Una voluntaria polaca de 25 años fue asesinada durante
un robo en Cochabamba, en donde habría pasado 6 meses al servicio de un
orfanato. Se trata de una práctica cada vez más difundida
Morir en misión a los 25 años, mientras
se donan algunos meses de la propia vida al servicio a los demás. Es muy duro
el rostro del martirio que está viviendo la Iglesia polaca en estos días a
través de la historia de Helena Kmieć, una chica que falleció en Bolivia
durante un trágico robo fallido en la estructura a la que llegó como voluntaria
dos semanas antes.
Hace
apenas seis meses, Helena estaba en Cracovia, entre los voluntarios de la JMJ.
Esa joven estudiante de 25 años, tan activa en el grupo juvenil vinculado con
los Misioneros salvatorianos, no podía faltar.
Durante la Vigila en el Campus
Misericordia escuchó a Papa Francisco animar a su generación con las palabras
sobre el «felicidad de sillón», y las hizo propias: no es posible ser joven y
quedarse arrellanado en un sillón cerrando los ojos ante la realidad del mundo.
Pero justamente en esos días, en Cracovia, se encontró también con las monjas
de Debica y escuchó que hablaban de su orfanato en Cochabamba. Así, al volver a
casa, maduró la idea: después de acabar sus estudios en Ingeniería química, en
el Politécnico de Slesia, habría ido a Bolivia algunos meses para ayudar a los
niños. Además ya había tenido otras experiencias, más breves, en otras
realidades de Rumania, Hungría y Zambia.
Partió
el 9 de enero pasado, en compañía de una amiga del mismo grupo de voluntariado
salvatoriano. Habrían debido quedarse hasta finales de junio. Pero el martes
pasado por la noche, en el orfanato de las monjas en Cochabamba, se consumó la
tragedia: Helena fue acuchillada en lo que parece haber sido un intento de robo
fallido. Inmediatamente después llegaron los socorristas, pero no le pudieron
salvar la vida.
En
el dolor inmenso de la familia y de todos sus amigos, el padre Adam Ziolkowski,
responsable de los proyectos de voluntariado misionero para los jóvenes,
recuerda que Helena era «una persona que no dejaba escapar ninguna oportunidad
para ayudar a los demás». Es una definición que ayuda a extender la mirada para
considerar bien todo un fenómeno que va más allá de la historia de esta joven
chica polaca.
La
presencia de los jóvenes, incluso durante periodos breves, es, efectivamente,
uno de los rostros más interesantes de la misión en la actualidad. Además del
sacerdote, de la monja o del laico que han decidido consagrar por completo la
propia vida a la evangelización y al servicio a los pobres, en las periferias
del mundo no es raro encontrar a algún joven de 20 años que llegó de un país
lejano, tal vez para pasar solo un poco de tiempo diferente durante el verano.
Presencias que no son improvisadas: casi siempre están relacionadas con caminos
vividos con los institutos misioneros, como pasó con Helena. Caminos de
discernimiento vocacional a todo terreno, acogidos cada año con gran entusiasmo
por cientos de jóvenes que pertenecen a una generación con mayores
posibilidades para moverse en el mundo y más acostumbrados a los viajes.
Con
la trágica muerte de Helena Kmieć también este tipo de experiencias entran a
formar parte del martirologio de la Iglesia de hoy. Hay que recordar que el
tiempo que estos jóvenes ponen a disposición en el mundo es un don precioso. Y
sin reservas.
GIROGIO BERNARDELLI
Fuente: Vatican Insider