Todo el mundo, fino y atento a las cosas del alma, conoce su mejor libro titulado “Siete Armas Espirituales”
He
aquí otra chica con inquietudes espirituales a la que no le seducen los
encantos y esplendores de los palacios reales.
Efectivamente,
era hija de una familia ilustre de Italia. Vivía encantada con la princesa
Margarita, hija de Nicolás de Est, marqués de Ferrara.
Desde
que naciera en el año 1413, y se fue haciendo una joven muy guapa, notaba de
día en día que su camino no era la corte ni las riquezas.
A
la temprana edad de los doce años buscaba con anhelo en dónde ser mejor y
hallar más pronto la perfección a la que Dios nos llama a cada ser humano.
Una
vez que la princesa Margarita contrajo matrimonio, ella pudo respirar a pleno
pulmón. Se había quedado libre de toda atadura a la corte.
Llegó
para ella el momento en el cual, aunque con muchas dificultades, se decidió por
entrar en el convento de las Terciarias de san Francisco de Asís.
La
dejaron entrar, y ella se sintió más feliz que nunca. Al comenzar su vida de
relaciones humanas con las hermanas, todas se quedaban contentas por su trato,
sus atenciones personalizadas y por su grado de santidad y de bondad que
reflejaba su lindo rostro, imagen de su casta alma. En el capítulo en el cual
se elige a la madre abadesa, todas las hermanas pensaron casi unánimemente que
la mejor sería Catalina.
En
este convento estuvo toda su vida, hasta el año de su muerte que tuvo lugar en
1463.
Escribió
muchos libros acerca de la piedad y de la vida religiosa. Todo el mundo, fino y
atento a las cosas del alma, conoce su mejor libro titulado “Siete Armas
Espirituales”. Ella, en su sencillez y con las mejores intenciones, se lo
dedicó a todo aquel o aquella que sufra tentaciones.
El
Papa Clemente VIII la inscribió en el martirologio incruento y Benedicto XIII
la llevó a la gloria de los altares.
Fuente:
ACI