No
podía entender cómo un niño tan pequeño tenía que enfrentarse a tristezas tan
grandes…
Fue
en la ciudad de Puebla donde celebré una Eucaristía por la conclusión del
curso de preparación de más de 150 niños a la primera comunión. La misa parecía
una fiesta, en la homilía se me enchinó la piel con una oración que recitaron
para recibir el “Pan del Cielo”.
Ahora,
al recordar la fe y alegría de esos niños, le pido a Dios que me conceda tan
sólo un poco de esa devoción feliz y sencilla. Pero, en el momento en que di la
paz a los niños, el corazón se me rompió. Uno de ellos entre sollozos me dijo: “Tengo
miedo de que se separen mis papás ¿qué hago para que ya no se griten tanto?”.
El
Niño tendría tan solo 7 años y sus sollozos le impedían hablar. Me rompió el
corazón, me sentía muy mal, y antes de dar la Comunión, mientras sostenía a
Nuestro Señor entre mis manos, le decía en silencio que no podía entender
cómo un niño tan pequeño tenía que enfrentarse a tristezas tan grandes…
Terminé
la Eucaristía todavía con un nudo en la garganta. Yo también necesitaba llorar,
tenía muchas preguntas en mi interior, las lágrimas de este pequeño en verdad
me hacían sufrir, así es que me fui al Sagrario a buscar ayuda.
Delante
de Jesús Sacramentado me puse a pensar en todos los jóvenes que viven sumidos
en la tristeza porque en sus familias solo hay problemas, o en aquellos que
lloran porque sus papás no los quieren. Si supieran cuántos han llorado
ante mí diciendo: “Mi papá/mamá nunca me ha dicho que me quiere, nunca me ha
dado un abrazo…”.
Luego
venían a mi mente las parejas que se la pasan peleando, gritando y humillándose,
en las que abandonan a su familia, en los papás que descuidan a los suyos por
trabajar y ganar sin límites, en los jóvenes que sin consciencia tienen niños y
los abandonan, en los papás que gritan a sus vástagos que no valen nada o que
les dicen que se arrepienten de haberlos tenido. Se les hace tan fácil, pero si
supieran las heridas tan grandes que dejan en sus hijos…
Por
eso recé y rezo mucho por las familias, para que encuentren la paz y la
felicidad, y así sus hijos se sientan amados.
El
día de hoy quiero invitar a todas las parejas a que contemplen a Cristo en la
cruz, a que lo vean allí clavado, sufriendo injustamente por amor, por nuestra
salvación, piensen en esto: si Jesús no hubiera aguantado el peso de la
cruz simplemente no nos habría salvado.
Igualmente
ustedes, si no se deciden a aguantar por amor a sus hijos nadie más los
salvará, aprendan de Cristo que decidió aguantar clavado en la cruz por amor a
ti.
Es
tu turno, de corazón te suplico: ¡Por amor detente, aguanta, sé paciente,
necesitas salvar a tu familia! Cristo aguantó por amor a ti, ahora tú aguanta por
amor a tus hijos…
AGUANTA
la tentación de ser agresivo, de humillar, de maltratar, de gritar, de estar de
nervios…
AGUANTA
la tentación de ser infiel, de hacer del trabajo tu vida y descuidar a tu
familia, de hacer más caso a tus papás y hermanos que a tu esposo/a e hijos, de
entregarte al alcohol y otras adicciones…
AGUANTA
la tentación de creerte superior que tu pareja, de creer que estarías mejor
lejos, de creer que todo depende del otro, de creer que eres infeliz porque no
te dejan ser feliz…
AGUANTA
y decídete a ser feliz con tu familia, decídete a ser feliz con lo que tienes,
decídete a poner todo de tu parte para que crezca el amor y la paz, decídete a
perdonar y olvidar por amor…
Y
cuando sientas que ya no puedes más híncate frente a Cristo en la cruz y ve que
Él sigue aguantando el sufrimiento por amor a ti, para salvarte, para verte
feliz… ¡Verás que Él te dará la fuerza y sabiduría para arreglar tu
familia!
Cuenta
con mis oraciones,
Padre Sergio
Fuente: Aleteia