Es
hora de hablar del deber de “resistir al mal” sin ceder a la violencia
¿Cuál
es el segundo pasaje más incomprendido de la Escritura? (El primero es: “No
juzguéis, para que no seáis juzgados” en Mateo 7,1, citado por los analfabetos
(o indiferentes) de la Escritura como una especie de pseudo bendición para el
relativismo moral). Diría que el segundo lugar es para Mateo 5, 39, “al
que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra”.
No
comprender este pasaje ha llevado a orar públicamente por “nuestros así
llamados ‘enemigos’”, como si Cristo y su Iglesia no tuvieran enemigos, tanto
humanos como espirituales. No comprender este pasaje ha llevado a desear un
pacifismo literalmente inerte, que habría dejado perplejo al papa Pío V (que
convocó la Liga Santa para resistir a la invasión de Europa por parte del
Imperio Otomano, en la batalla de Lepanto).
Planteo
la cuestión no sólo para proponer un enigma bíblico sobre la falsa línea de
“¿Adán y Eva tenían ombligo?”. Parecería que Cristo pidiera el completo desarme
frente al mal moral, espiritual y físico. Tenemos el derecho de preguntarnos:
“¿Cómo podría ser verdad una cosa así?”.
¿Cómo
podría ser justo “poner la otra mejilla” con pasiva indiferencia, cuando el
sacrilegio se confunde con sagrado? ¿Cuándo la verdad deja lugar a la
mentira? ¿Cuándo la perversión se confunde con pureza? ¿Cuándo la
abominación se confunde con belleza? ¿Cuándo el entretenimiento se confunde con
la adoración? ¿Cuándo en lugar de la sagrada tradición se introducen
innovaciones? ¿Cuándo en lugar de la caridad del corazón es impuesta la mano
pesada del Estado?
¿Estamos
llamados a la indiferencia pasiva cuando la civilización occidental, la cuna de
nuestra fe y la región, está bajo ataque por enemigos seculares, sectarios y
espirituales? ¿Estamos llamados a la silenciosa rendición cuando es agredido el
honor de la Esposa de Cristo, la Iglesia?
Santo
Tomás de Aquino nos advierte contra una lectura tan miope y poco sensata: “La
Sagrada Escritura debería ser entendida en base a la comprensión de Cristo
y de los santos”.
Respecto
a “poner la otra mejilla”, santo Tomás cita a Juan 18, 23, cuando Jesús
reprocha al guardia que lo ha golpeado. Nos recuerda también los golpes de
Pablo, en Hechos 16, 22. “Cristo no ha puesto la otra mejilla; y tampoco lo
hizo Pablo. Como consecuencia, no tenemos que pensar que Cristo haya ordenado
poner físicamente la mejilla a quien ha golpeado la otra”. Cuando fue
golpeado, en Hechos 23, 3, Pablo no permaneció en silencio, sino que advirtió a
su agresor del juicio y del castigo divino.
¿Cómo
deberíamos entender el “poner la otra mejilla” siguiendo el ejemplo de Jesús y
los santos? Probablemente no como indiferencia pasiva ante el mal, o como
inercia simulada, cuando están en grave peligro los tesoros de la fe y la
razón.
Aquino
nos muestra el camino: “Interpretar literalmente el precepto del Discurso de la
Montaña significa malinterpretarlo. Este precepto exhorta más bien a estar
listos a soportar, si es necesario, cosas similares o peores sin amargura en
relación al agresor”.
Nuestro
Señor nos está enseñando, con palabras y con el ejemplo, a no sucumbir frente
al mal, sino resistirlo e incluso resistir a la tentación de odiar a quien lo
hace.
Sí,
como dijo Jesús, tenemos que amar a nuestros enemigos y orar por nuestros
perseguidores. Es una tarea que tenemos que hacer. Pero esta
obligación no nos impide proteger a los más débiles, resistir al mal o defender lo
que Cristo encomendó a la Iglesia que Él mismo fundó.
Este
tiempo es para nosotros como una especie de “campo de adiestramiento” que
nos recuerda que existe una batalla por nuestras almas y por toda la
creación. Satanás y sus siervos odian la obra de Dios, y quisieran
destruir sobre la Tierra aquello que ha sido creado por el Cielo. En nuestros
corazones y en nuestras mentes arrecia una guerra que tendrá consecuencias en
la eternidad.
Nuestro
amor por Dios corre siempre el riesgo de enfriarse, así como nuestra pasión por
el mundo corre siempre el riesgo de inflamarse. Y en todo a nuestro alrededor
–en la cultura popular, en la arrogancia del Estado, …– existe el deseo de
seducirnos o reducirnos al silencio y, finalmente, consumirnos.
Ahora
es el momento de descubrir si algo que no es Dios tiene el poder sobre
nosotros, de ver con claridad quién se sienta en el trono de nuestro corazón.
Es un tiempo para verificar si tenemos humildad, docilidad y el deseo necesario
para “entrar por la entrada estrecha” (Mt 7, 13), que es la única vía para el
Cielo.
Es
hora de despertarnos y darnos cuenta de que estamos en guerra, y por el momento
las cosas no parecen ir en la dirección correcta. Recordemos que san
Bernardo predicaba que “Dios castiga el bien cuando no se lucha contra el mal”.
En su misericordia, el Señor nos da un tiempo para entrenarnos en vista
a la batalla, que tenemos que combatir hasta nuestro último respiro.
Fr Robert McTeigue
Fuente:
Aleteia