Que el amor humano sea
imperfecto no significa que sea falso o que no sea real
Estoy
convencido de una cosa, no soy totalmente bueno. Parece evidente. Pero no
siempre me resulta fácil aceptarlo. Sé que en lo más profundo de mi corazón se
mezclan los sentimientos.
Me
gustaría hacer cosas grandes, subir altas cumbres, navegar mares profundos.
Pero una y otra vez me conformo con las cosas pequeñas, no avanzo y soy
mediocre.
Creo
que soy alegre. Que tengo capacidad para disfrutar la vida. Y tantas veces más
tarde, en el devenir de los días, no soy tan alegre como quisiera. Y si mi
estado de ánimo no es bueno por ciertas circunstancias, yo no ayudo a mejorar
las cosas con mi sonrisa.
Pienso
que soy flexible, al menos es lo que yo creo, pero luego soy más rígido que una
barra de hierro. No me dejo tocar, no me dejo moldear. Digo que soy sociable
pero luego no me abro con facilidad a nadie. Digo que soy generoso pero luego
vivo buscando de forma egoísta mi bienestar.
Digo
que me gusta rezar pero luego me lleno el corazón de ruidos, no desconecto
nunca, y siempre tengo algo que hacer antes que permanecer callado y en
silencio. Digo que estoy dispuesto a besar la cruz de Jesús, mi propia cruz en
medio de la vida, pero luego rehúyo rápidamente cualquier posible sufrimiento.
Digo
que estoy dispuesto a todo lo que Dios me pida o me mande, pero luego soy el
primero en negarme a hacer lo que otros no pueden o no quieren hacer. Digo que
me gusta servir pero siempre espero el reconocimiento de los demás y mi
servicio suele ser interesado.
Digo
con vehemencia que es malo criticar porque envenena el alma. Pero luego soy el
primero en hablar mal de otros. Digo que quiero a Jesús, que lo amo con locura,
pero luego no sé verlo en los que más sufren, en los que tengo más cerca, en
los que me suplican compasión cada mañana.
Debe
ser que no acabo de reconocer en mi interior esas sombras con las que convivo: “Todo
hombre lleva en su interior cosas buenas y malas, la luz y la sombra. No nos
gusta reconocer el lado oscuro de nuestro interior. Reprimimos nuestros
aspectos sombríos desplazándolos hacia el subconsciente y nos creamos una
imagen propia, compuesta únicamente de cualidades positivas. Poco a apoco
nos vamos convenciendo de que somos como desearíamos ser”[1].
Tengo
luces y sombras en el interior de mi corazón. Así lo expresaba el papa
Francisco hablando del amor conyugal: “Todos somos una compleja
combinación de luces y de sombras. El otro no es sólo eso que a mí me
molesta. Es mucho más que eso. Por la misma razón, no le exijo que su amor sea
perfecto para valorarlo. Me ama como es y como puede, con sus límites, pero que
su amor sea imperfecto no significa que sea falso o que no sea real. Es real,
pero limitado y terreno. Por eso, si le exijo demasiado, me lo hará saber
de alguna manera, ya que no podrá ni aceptará jugar el papel de un ser divino
ni estar al servicio de todas mis necesidades. El amor convive con la
imperfección, la disculpa, y sabe guardar silencio ante los límites del ser
amado”.
Quiero aceptar
mis sombras, mi oscuridad, mi pecado, mis límites. Tengo una capacidad limitada
de amar. Pero no por ello mi amor no es verdadero. Tengo una limitada capacidad
para seguir a Jesús, pero eso no indica que no lo quiera seguir.
Quiero
aceptar mis límites y reconocer que estoy lejos del que sueño con llegar a ser.
Y a la vez estoy cerca porque confío. Porque creo en el poder de Dios
trabajando sobre mi barro. Esculpiendo. Moldeando.
Pero
no quiero reprimir lo que no acepto en mí para que no enturbie el ideal que
mueve mi alma. Quiero ser capaz de verme tal como soy. Porque sé que eso me
libera. Lo tengo claro: puedo ser un gran santo o un gran impostor. Un hombre
bueno o un hombre superficial y egoísta.
Está
en mis manos. Estoy en las manos de Dios. Sé que toda mi vida me moveré sobre
esa cuerda floja de la vida agarrado a la esperanza. Confiando en las manos de
Dios mientras me guía los pasos. Paso a paso. Lentamente. Reconociendo mi luz.
Aceptando mi noche. Despertando a la vida y no dejándome llevar nunca por el
desánimo. Puedo hacerlo. Él puede hacerlo dentro de mi alma.
[1] Franz Jalics, Ejercicios de contemplación, 52
CARLOS PADILLA ESTEBAN
Fuente:
Zenit






