«Cuando algo se intercambia por dinero, es una mercancía»
Defensores
cristianos de la vida del no nacido, feministas abortistas y víctimas de la
gestación subrogada han unido sus voces para pedir ante la Comisión sobre el
Estatus de las Mujeres de Naciones Unidas que se prohíba en todo el mundo la
práctica de los vientres de alquiler. «Perjudica a las mujeres y convierte a
los niños en productos», denuncian.
Jessica
Kern se presenta como «un producto». «Cuando algo se intercambia por dinero, es
una mercancía», explica. Así se siente ella, que nació de un vientre de
alquiler. Lo contó el 14 de marzo en Nueva York durante la jornada Comerciar
con el cuerpo femenino, que organizaba la plataforma Stop Surrogacy Now
(Detener la gestación por subrogación ya) en el marco de la 61ª sesión de la
Comisión sobre el Estatus de las Mujeres. Esta cita anual del Consejo Económico
y Social (ECOSOC) de la ONU concluye este viernes, 24 de marzo.
Jennifer
Lahl, presidenta del Center for Bioethics and Culture (Centro de Bioética y
Cultura-CBC) de EE.UU. y organizadora de la jornada, explica a Alfa y
Omega que su objetivo era impulsar ante la comunidad internacional «la
petición de una prohibición global de la subrogación». 16 entidades lanzaron en
2015 esta campaña y, dos años después, Lahl se felicita por el eco que han
tenido. Ella misma habló el 15 de marzo ante cientos de delegados
internacionales en la sede de ECOSOC.
En
Stop Surrogacy Now, hay grupos provida luchando codo con codo con feministas de
todo el mundo. Miembros de este movimiento tomaron la palabra en Nueva York
junto a tres víctimas: una mujer que ha gestado a cinco bebés para terceros,
otra que sufrió un derrame cerebral después de donar óvulos –indispensables
para esta práctica– y Jessica, hija de las primeras generaciones de vientres de
alquiler, en los 80, y que ahora los critica.
De tener dos familias a
ninguna
Cuando
Jessica nació, hace 32 años, casi todas las subrogaciones eran tradicionales:
la mujer gestante también era la madre biológica, pues era inseminada con el
esperma del padre. «Mi padre era mi padre biológico, y mi madre me adoptó».
Ahora, en la mayoría de casos, los embriones se producen in vitro con
óvulos donados para evitar que la madre tenga un vínculo biológico con el bebé.
La
madre de Jessica es coreana, así que al crecer y ver que ella, con rasgos
caucásicos, era diferente, supo que «ahí pasaba algo». ¿Sería adoptada? Pero no
era ese su mayor problema. «Nunca conecté bien con mi madre», recuerda. La mala
relación llevó a que de niña sufriera maltrato. Años después, lo achaca a que
sus padres «tenían muchas expectativas de perfección, porque se habían gastado
una buena cantidad de dinero en mí». Su madre biológica cobró el equivalente a
un año de salario mínimo en EE. UU.
A
los 16 años, Jessica descubrió su verdadero origen, y a los 17 años se fue de
casa. Aunque «al principio estaba aliviada por no estar totalmente relacionada
con esa gente», «me seguía faltando algo». Comenzó a buscar a su madre
biológica, y hace seis años la conoció a ella y a esa parte de su familia. La
alegría le duró poco: cuando tomó postura contra los vientres de alquiler
«dejaron de hablarme. Se suponía que debía estar agradecida por haber nacido, y
no tenía derecho a cuestionar» cómo. Ahora no se relaciona con ninguna de sus
familias.
Jessica
no acepta que se compare la gestación por subrogación con la adopción como
prácticas buenas que, a veces, pueden tener algún efecto colateral
desagradable. Al adoptar –distingue– se da una salida a niños que ya han venido
al mundo y que están en una situación difícil que hay que solucionar. En la
subrogación, en cambio, «creamos de forma intencionada a niños para que pasen
por el mismo trauma de la adopción», afirmó en una entrevista en 2014.
En
Nueva York, criticó que quienes defienden los vientres de alquiler solo «se
tienen en cuenta a los adultos: lo que ellos quieren». Pero «ya hay suficientes
pruebas de que no protege los intereses de la mujer gestante ni de los niños».
Más allá del componente de «compasión» que –admite– mueve a algunas personas,
al final «es difícil no ser consciente de que yo tenía puesta una etiqueta con
un precio».
Un negocio de miles de
millones
El
poco control al que está sometida la gestación por subrogación en el mundo hace
difícil calcular el volumen del negocio. El CBC estima que alcanza varios miles
de millones de euros. En Estados Unidos, donde cada año nacen unos 2.000 niños
mediante esta práctica, el proceso completo está entre los 90.000 y los 180.000
euros. La inmensa mayoría de las madres gestantes cobra por ello, pero eso es
solo una parte del total. Las clínicas de reproducción artificial, las
agencias, los abogados, etc. se embolsan el resto.
«El
dinero no es el único problema», afirma Lahl. Lleva años investigando este
mundo. En 2014, el CBC produjo el documental Breeders (Parideras). Ha
conocido a mujeres que lo han hecho de forma altruista, tanto para extraños
como para familiares; otras que lo han hecho de forma comercial… Pero
independientemente de las circunstancias, asegura, «hay complicaciones de
salud, psicológicas, emocionales, rupturas familiares. No se me ocurre ninguna
regulación de los vientres de alquiler que proteja» frente a ellas.
María
Martínez López
Fuente:
Alfa y Omega