No cuesta nada decir cosas
bonitas, lo que cuesta caro es el arrepentimiento de lo que no decimos por
orgullo, comodidad o miedo
No
cuesta un peso elogiar el corte de pelo, decir cuánto te gusta la blusa que
lleva o qué agradable encuentras su compañía.
Tenemos
el placer de convivir con personas increíbles, que
comparten historias fantásticas, que admiramos tanto, pero ellas casi
nunca llegan a saber esas cosas buenas que pensamos de ellas.
Nos
gusta su garra y su coraje, y nos encanta la manera en que nos hace
sonreír con ese chiste sin gracia. Pero, por orgullo, o por comodidad, no
hablamos, dejamos pasar los “te echo de menos” y “te quiero” enterrados en
nuestros corazones.
Dejamos
pasar la risa sincera, el amor bonito y pensamos que no hace falta
decir cómo esa forma única de ser del otro es importante y cómo hace cambiar
nuestro día a día.
No
elogiamos el bizcocho caliente hecho por mamá, cuando
llegamos cansados del trabajo, y la nota escrita con palabras que dan
calor a nuestro corazón. No devolvemos esos gestos, no
hablamos, y acabamos por no decir al otro que ocupa un lugar muy
significativo en nuestras vidas.
Ignoramos
los mensajes, hacemos poses de dureza y nos olvidamos de decirle qué bonita
sonrisa tiene, o cuánto admiramos su dedicación en los estudios, en el trabajo,
y lo gracioso que es cuando se pone serio.
Las
personas insisten en mostrar su afecto con regalos caros, cayendo en la
trampa de creer que las cosas valiosas pueden ser sustituidas por
precios abusivos que nos saltan a los ojos, pero no al corazón.
No
cuesta dinero decirle a ella qué bonita está con ese vestido, y qué lindo le
queda ese peinado. Cuesta “cero” decirle que esa comida preparada con tanto
cariño está deliciosa, y cómo nos encanta ver una película de cine con esa
persona.
Desperdiciamos
nuestro tiempo diciendo tonterías, groserías, y ofreciendo al otro cada
vez menos nuestro tiempo y cada vez más nuestras fallidas disculpas.
No
cuesta nada decir cuánto nos gustan sus abrazos, sus besos, el olor de su ropa,
su risa, su sonrisa, el hoyuelo de su mejilla. No cuesta nada decirle cuánto le
admiras y cómo le echas de menos cuando no está contigo. Decirle qué bien le
sientan las gafas, y cómo adoras su forma de hablar de la vida, de las cosas y
del amor.
No
te pongas límites a decirle cuánto te gusta su compañía, su rostro. No
dejes de elogiar ese bizcocho calentito, esa comida diaria, y ese beso de
buenos días antes de ir al trabajo. No cuesta nada decir cosas bonitas, lo que
cuesta caro es el arrepentimiento de lo que no dijimos por orgullo, por
comodidad o por falta de valor, cuando ya es demasiado tarde.
CONTIOUTRA
Fuente:
Aleteia