Francisco
señala que menudo, los recién casados se ven abandonados a sí mismos
El papa
Francisco recibió el pasado mes de enero en audiencia en el Vaticano a los
prelados auditores, oficiales, abogados y colaboradores del Tribunal de la Rota
Romana con motivo de la solemne inauguración del Año Judicial. Después
del saludo del decano, Mons. Pio Vito Pinto, el Papa dirigió a los
presentes el siguiente discurso:
“Queridos jueces, oficiales, abogados y
colaboradores del Tribunal Apostólico de la Rota Romana.
Extiendo a cada
uno de vosotros mi cordial saludo, empezando por el Colegio de los prelados
auditores con el Decano, Mons. Pío Vito Pinto, a quien agradezco sus palabras,
y el pro-decano, quien recientemente fue nombrado para este puesto. Deseo a
todos que vuestro trabajo esté a la enseña de la serenidad y del amor ferviente
de la Iglesia en este año judicial que hoy inauguramos.
Hoy me gustaría
volver al tema de la relación entre la fe y el matrimonio, en particular, sobre
las perspectivas de fe inherentes en el contexto humano y cultural en que se
forma la intención matrimonial. San Juan Pablo II explicó muy bien, a la luz de
la enseñanza de la Sagrada Escritura, “el vínculo tan profundo que hay entre el
conocimiento de fe y el de la razón […]. La peculiaridad que distingue el texto
bíblico consiste en la convicción de que hay una profunda e inseparable unidad
entre el conocimiento de la razón y el de la fe.. “(Enc. Fides et ratio, 16).
Por lo tanto,
cuanto más se aleja de la perspectiva de la fe, tanto más,” el hombre se
expone al riesgo del fracaso y acaba por encontrarse en la situación del
‘necio'”. Para la Biblia, en esta necedad hay una amenaza para la vida. En
efecto, el necio se engaña pensando que conoce muchas cosas, pero en realidad
no es capaz de fijar la mirada sobre las esenciales. Ello le impide poner orden
en su mente (cf. Pr 1, 7) y asumir una actitud adecuada para
consigo mismo y para con el ambiente que le rodea. Cuando llega a afirmar:
‘Dios no existe’ (cf. Sal 14 [13], 1), muestra con claridad
definitiva lo deficiente de su conocimiento y lo lejos que está de la verdad
plena sobre las cosas, sobre su origen y su destino” (ibid., 17).
Por su parte,
el Papa Benedicto XVI, en el último discurso que les dirigió recordaba que
“sólo abriéndose a la verdad de Dios […] se puede entender, y realizar en lo
concreto de la vida, también en la conyugal y familiar, la verdad del hombre
como hijo suyo, regenerado por el bautismo […]. El rechazo de la propuesta
divina, de hecho conduce a un desequilibrio profundo en todas las relaciones
humanas […], incluyendo la matrimonial” (26 de enero de 2013).
Es muy
necesario profundizar en la relación entre amor y verdad. “El amor
tiene necesidad de verdad. Sólo en cuanto está fundado en la verdad, el amor
puede perdurar en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer
firme para dar consistencia a un camino en común. Si el amor no tiene que ver
con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la prueba
del tiempo. El amor verdadero, en cambio, unifica todos los elementos de la
persona y se convierte en una luz nueva hacia una vida grande y plena. Sin
verdad, el amor no puede ofrecer un vínculo sólido, no consigue llevar al «yo»
más allá de su aislamiento, ni librarlo de la fugacidad del instante para
edificar la vida y dar fruto.” (Enc. Lumen fidei, 27).
No podemos
ignorar el hecho de que una mentalidad generalizada tiende a oscurecer el acceso
a las verdades eternas. Una mentalidad que afecta, a menudo en forma amplia y
generalizada, las actitudes y el comportamiento de los cristianos (cfr.
Exhort. ap Evangelii gaudium, 64), cuya fe se debilita y pierde la
originalidad de criterio interpretativo y operativo para la existencia
personal, familiar y social. Este contexto carente de valores religiosos y de fe, no
puede por menos que condicionar también el consentimiento matrimonial.
Las
experiencias de fe de aquellos que buscan el matrimonio cristiano son muy
diferentes. Algunos participan activamente en la vida parroquial; otros se
acercan por primera vez; algunos también tienen una vida de intensa oración;
otros están, sin embargo, impulsados por un sentimiento religioso más genérico;
a veces son personas alejadas de la fe o que carecen de ella.
Ante esta
situación, tenemos que encontrar remedios válidos. Indicó un primer
remedio en la formación de los jóvenes a través de un adecuado proceso de
preparación encaminado a redescubrir el matrimonio y la familia según el plan
de Dios. Se trata de ayudar a los futuros cónyuges a entender y disfrutar
de la gracia, la belleza y la alegría del amor verdadero, salvado y redimido
por Jesús.
La comunidad
cristiana a la que los novios se dirigen está llamada a anunciar el Evangelio
cordialmente a estas personas, para que su experiencia de amor puede
convertirse en un sacramento, un signo eficaz de la salvación. En esta
circunstancia, la misión redentora de Jesús alcanza al hombre y a la mujer en
lo concreto de su vida de amor. Este momento se convierte para toda la comunidad
en una ocasión extraordinaria de misión.
Hoy más que
nunca esta preparación se presenta como una ocasión verdadera y propia de evangelización
para los adultos y, a menudo, de los llamados lejanos. De hecho, son muchos
los jóvenes para los que el acercarse de la boda representa una
ocasión para encontrar de nuevo la fe, relegada durante mucho tiempo al margen
de sus vidas; por otra parte se encuentran en un momento particular, a menudo
caracterizado por una disposición a analizar y cambiar su orientación
existencial. Puede ser así un momento favorable para renovar su encuentro con
la persona de Jesucristo, con el mensaje del Evangelio y la doctrina de la
Iglesia.
Por lo tanto,
es necesario que los operadores y los organismos encargados de la pastoral
familiar estén motivados por la fuerte preocupación de hacer cada vez más
eficaces los itinerarios de preparación para el sacramento del matrimonio, en
pro del crecimiento no solamente humano, sino sobre todo de la fe de los
novios. El propósito fundamental de los encuentros es ayudar a los novios
a realizar una inserción progresiva en el misterio de Cristo, en la Iglesia y
con la Iglesia. Esto lleva aparejada una maduración progresiva en la fe, a
través de la proclamación de la Palabra de Dios, de la adhesión y el generoso
seguimiento de Cristo.
El fin de esta
preparación es ayudar a los novios a conocer y vivir la realidad del
matrimonio que quieren celebrar, para que lo hagan no sólo válida y
lícitamente, sino también fructuosamente, y para que estén dispuestos a
hacer de esta celebración una etapa de su camino de fe. Para lograrlo,
necesitamos personas con competencias específicas y adecuadamente preparadas
para ese servicio, en una sinergia oportuna entre sacerdotes y parejas de
cónyuges.
Con este
espíritu, quisiera reiterar la necesidad de un “nuevo catecumenado”, en
preparación al matrimonio. En respuesta a los deseos de los Padres del último
Sínodo Ordinario, es urgente aplicar concretamente todo lo ya propuesto en la Familiaris
consortio (n. 66), es decir, que así como para el bautismo de los
adultos el catecumenado es parte del proceso sacramental, también la
preparación para el matrimonio debe convertirse en una parte integral de todo
el procedimiento de matrimonio sacramental, como un antídoto para evitar la
proliferación de celebraciones matrimoniales nulas o inconsistentes.
Un segundo
remedio es ayudar a los recién casados a proseguir el camino en la fe y en la
Iglesia también después de la celebración de la boda. Es necesario identificar
con valor y creatividad, un proyecto de formación para las parejas jóvenes, con
iniciativas destinadas a aumentar la toma de conciencia sobre el sacramento
recibido. Se trata de animarles a considerar los diversos aspectos de su vida
diaria como pareja, que es un signo e instrumento de Dios, encarnado en la
historia humana.
Pongo dos
ejemplos. En primer lugar, el amor con que vive la nueva familia tiene su raíz
y fuente última en el misterio de la Trinidad, de la que lleva siempre este
sello a pesar de las dificultades y las pobrezas con que se deba enfrentar en
su vida diaria. Otro ejemplo: la historia de amor de la pareja cristiana es
parte de la historia sagrada, ya que está habitada por Dios y porque Dios nunca
falta al compromiso asumido con los cónyuges el día de su boda; Efectivamente
es “un Dios fiel y no puede negarse a sí mismo” (2 Tim 2:13)
.
La comunidad
cristiana está llamada a acoger, acompañar y ayudar a las parejas jóvenes, ofreciendo
oportunidades apropiadas y herramientas –empezando por la participación en la
misa dominical –para fomentar la vida espiritual, tanto en la vida familiar, como
parte de la planificación pastoral en la parroquia o en las agregaciones.
A menudo, los
recién casados se ven abandonados a sí mismos, tal vez por el simple hecho de
que se dejan ver menos en la parroquia; como sucede sobre todo cuando nacen los
niños. Pero es precisamente en estos primeros momentos de la vida familiar
cuando hay que garantizar más cercanía y un fuerte apoyo espiritual, incluso en
la tarea de la educación de los hijos, frente a los cuales son los primeros
testigos y portadores del don de la fe. En el camino de crecimiento humano y
espiritual de la joven pareja es deseable que existan grupos de referencia
donde llevar a cabo un camino de formación permanente: a través de la escucha
de la Palabra, el debate sobre cuestiones que afectan a la vida de las
familias, la oración, el compartir fraterno.
Estos dos
remedios que he mencionado están encaminados a fomentar un contexto apropiado
de fe en el que celebrar y vivir el matrimonio. Un aspecto tan crucial para la
solidez y la verdad del sacramento nupcial llama a los párrocos a ser cada vez
más conscientes de la delicada tarea que se les ha encomendado en la guía del
recorrido sacramental de los novios, para hacer inteligible y real en ellos la
sinergia entre foedus y fides.
Se trata de
pasar de una visión puramente jurídica y formal de la preparación de los
futuros cónyuges a una fundación sacramental ab initio, es decir,
de camino a la plenitud de su foedus-consenso elevado por Cristo
a sacramento. Esto requerirá la generosa contribución de cristianos adultos,
hombres y mujeres, que apoyen al sacerdote en la pastoral familiar para la
construcción de la “obra maestra de la sociedad, la familia, el hombre y la
mujer que se aman” (Catequesis, 29 abril 2015) según “el luminoso plan de
Dios (Palabras al Consistorio Extraordinario, 20 febrero 2014).
El Espíritu
Santo, que guía siempre y en todo al pueblo santo de Dios, ayude y sostenga a
todos aquellos, sacerdotes y laicos, que se comprometen y se comprometerán en
este campo, para que no pierdan nunca el impulso y el valor de trabajar en pro
de la belleza de las familias cristianas, a pesar de las ruinosas amenazas de
la cultura dominante de lo efímero y lo provisional.
Queridos
hermanos, como ya he dicho varias veces, hace falta mucho valor para
casarse en el momento en el que vivimos. Y cuantos tienen la fuerza y la
alegría de dar este paso importante deben sentir a su lado el amor y la
cercanía concreta de la Iglesia. Con esta esperanza, renuevo mis mejores deseos
de buen trabajo para el nuevo año, que el Señor nos da. Les aseguro mi oración
y cuento con la vuestra mientras os imparto de corazón la bendición
apostólica”.
Fuente:
Zenit