Los sacerdotes también
somos humanos
Ese
domingo me había despertado muy contento a celebrar en la parroquia.
Prácticamente salté de la cama para arreglarme y llegar temprano a mi cita con
el Señor y su pueblo. La Eucaristía fue muy bonita y terminando unas señoras me
dijeron: “Padre, ¿nos puede confesar?”.
Eran
solamente tres así que acepté… pero entonces comenzaron a llegar más y más y
todavía más, sin decirles cuántas personas para que no me digan exagerado, pero
me levanté tres horas después, con hambre, sed y ganas de irme a descansar un ratito.
Iba
ya muy contento de regreso al seminario y salió a mi encuentro una señora que
me preguntó: “¿Usted es el padre verdad? Mi papá murió ayer y lo van a
enterrar hoy y no he podido encontrar un sacerdote”. Interiormente pensé:
“Señor, sí que quieres que trabaje en tu nombre hoy, te pido sólo que le des
paz a mi estómago”.
Celebré
la Eucaristía de don Carlos, en paz descanse, y decidí irme en taxi a mi casa
para desayunar y recostarme un poco… aunque parece que no es cansado, celebrar
dos misas y confesar tres horas con el estómago vacío no es tan fácil como
parece.
Así
que rápidamente y con la ilusión de un niño me disponía a comerme un sandwich…
y como en cámara lenta llega un hermano y me dice: “Te buscan, el párroco
se enfermó y no hay quien celebre misa de una…” De inmediato salió mi humana
debilidad y brilló dentro de mí un reclamo a Dios: “Pero Señor, estás
viendo que todavía ni desayuno… Con gusto voy pero después, dame un poco de
tiempo… o mejor aún: manda a otro cura”.
No
deja de sorprenderme cómo es Dios porque acabando de reclamarle escuché
claramente que me decía: “El día de tu ordenación me dijiste que te
entregarías completamente a mí y a mi pueblo… además ve a esta misa, te tengo
una sorpresa”.
Le
mordí rápido a mi sandwich y fui a misa francamente enojado, me puse en camino
más por obligación que por ganas.
Pero
en cuanto entré a la sacristía y me revestía mi enojo comenzó a bajar, se
acercaron unos esposos a decirme: “Padre, nuestra hija se intentó quitar la
vida hace un mes y hemos logrado que venga a misa, póngala en sus intenciones
por favor” (así que esta era la sorpresa, Dios me había enviado a esta
misa para que le hablara a esta hija suya que estaba en tanta necesidad).
Y
es que siendo sacerdote te das cuenta de que las casualidades no existen,
Dios mismo es el que nos pone en camino, era maravilloso porque el
evangelio de ese día era justo para esta muchacha: “Vengan a mí todos los que
están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”.
Salí
a la Eucaristía convencido de que era Dios quien me había puesto allí; antes
de comenzar le pedí ante el Sagrario que fuera Él mismo el que hablara, no yo,
le recordé que tenía hambre y estaba un poco enojado…
La
celebración estuvo llena de unción, estoy convencido de que fue Jesús mismo el
que la guió, no sé cómo explicarlo, soy muy deficiente hilando ideas, pero la
homilía de ese día salió de Dios mismo, hasta el día de hoy no me explicó
lo que pasó, las palabras de Jesús eran confortación, caricia, fortaleza,
ánimo…
Al
terminar la santa misa, se acercaron de nuevo los esposos, esta vez con la
joven llorando y abrazándome: “Padre, me hacía tanta falta escuchar todo lo que
ha dicho, necesito tanto de la ayuda de Dios, me he alejado tanto de Él, ahora
sólo quiero estar delante de Él y pedirle que me ame y me ayude a seguir
adelante…”.
Cuando
la joven me abrazó, escuché el susurro de Dios: “Te necesitaba en esta
eucaristía, por eso hice que vinieras, no lo pude haber hecho sin ti”.
Me
encanta el buen Jesús y cómo se las ingenia para llegar a donde lo necesitan. La
joven que intentó suicidarse ahora es la más puntual en misa de una, Dios
cambió su vida.
Y
desde ese día, cada vez que me siento cansado o enojado por el exceso de
trabajo pienso: “Anda, dale, ve a misa y vívela como tu primera y última misa,
Dios te necesita”.
Y
parece que Dios me contesta: “Tranquilo, ve, yo celebraré en tú lugar, préstame
sólo tus manos y tu boca…”.
Te
pido una oración especial por el sacerdote de tu parroquia, seguramente él
también irá enojado y sin desayunar a misa alguna vez…
Sergio Argüello
Vences
Fuente:
Aleteia