El alma tibia intenta hacer
compatible el amor a Dios con el egoísmo, las transigencias, los abandonos
"Conozco
tus obras y que no eres frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; más
porque eres tibio y no eres ni caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi
boca" (Apocalipsis 3, 15). Es un peligro más solapado que el pecado.
Santo
Tomás habla de "cierta tristeza por la que el hombre se vuelve tardo,
perezoso o indolente, para realizar actos espirituales a causa del esfuerzo que
comportan".
La
tibieza se opone a la Cruz de Cristo pues en el entorno de la Pasión y muerte
de Nuestro Señor, todo es gracia, amor, magnanimidad y grandeza; la tibieza
lleva a no percibir la grandeza -del Crucificado, del Resucitado- cuando ésta
está presente. Un día acudí a contemplar el Cristo yacente de El Pardo; subía
al catafalco un matrimonio; el marido le dijo a su mujer: no subas, sólo es un
muerto. Eso es la tibieza, no apreciar la grandeza cuando está ante nosotros.
Por eso, el catolicismo no es cuestión de persuasión, sino de grandeza.
El
alma "quiere" acercarse a Dios pero con poco esfuerzo: "Cómo vas
a salir de ese estado de tibieza, de lamentable languidez, si no pones los
medios! Luchas muy poco y, cuando te esfuerzas, lo haces como por rabieta y con
desazón, casi con deseo de que tus débiles esfuerzos no produzcan efecto, para
así autojustificarte: para no exigirte y para que no te exijan más. Estás
cumpliendo tu voluntad; no la de Dios. Mientras no cambies, en serio, ni serás
feliz, ni conseguirás la paz que ahora te falta. Humíllate delante de Dios, y
procura querer de veras" (Surco, 146).
El
alma tibia intenta hacer compatible el amor a Dios con el egoísmo, las
transigencias, los abandonos: una vela encendida a San Miguel, y otra al
diablo, por si acaso: "Chapoteas en las tentaciones, te pones en peligro,
juegas con la vista y con la imaginación, charlas de... estupideces. Y luego te
asustas de que te asalten dudas, escrúpulos, confusiones, tristeza y
desaliento. Has de concederme que eres poco consecuente" (Surco, 132).
Si
el pecado mortal mata la vida de la gracia en el alma, la tibieza es una grave
enfermedad: "No quieres ni lo uno -el mal- ni lo otro -el bien-... Y así,
cojeando con entrambos pies, además de equivocar el camino, tu vida queda llena
de vacío" (Camino, 540).
Una
persona tibia es la que "está de vuelta", un alma cansada de luchar,
que ha perdido a Cristo en el horizonte de su vida. Supone, sobre todo una
crisis de esperanza que son las peores pues "tanto alcanzas cuanto
esperas" (Santa Teresa). "La tibieza, hijos míos, supone una grave
enfermedad de la voluntad. Con una mirada apagada para el bien y otra más
penetrante hacia lo que alaga el propio yo, la voluntad tibia acumula en el
alma posos y podredumbre de egoísmo y de soberbia que, al sedimentar, producen
un progresivo sabor carnal en todo el comportamiento. Si no se ataja ese mal,
toman fuerza, cada vez con más cuerpo, los anhelos más desgraciados, teñidos
por esos posos de tibieza: y surge el afán de compensaciones; la irritabilidad ante
la más pequeña exigencia o sacrificio; las quejas por motivos banales; la
conversación insustancial o centrada en uno mismo, ya que un síntoma peculiar
de la tibieza se define en aquel non cogitare nisi de se que se exterioriza en
non loqui nisi de se. Aparecen las faltas de mortificación y de sobriedad; se
despiertan los sentidos con asaltos violentos, se resfría la caridad, y se
pierde la vibración apostólica para hablar de Dios con garra" (Beato
Álvaro, Carta, 9.1.1980, n. 31).
Cristo, para un alma tibia es sólo una figura desdibujada, inconcreta, de rasgos indefinidos y un poco indiferente: "Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. —Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... — Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡Él!" (Camino, 212).
Queda
en el alma un vacío interior que el tibio intenta llenar con otras cosas, con
sustitutivos de Dios. A veces con el propio estudio o trabajo y, algo que es
santificable y santificador, se convierte en campo para afirmaciones
personales. Otras, con pasarlo bien, moverse de un lado para otro de, tal
manera que no pueda quedarme a solas con mi conciencia: lo paso bien pero sé
que no estoy bien. El tibio suele llenarse de ideologías, teorías, o de
"cultura" que justifiquen su actuación; o con la impureza, con la
búsqueda del placer que deja todavía más vacío.
La
fe está como adormecida. A una situación así no se llega de pronto, de la noche
a la mañana, sino que viene precedida de un conjunto de pequeñas infidelidades,
abandonos y dejaciones. Descuido habitual de las cosas pequeñas; pereza para
levantarse por la mañana y vivir el hodie, nunc. El tibio nunca acaba nada,
todo lo deja inacabado, incompleto: método de inglés, terminar de leer un
libro, guitarra, bicicleta, flamenco, jardinería, bricolage, atletismo, nadar,
correr, pasear, ir al monte. Tiene falta de contrición y de dolor ante los errores
y pecados personales. Hay una ausencia de metas concretas, de ideales, de
ilusiones para mejorar en el trato con Dios o en el trato con los demás.
La
respuesta del tibio a la pregunta ¿cómo estás? es siempre "pues ya lo ves,
aquí, tirando"; se ha dejado de luchar, o esa lucha es ficticia o
ineficaz. El lema del tibio es "no hay que excederse", pues se
instala en el conformismo y la mediocridad: el tibio es siempre mediocre.
Además justifica su poca lucha y su falta de exigencia personal con diversas
razones: de naturalidad, todo el mundo hace lo mismo, no se puede ir por
la vida dando bofetadas morales; de eficacia, yo pasando inadvertido puedo
ayudar más a los otros pues si te significas, te encasillan, te etiquetan y ya
pierde eficacia tu apostolado porque te consideran un beato (el apóstol tibio:
ése es el gran enemigo de las almas); de salud, ya me gustaría a mí, pero
es que tengo la tensión baja. Estas razones hacen que el tibio sea comprensivo
e indulgente con sus propios defectos, apegos y comodidades y, al mismo tiempo
y en las mismas cosas en las que él falla, absolutamente intransigente con los
demás.
¿Quieres
saber si eres tibio? Apunta: si aciertas todas, bingo y si no, al menos, línea:
"1º Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se
refieren al Señor; 2º si buscas con cálculo o "cuquería" el modo
de disminuir tus deberes; 3º si no piensas más que en ti y en tu
comodidad; 4º si tus conversaciones son ociosas y vanas; 5º si no
aborreces el pecado venial; 6º si obras por motivos humanos.
La
vida del tibio es la de un hombre dividido, sin unidad, tal como se refleja en
este punto de Surco, 166 "En tu vida hay dos piezas que no encajan: la
cabeza y el sentimiento. La inteligencia iluminada por la fe te muestra
claramente no sólo el camino, sino la diferencia entre la manera heroica y la
estúpida de recorrerlo. Sobre todo, te pone delante la grandeza y la hermosura
divina de las empresas que la Trinidad deja en nuestras manos.
El
sentimiento, en cambio, se apega a todo lo que desprecias, incluso mientras lo
consideras despreciable. Parece como si mil menudencias estuvieran
esperando cualquier oportunidad, y tan pronto como por cansancio físico o por
pérdida de visión sobrenatural tu pobre voluntad se debilita, esas pequeñeces
se agolpan y se agitan en tu imaginación, hasta formar una montaña que te
agobia y te desalienta: las asperezas del trabajo; la resistencia a obedecer;
la falta de medios; las luces de bengala de una vida regalada; pequeñas y
grandes tentaciones repugnantes; ramalazos de sensiblería; la fatiga; el sabor
amargo de la mediocridad espiritual... Y, a veces, también el miedo: miedo
porque sabes que Dios te quiere santo y no lo eres.
Permíteme
que te hable con crudeza. Te sobran "motivos" para volver la cara, y
te faltan arrestos para corresponder a la gracia que Él te concede, porque te
ha llamado a ser otro Cristo, ¡pse Christus! el mismo Cristo. Te has olvidado
de la amonestación del Señor al Apóstol: "¡te basta mi gracia!", que
es una confirmación de que, si quieres, puedes.
Contra
la tibieza, espíritu de examen, valentía y reaccionar acudiendo a la Virgen
pues, a veces "Te falta la madurez y el recogimiento propios de quien
camina por la vida con la certeza de un ideal, de una meta. Reza a la Virgen
Santa, para que aprendas a ensalzar a Dios con toda tu alma, sin dispersiones
de ningún género" (Surco, 553). "El amor a nuestra Madre será
soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en
el rescoldo de tu tibieza" (Camino, 492).
Por:
Padre Javier Muñoz-Pellín