Un
matrimonio no es de 2, sino de 3, y no precisamente Sancho…
Todos
soñamos que nos suceda como a Cenicienta o como en cualquier cuento de hadas:
“y fueron felices para siempre”. Ojalá así fuera la historia de todos los
matrimonios. Sin embargo, sabemos que no es así y que en muchos sucede todo lo
contrario “y fueron infelices para siempre”. ¡Qué horror! Porque es matrimonio,
no martirio.
Pero, ¿qué
es lo que sucede en la vida matrimonial para que esta se vuelva un infierno? Se
dice que nadie nos enseñó a ser esposos y que no hay un manual para el
matrimonio. Efectivamente, nadie nos enseñó a lo primero, quizá los padres con
su ejemplo, pero guía como tal sí la hay. Basta con ser obedientes al plan
concreto que Dios tiene para el matrimonio y que pocos se interesan por
conocer y, peor aún, obedecer.
Cuando
no tenemos claro para qué nos casamos ni los fines del matrimonio, este,
eventualmente acabará por tornarse un espacio donde ya no queremos estar.
Además, como dicen las Sagradas Escrituras, la cuerda de tres hilos no se
rompe fácilmente y cuando elegimos sacar a Dios de la ecuación las
pequeñas lluvias que surjan dentro de la relación se tornarán huracanes, como
le sucedió a Elina y a su esposo. Ella misma nos cuenta su historia, de lo que
fue vivir un matrimonio con Dios y sin Él…:
La
mayoría nos casamos pensando que todo será como en las películas y vivieron
felices para siempre. Pero la realidad es que no es así.
En
un matrimonio llegan las dificultades comunes que se dan en una vida de pareja
y en la cual, si no se tiene a Dios en medio, es imposible salir bien librado y
vivir felices para siempre. Eso fue lo que me sucedió. Después de la boda
dejamos a Dios en el olvido y mi esposo y yo comenzamos a vivir una terrible
realidad.
Al
inicio todo parecía estar saliendo perfecto. Teníamos un buen trabajo, una
casa, autos, viajábamos a placer. Era una vida que me gustaba y que
muchos desearían, pero había algo que no me hacía sentir plena: yo deseaba
ser madre y mi esposo no quería tener un hijo, al menos no en ese momento.
A
pesar de que nos casamos pasando los 30 años, él aún quería tener una vida más
relajada sin hijos y sin la responsabilidad que representan. Sin embargo,
después de mucha insistencia finalmente aceptó tener un hijo. Pero cuál
fue mi sorpresa al ver que no quedaba embarazada.
Yo
en ese entonces busqué a Dios para pedirle un hijo, pero le busqué solo
como a alguien que cumplía peticiones, no le conocía realmente. Así pasaron
meses y no conseguíamos embarazarnos. Para mí el tener un hijo se volvió
una obsesión y mi esposo estaba harto de que cada mes era lo mismo. Nuestra
vida íntima se volvió un simple procedimiento para quedar embarazados.
Todo
iba empeorando. Mi esposo se comportaba como soltero viviendo en fiestas y
parrandas con sus amigos y yo me estaba convirtiendo en la esposa
pendenciera que reclamaba, reprochaba e investigaba cada paso que él daba.
La
mujer prudente edifica la casa; la necia, con sus manos la destruye. Proverbios
14, 1.
Yo
fui la mujer necia que contribuyó a destruir su hogar, su matrimonio. Un
día sucedió lo inevitable. Llegó la infidelidad y el adulterio. Mi esposo decía
estar enamorado de otra persona y quería el divorcio. Para mí fue un golpe
terrible que me hundió en una profunda depresión.
Al
principio traté de resolverlo con mis fuerzas. Le insistí, le supliqué, lo
perseguí para que arregláramos las cosas. Pedí ayuda a mis suegros, a mi cuñada
y no había poder humano que lo hiciera cambiar de opinión. Pasé días de angustia
y llegué a tener ataques de pánico. Mi mente estaba llena de pensamientos
negativos.
A
mi esposo, por el contrario, se le veía feliz en su nueva relación y parecía
tener éxito en todo. Busqué ayuda con psicólogos, terapeutas y hasta con los
llamados PNL, pero nadie pudo sacarme de esa terrible depresión.
Yo
venía de una familia católica donde mi madre era muy entregada a Dios. Ella con
su ejemplo me llevó a conocer de Dios. Iba con ella cada domingo a Misa. Hasta
ese momento yo era una católica tibia que no había tenido un encuentro personal
con el Señor.
Como
me di cuenta que con la ayuda humana a la que había recurrido no pude conseguir
que mi esposo recapacitara, entonces busqué al que en ese momento yo creía
era solo alguien para pedir milagros. Fue cuando el Señor -con su amor y
misericordia- se aprovechó de mi estado y me hizo un fuerte llamado a luchar
por mi matrimonio.
Empezó
llevándome a un ministerio que hoy da apoyo a cientos de personas que pasan lo
mismo que yo viví. Lo primero que me enseñaron fue a estrechar mi relación
personal con Dios, es decir, trabajar en mi auténtica conversión y así luego
todo lo demás se daría por añadidura. Entendí que no debía orar por el
regreso de mi esposo, sino por la salvación de su alma.
Busquen
primero el reino de Dios y su justicia divina y todo lo demás se les dará por
añadidura. Mateo 6, 33
Así
empecé una lucha espiritual por la restauración de mi matrimonio. En
este camino me di cuenta de todos los errores que había cometido como esposa y
de que había muchas áreas de mi vida que debían cambiar. Tuve que pasar un
largo proceso donde el Señor sanó mi corazón y me ayudó a perdonar.
El
milagro sucedió al darme un nuevo amor para mi esposo, un amor incondicional,
un amor que superaba todo. Fue un proceso difícil donde sufrí confrontaciones,
experimenté muchos miedos que me daba terror enfrentar como el no tener hijos,
mi edad, y una serie de películas de terror que me hacía en la mente.
Solo
el Señor pudo sacarme de ese terrible infierno que estaba viviendo: el Señor
cumplió sus promesas. Él me dijo: “no temas”, yo estoy contigo.
No
temas, que yo estoy contigo; no desmayes, que yo soy tu Dios. Yo te fortaleceré
y vendré en tu ayuda, y con la diestra victoriosa te sostendré. Isaías 41, 10
Me
aconsejaron soltar a mi esposo, dejar de buscarlo y permitir a Dios que
trabajara con él porque Él tenía el poder de traerlo de regreso. Eso fue
lo que sucedió. Pasaron meses sin saber de mi esposo. Él estaba viviendo
lejos de Dios con otra mujer.
Pero
un día los papeles se invirtieron. Mi esposo me buscó. Ya no se veía feliz, no
tenía paz y decía que la vida no tenía sentido. Yo, con paz en mi corazón y
confiada en el Señor, pude darle apoyo y platicarle lo que el Señor había hecho
en mi vida.
El
Señor me dio su promesa de restauración en Jeremías 30: Sí; haré que tengas
alivio, de tus llagas te curaré – oráculo de Yahvé -. Porque “La Repudiada” te
llamaron, “Sión de la que nadie se preocupa”. Así dice Yahvé: Voy a hacer
volver a los cautivos de las tiendas de Jacob, y de sus mansiones me apiadaré;
será reedificada la ciudad sobre su montículo de ruinas y el alcázar tal como
era será restablecido. Jeremías 30, 17-18
Mi
esposo continuó llamándome. Siempre me aclaraba que solo quería ser mi amigo y
que no quería que yo confundiera las cosas. Pasaron muchos meses hasta que el
Señor lo trajo de vuelta a casa. Doy toda la gloria y honra a Dios porque
nuestro matrimonio ha sido restaurado.
Y
allí resonarán los cantos de acción de gracias y los gritos de alegría; los
multiplicaré y no serán pocos, los honraré y no serán menguados. Jeremías 30, 19
El
Señor restaura y bendice en todas las áreas de tu vida. También me dio promesa
de ser madre y dos años después de que mi esposo volvió quedé embarazada. Antes
de que este milagro sucediera mi fe fue probada. Recibí malas noticias en mis
intentos de concebir y, aunque reconozco que me quebranté nunca dudé de que
Dios lo haría.
Pasé
por dos cirugías en mi matriz, pero al final Dios dijo la última palabra. Hoy
tenemos un hermoso hijo y el solo mirarlo es recordar cada día que nada es
imposible para Dios.
Hermanos:
Dios hace posible lo imposible y tú que hoy crees que tu matrimonio está
muerto, el Señor puede traerlo a la vida, si tan solo lo sigues y le abres las
puertas de tu corazón.
Por Luz Ivonne Ream, coach
Ontológico/Matrimonio/Divorcio Certificado, especialista Certificado en
Recuperación de Duelos, orientadora matrimonial y familiar.
Fuente:
Aleteia