente consigo mismo y no se perdona el fallo. Tiene que intentar
cambiar un poco esto. Aunque no se trata de cambiar, es evolucionar y
atreverte”.
Tengo algo de perfeccionista. Quiero
hacer las cosas bien, perfectas. Me cuesta perdonarme el fallo. Quiero hacerlo bien todo, siempre. Y
busco a Dios para que se alegre con mi vida. Para que me
afirme.
Dios
guarda silencio en mi intento por mejorar, por hacerlo todo mejor. Tal vez
tengo que aprender a desprenderme de mis pretensiones, de mis deseos tan del mundo.
No quiero cambiar por cambiar. Pero
quiero crecer y ser mejor. En el fondo sé que a veces no busco la aprobación de
Dios, busco la de los hombres.
El otro día leía cómo la presencia de
Dios en nuestra vida no nos convierte en otras personas, seguimos siendo los
mismos: “Esta experiencia no hizo de mí un santo.
No perdí mis debilidades ni mis defectos, ni dejé de significar una carga para
otros ni de herirlos. Seguí siendo egoísta y hubo épocas en que incluso esta
vivencia de la presencia de Dios parecía totalmente olvidada. Más de una vez
quise instalarme definitivamente en esta tierra. Pero, pese a mis pecados, algo
subsistía, pues en la profundad de mi alma siempre supe que este mundo es
relativo, que la tierra no es nuestro hogar definitivo y que sólo a través del
muerte logramos la resurrección”.
Cuando
me ato más a Dios me hago más libre de los hombres. Pero me cuesta mucho. Cuando aprendo a estar con Dios en el
silencio de mi alma, en su silencio. Atento. Aguardando. Algo escucho. Pero se
me olvida. Quiero dejar de ser tan duro conmigo mismo. Quiero aceptar la
debilidad de mi carne.
Decía el papa Francisco a los jóvenes en
Cracovia: “Nos hará bien decir todas las mañanas en
la oración: – Señor, te doy gracias porque me amas; haz que me enamore de mi
vida. Es el tiempo para amar y ser amado. No os avergoncéis de llevarle todo,
especialmente las debilidades, las dificultades y los pecados, en la confesión.
Él sabrá sorprenderos con su perdón y su paz”.
Me gusta esa mirada sobre mi debilidad. Esa miseria reconocida que abre el
corazón del Padre. Lo miro conmovido. Quiero cambiar, es
verdad. Quiero ser mejor, menos egoísta, menos exigente conmigo y con los
demás. Más paciente y compasivo.
En la película Silencio, uno de los
protagonistas se pregunta: “¿Hay
lugar en este mundo para los débiles?”. En el corazón de Dios es donde caben los
más débiles.
Dios no puede hacer nada con los que
creen en sus propias fuerzas que los hacen capaces de todo. Pero sí con
aquellos que han caído, se han vuelto a levantar, han pedido perdón de
rodillas, han vuelto a comenzar creyendo en la misericordia de Dios.
En el corazón de Dios caben los que no
caben en el mío. Cuando no acepto el error que se vuelve a cometer una y otra
vez. La caída que se reitera. La miseria que se convierte en estilo de vida. Y
me vuelvo exigente. Con los que tropiezan siempre de nuevo y luego piden
perdón. Y no veo cambios. Y los exijo.
Pero Dios no es así conmigo. Sabe que los
cambios son lentos. No llegan con rapidez. A veces no llegan. ¡Cuánto me cuesta cambiar!
Se me llena la boca con el cambio. Pero
luego no quiero perder, dejar de hacer lo que hago bien. Arriesgarme a perderlo
todo. Nunca fui un jugador de póker. No apuesto sin cartas. Quiero tenerlo todo
seguro. No me arriesgo a dar la vida sin antes tener algo bien asegurado.
Por
si acaso.
No quiero perderlo todo. Y me vuelvo conformista. Me
acostumbro a lo de siempre. Soy el mejor en lo mío. En lo que hago con los ojos
cerrados. Pero no
quiero arriesgar nada.
Me asustan los cambios reales. Tengo
tomada la medida a mi vida y me da miedo dejar de ser lo que he soñado. Lo que
otros esperan. El cambio tiene algo de dolor. Da miedo el dolor. El cambio me
pide dejar y tomar cosas nuevas. Y cuesta hacerlo.
Pero me da miedo no crecer si no dejo
cosas. Si no las hago de forma diferente. No dejaré de ser débil nunca. No
lograré hacerlo todo bien siempre. Eso me alivia. Jesús no lo espera de mí. En
su silencio me aguarda siempre. Va conmigo y me sostiene. Su mano en mi mano.
Su pisada en mi pisada.
Estoy de paso por aquí. Sólo quiero
sembrar esperanza con mi vida. Sólo quiero ser fiel a Dios en mi alma. En lo
más hondo. Es el misterio al que Dios me llama. Me dice que lo siga siempre.
Que siga sus pasos torpemente. Y que confíe en que siempre, caído o levantado,
va a estar conmigo sosteniendo mi vida. Es el
mayor consuelo. Me da paz.
CARLOS PADILLA ESTEBAN
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Fuente: Aleteia