Laico,
6 de abril
Martirologio Romano: Memoria litúrgica
de santo Domingo Savio, que, dulce y jovial desde la infancia, todavía
adolescente consumó con paso ligero el camino de la perfección cristiana.
Etimología: Domingo
= Aquel que es consagrado al señor, es de origen latino.
Fecha
de canonización: 12 de junio de 1954 bajo el pontificado de Pío XII
PATRONO de:
. Niños y Adolescentes
. Niños Cantores
. Estudiantes
. Monaguillos
. Mamás Embarazadas
Breve Biografía
Nace en Riva de Chieri, Italia, en la humilde casita de los esposos Carlos y Brígida, el 2 de abril de 1842. Al año siguiente toda su familia se traslada a las colinas de Murialdo. Es un niño del pueblo, nacido en una familia profundamente cristiana y joven, pobre y repetidamente probada.
El
8 de abril de 1849 hace su Primera Comunión. Muy temprano, vestido de fiesta,
Domingo se dirige a la Iglesia parroquial de Castelnuovo. Es el primero en
entrar al templo y el último en salir. Aquel día fue siempre memorable para él.
Arrodillado al pie del altar, con las manos juntas y con la mente y el corazón
transportados al cielo, pronuncia los propósitos que venía preparando desde
hacía tiempo: "Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el año de 1849, a
los siete años de edad, el día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.
Estos recuerdos fueron la norma de todos sus actos hasta el fin de su vida.
El
2 de octubre de 1854 conoce a Don Bosco. Este santo sacerdote lo guiará por el
camino de la santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y amigo. Lo
lleva a estudiar a Turín. Tiene en ese momento12 años y medio. Allí pasa su
adolescencia, viviendo como pupilo con los muchachos pobres que el mismo Don
Bosco recoge en su Oratorio.
El
1 de marzo de 1857 su delicada salud se agrava. El médico aconseja que vaya a
su casa y allí se reponga. Al despedirse de Don Bosco y de sus compañeros les
dice: “Nos veremos en el paraíso”. Intuía que muy pronto iba a morir.
Efectivamente,
el 9 de marzo, postrado en la cama, en un momento se incorpora y le dice a su
papá que lo asiste: “Papá, ya es hora”, y va repitiendo las oraciones de los
moribundos que entre sollozos lee el papá. Luego parece adormecerse. Pasados
algunos minutos entreabre los ojos y con voz clara y sonriente exclama: “Adiós,
querido papá, adiós. ¡Oh, qué hermosas cosas veo!”, y expira con las manos
juntas sobre el pecho, tan dulcemente que su padre cree que se adormece de
nuevo. Tenía 14 años y 11 meses.
A
los dos años de su muerte Don Bosco escribe un librito narrando la vida de este
su querido alumno. De los hechos allí narrados son testigos todos sus
compañeros; pero lo que no todos ellos conocen bien son las grandes
motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo Savio, cosa que sí
conoce Don Bosco, ya que lo atendía en el sacramento de la Confesión y en la
dirección espiritual.
¡Adolescente
santo, de sólo 15 años de edad! El primero que a tan corta edad, sin ser
mártir, fue declarado santo por el Papa Pío XII el 12 de junio de 1954. En esa
ocasión el mismo Papa dijo: “Con admiración se descubren en él los maravillosos
caminos de la gracia, y una adhesión permanente y sin reservas a las cosas del
cielo que su fe percibía con rara intensidad”. Su antecesor el Papa Pío XI dijo
de él: “Pequeño, mejor aún, gran gigante del espíritu”.
¿Qué
hizo de extraordinario este niño y adolescente para que la Iglesia lo eleve al
honor de los altares y lo proponga como modelo de vida cristiana?
Veamos los rasgos de su
santidad
Perfil de su niñez:
Una vida en la presencia de Dios, a quien sentía vivo y presente en todo momento. Algunos ejemplos: Se levanta de la mesa y no quiere comer porque un invitado se sienta y empieza a comer sin rezar antes. Los domingos es el primero en llegar a la iglesia, y si la encuentra cerrada se arrodilla junto a la puerta para rezar, haya buen tiempo o esté nevando; y luego su mayor alegría es poder hacer de monaguillo en la santa misa; y su compostura durante la oración es objeto de admiración de los que lo ven: manos juntas, ojos fijos en el sagrario, absorto en la presencia de Jesús.
Una vida en la presencia de Dios, a quien sentía vivo y presente en todo momento. Algunos ejemplos: Se levanta de la mesa y no quiere comer porque un invitado se sienta y empieza a comer sin rezar antes. Los domingos es el primero en llegar a la iglesia, y si la encuentra cerrada se arrodilla junto a la puerta para rezar, haya buen tiempo o esté nevando; y luego su mayor alegría es poder hacer de monaguillo en la santa misa; y su compostura durante la oración es objeto de admiración de los que lo ven: manos juntas, ojos fijos en el sagrario, absorto en la presencia de Jesús.
Al
recorrer solo y a pie, entre matorrales, los 18 kilómetros para ir diariamente
a la escuela, un tío le pregunta: ¿No tienes miedo de ir solo? La respuesta de
Domingo, de 10 años, no se hace esperar: “Yo no estoy solo; me acompaña el
Ángel de la Guarda”.
El amor personal a Cristo
y a su Madre: Esta
vida en la presencia de Dios es puesta en evidencia desde su temprana Primera
Comunión, con aquel propósito que es la clave de otros tres: “Mis amigos serán
Jesús y María”. Los otros tres los hizo como medios para mantener y acrecentar
dicha amistad, y son el leit-motiv en sus momentos más importantes.
Las
lágrimas que vierte tienen su fuente en este precoz concepto del pecado: así
por ejemplo pide perdón a su mamá en vísperas de su Primera Comunión; pide
perdón cuando cree haber herido su amistad con Cristo por haber cedido ante la
invitación de algunos compañeros a darse un baño en un arroyo, motivo por el
que lloró repetidamente, y no cedió nunca más a otras invitaciones, como cuando
lo invitaban a “hacerse la rabona” y no concurrir a la escuela. Por eso decide
elegir a amigos que no le impidan mantener su amistad con Jesús y con la Virgen
María.
El cumplimiento heroico
del humilde deber cotidiano: A sus padres no les daba sino “satisfacciones”. Para ir
a la escuela recorría, con sus 10 años de edad, 18 kilómetros diarios, con
cualquier tiempo. Domingo era un chico de recia voluntad, sostenida por la
gracia de la amistad con Jesús y María. Don Bosco escribe: “Domingo no se ha
hecho notorio en los primeros tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su
perfecta docilidad y de una exacta observancia de las reglas de la casa…y una
exactitud en el cumplimiento de sus deberes más allá de la cual no sería fácil
llegar”.
A
este respecto, cierta vez sus compañeros pupilos notaron que Domingo faltaba en
el almuerzo; lo buscaron en vano; le dijeron a Don Bosco, y él fue a la iglesia
donde por la mañana había participado en la Misa y había comulgado, y allí lo
encontró junto al altar, inmóvil, con los ojos fijos en el Sagrario desde hacía
7 horas; lo llamó por su nombre y nada, tuvo que tocarlo en el hombro para que
se diera cuenta; y al enterarse de que ya estaban almorzando pidió humildemente
perdón a Don Bosco por la trasgresión a las reglas de la casa.
Con sus compañeros
sobresale en dos actitudes: rechaza aprobarlos y seguirlos en sus comportamientos
reprensibles; pero por otro lado irradia simpatía y “es la delicia de ellos”, a
tal punto que acepta en lugar de quienes lo han acusado falsamente, un
humillante castigo. Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.
Perfil de su adolescencia:
La edad de la adolescencia: se caracteriza por la inestabilidad, que Domingo supo domarla a fuerza de dominio de sí mismo y de docilidad a las directivas de Don Bosco, y más que nada con su habitual recogimiento en Dios. Y las otras características propias de esta edad también las puso al servicio de su santidad de adolescente: afirmación de sí mismo, llamado a grandes horizontes, fervor de sentimiento.
Esto
se hace evidente en el exaltante descubrimiento y en el apasionado deseo
de la santidad (“¡Yo quiero hacerme santo!”), en su viva ternura demostrada
para con la Virgen María, como también con sus amigos más íntimos, en su
voluntad de acción, de dominio, de construcción de alguna “obra” (funda la
Compañía de La Inmaculada: grupo de compañeros buenos que se comprometen a
ayudarse mutuamente y a ayudar a Don Bosco en la educación de los chicos del
Oratorio, que los había artesanos rústicos y jóvenes burgueses y
aristocráticos, chicos que se peleaban a pedradas, que faltaban a clase, que
tenían costumbres de blasfemar, que con placer se entretenían con revistas
pornográficas, que no se hacían problemas de tomar a golpes de puño y puntapiés
a los otros, que se enfurecían por nada). En medio de éstos es como Domingo ha
vivido y ha construido su santidad: con cuatro viajes diarios por las calles de
Turín para ir a la escuela; con un Reglamento y un horario de Internado
cristiano. En resumen, se halla inmerso en nuestro mundo moderno (aunque no hay
todavía bicicletas y televisores), metido en todo aquello que aún hoy es la
sustancia de la vida de un estudiante de 15 años.
Aparecen
turbaciones y arranques bruscos, como el endurecimiento para consigo que sigue
al descubrimiento de que la santidad es posible, las dudas de conciencia que lo
llevan a querer confesarse cada tres o cuatro días, el ansia de penitencias
extraordinarias (“¡para unirme –dice- a los sufrimientos de Jesús en la
cruz!”). También aparece lo trágico de algunas circunstancias: el desgarrón
hiriente de sus truncadas amistades, la alarma por su endeble salud, la
dolorosa partida del Oratorio… Todo esto hace de Domingo un verdadero y
simpático adolescente. Un santo “joven estudiante”.
La presencia de un guía: La adolescencia es
una etapa de conquista de la personalidad, a la vez que de gran necesidad de
guía y formación individual. Domingo tuvo la suerte de encontrar un guía
espiritual en Don Bosco y de saber aprovecharlo. Y así se encuentran la
generosidad de un adolescente con la luz de un verdadero sacerdote amigo del
alma. Cuando llegó al Oratorio leyó el cartel puesto sobre la puerta del cuarto
de Don Bosco: “¡Denme almas, y llévense lo demás!”; y con espontaneidad le
dijo: “Don Bosco, aquí se trata de un negocio, la salvación de las almas. Pues
bien, yo seré la tela y usted será el sastre. Haga de mí un hermoso traje para
el Señor”.
A
esta docilidad en dejarse guiar, atribuye Don Bosco la orientación de Domingo
hacia su santidad de estudiante. En este contexto aparece la función decisiva
de la Confesión frecuente. Así va descubriendo el misterio de la redención:
Jesús es comprendido como el Salvador; María como La Inmaculada y La Dolorosa.
Su alma y la de sus compañeros deben ser salvadas…a través del misterio de la
cruz.
Su devoción a la Virgen
María: La
estadía con Don Bosco coincide con el acontecimiento mundial de la proclamación
del dogma de la Inmaculada Concepción. Como santo “adolescente”, Domingo es el
fruto de aquel 8 de diciembre de 1854. En ese día hace una confesión general, y
delante del altar de la Inmaculada se consagra personalmente a Ella. De aquí en
adelante ve a María con su rostro de “Inmaculada”, y su propósito de la Primera
Comunión adquiere una nueva dimensión: “el pecado al que preferirá la muerte es
ahora, de manera más precisa, la impureza”.
Los
esfuerzos heroicos de adolescente para conservar intacta su pureza,
especialmente con el control de los ojos, se deben a su gran devoción hacia La
Inmaculada vivida con espíritu caballeresco y con ardiente ternura. Había días
que terminaba con dolor de cabeza, por el esfuerzo de controlar la curiosidad y
no mirar cosas que perturbaban su alma limpia y ponían en peligro su amistad
con Jesús y María, exponiéndolo a dejarse llevar por pensamientos y deseos
impuros (tan comunes en esa edad).
También
contempla a la Virgen con su rostro de “Dolorosa”: todos los miércoles hace la
comunión en su honor y por la conversión de los pecadores; cada viernes se hace
acompañar por algunos compañeros para rezar en la capilla la Corona de los
Siete Dolores; más de una vez es visto en extática oración ante el altarcito
del dormitorio, donde campea una imagen de la Dolorosa; cada sábado hubiera
querido ayunar a pan y agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).
Esta
doble devoción es la inspiradora de su apostolado, especialmente en la
Compañía de la Inmaculada, que exige de sus miembros una verdadera consagración
de sí mismos a María.
Algunos
años después de su muerte se aparece a Don Bosco en uno de sus famosos sueños.
Éste le pregunta: “Domingo, ¿qué es lo que más te consoló en el momento de tu
muerte?”. Y la respuesta de Domingo: “La asistencia de la poderosa y amable
Madre del Salvador”.
Su amor a Jesús. La misa y la comunión
cotidiana (cuyos efectos se prolongan a través de frecuentes visitas a la
capilla que está junto al patio de juegos), enseñan a Domingo a considerarlo
como Salvador de su alma y de la de sus compañeros. Su odio por el pecado crece
a medida que comprende el precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su
espíritu de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús, por ejemplo
cuando es calumniado, cuando se cubre con una sola frazada en pleno invierno o
pone piedritas entre las sábanas (al enterarse Don Bosco le prohíbe esta
penitencia), cuando transforma sus sabañones en llagas, cuando se le
suministran medicinas amargas… Su celo apostólico se ve alimentado en la misma
fuente: quiere impedir o reparar el pecado porque arruina el fruto de la sangre
de Cristo, y quiere hacer el bien a sus compañeros para asegurar el fruto de
esta sangre divina.
Este
es el sentido de varias de sus intervenciones, como la de impedir el desafío a
pedradas de dos compañeros, interponiéndose entre ellos con un crucifijo en la
mano y pidiendo que arrojen la primera piedra contra él; el de narrar cosas
edificantes o bien enseñar a hacer bien la señal de la cruz durante los tiempos
de recreo... (su preocupación era atender de modo particular a los compañeros
díscolos, a los recién llegados al Oratorio y a los solitarios, a los
compañeros de clase con dificultades y a los enfermos).
Obsesión por la santidad
en la alegría: A
partir de una predicación de Don Bosco sobre la santidad se desata en su alma
una verdadera efervescencia. Realiza un gran descubrimiento: ¡Dios le quiere
santo! Y da su explicación: “Yo quiero entregarme todo al Señor. Yo debo y
quiero pertenecer todo al Señor”. Por un momento Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de penitencia y en unas prolongadas y extraordinarias
prácticas de piedad. Pero aquí interviene su guía espiritual Don Bosco:
“Domingo, lo que Dios quiere de ti, como adolescente, es que cumplas siempre
bien tus deberes de estudiante, trates de hacer el bien a tus compañeros y
estés siempre alegre”. Y cosa maravillosa: este nuevo impulso de querer ser
santo y de que es posible lograrlo, le proporciona una profunda alegría, y de tal
modo la suscita que la alegría viene a definir esta santidad tan salesiana y
juvenil: “Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres,
haciendo bien las cosas que tenemos que hacer, porque Jesús lo quiere”.
¿Por qué este adolescente
es Patrono de las mamás embarazadas?
Estando
Domingo en el Oratorio en Turín, un día le pide a Don Bosco que le deje ir a
ver a su mamá porque está enferma. Don Bosco no sabe explicarse, pues nadie se
lo había dicho, ni él mismo lo sabía; pero ante la insistencia de Domingo se lo
permite. Al llegar cerca de la casa los familiares le quieren impedir que entre
a ver a su mamá, pues está luchando por dar a luz a un nuevo hijo y corre grave
peligro de morir en el intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja sobre
la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre el pecho de ella un
escapulario de la Virgen María. Regresa después al oratorio y se presenta a Don
Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que su madre está
perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz sin ningún problema a
su hijito. Todos vieron que esto fue un milagro. La mamá conservó este
escapulario. Y lo prestaba a las vecinas y a las mismas hermanas de Domingo
cuando tenían dificultades en el embarazo. Los médicos, enterados, lo
recomendaban a sus pacientes. Fueron muchas las gracias conseguidas con aquel
milagroso escapulario.
Se
lo puede adquirir en las librerías y/o santerías salesianas, con la imagen del
Patrono Domingo Savio, junto con la oración y la historia detallada de este
milagro.
El
9 de marzo se recuerda el nacimiento al cielo de Santo Domingo Savio, siendo el
6 de mayo la fecha fijada para la celebración litúrgica de su fiesta.
Además
de la Vida de Domingo Savio escrita por Don Bosco, hay abundante bibliografía y
estudios sobre este adolescente santo. Hay libritos escritos para niños, para
adolescentes, para educadores, para todos. Los que no lo conocen se van a
sorprender de su santidad extraordinaria viviendo lo ordinario de su vida de
estudiante cristiano.
ORACIÓN DE LA MADRE EN LA
ESPERA DE UN HIJO
Señor
Jesús, por intercesión de Santo Domingo Savio te ruego
con amor por esta dulce esperanza que llevo en mi seno.
Me has concedido el inmenso don de esta pequeña vida que alienta
en la mía; te doy humildemente gracias por haberme escogido como
instrumento de tu amor. En esta dulce espera, ayúdame a vivir en continuo
abandono a tu divina voluntad.
Concédeme un corazón de madre, puro, fuerte y generoso.
Te ofrezco las preocupaciones del porvenir:
las ansias, los temores, los deseos en favor de la criatura que no conozco aún.
Haz que nazca sana en el cuerpo,
aparta de ella todo mal físico y todo peligro para el alma.
Tú, María, que gozaste las inefables alegrías de una maternidad santa,
dame un corazón capaz de transmitir una fe viva y ardiente.
Santifica mi espera,
bendice mi gozosa esperanza,
haz que el fruto de mi seno sea fecundo en virtud y santidad,
como le concediste al adolescente Santo Domingo Savio.
Amén.
ORACIÓN A SANTO DOMINGO SAVIO
Santo Domingo Savio,
que en la escuela de Don Bosco
aprendiste a recorrer los caminos de la santidad juvenil:
enséñanos a imitar tu amor a Jesús y a María,
y tu ansia de llevar a tus compañeros a ser sus amigos;
alcánzanos del Señor que,
practicando tu lema
“Antes morir que pecar”,
podamos conseguir nuestra salvación eterna.
Amén.
Por: P. Alejandro Pujalski S.D.B.
Fuente: Catholic.net