El Santo Padre explica en su homilía, que consolación
verdadera es un don
¿Cómo está nuestro corazón?
¿Abierto y capaz de pedir el don de la consolación para después transmitirlo a
los otros, como un don del Señor? o “¿’cerrado’, ricos de espíritu, es decir,
‘suficientes’ que se consuelan mirándose al espejo?
Esta es la
pregunta que el Papa plantea en la homilía de la misa que ha celebrado este
lunes en la Casa Santa Marta, en el Vaticano. El Santo Padre profundiza el
concepto de ‘consuelo’ e indica que la primera característica para que exista
es que se necesita de otro, (alteridad u otredad).
“La experiencia
del consuelo, que es una experiencia espiritual, siempre tiene necesidad de una
alteridad para ser plena: nadie puede consolarse a sí mismo, nadie. Y quien
trata de hacerlo, termina mirándose al espejo, se mira al espejo, trata de
alterarse a sí mismo, de aparecer”, dijo.
Contrariamente uno
se acaba consolando “con estas cosas cerradas que no lo dejan crecer y el aire
que respira es ese aire narcisista de la autorreferencialidad. Éste es el
consuelo falseado que no deja crecer. Y esto no es el consuelo, porque está
cerrado, le falta una alteridad”.
El sucesor de
Pedro recuerda el Evangelio está lleno de ejemplos, “como los doctores de la
Ley, llenos de su propia suficiencia, el rico Epulón que vivía de fiesta en
fiesta pensando que así se sentía consolado, o el que mejor expresa esta
actitud que corresponde a la oración del fariseo ante el altar que dice: ‘Te
doy gracias, porque no soy como los demás'”.
Así, nota el Papa,
“Este se miraba al espejo, miraba su propia alma falseada de ideologías y
agradecía al Señor”.
Jesús hace ver que
podemos volvernos personas que viven con esta actitud, y por lo tanto
“jamás llegaremos a la plenitud”, al máximo a ‘hincharnos’ de vanagloria.
El consuelo, para
que sea verdadero, tiene necesidad ‘de otro’. Ante todo se recibe porque “es
Dios quien consuela”, quien da este “don”.
“Yo dejo entrar el
consuelo del Señor como don es porque tengo necesidad de ser consolado. Estoy necesitado:
para ser consolado es necesario reconocer que estoy necesitado. Sólo así
el Señor viene, nos consuela y nos da la misión de consolar a los demás. Y no
es fácil tener el corazón abierto para ‘recibir el don’ y ‘ser servicial’, las
dos alteridades que hacen posible el consuelo”.
Precisamente el
Evangelio del día, el de las Bienaventuranzas, dice “quiénes son los felices,
quiénes son los bienaventurados”:
“Los pobres, el
corazón se abre con una actitud de pobreza, de pobreza de espíritu. Los que
saben llorar, los mansos, la mansedumbre del corazón; los hambrientos de justicia,
los que luchan por la justicia; los que son misericordiosos, los que tienen
misericordia a los demás; los puros de corazón; los operadores de paz y
los que son perseguidos por la justicia, por el amor a la justicia. Así el
corazón se abre y el Señor viene con el don del consuelo y la misión de
consolar a los demás”.
En cambio son
“cerrados” los que se sienten “ricos de espíritu, es decir, “suficientes”, “los
que no tienen necesidad de llorar porque se sienten justos”, los violentos que
no saben qué es la mansedumbre, los injustos que realizan injusticias, los que
carecen de misericordia, y que jamás tienen necesidad de perdonar porque no
sienten que deban ser perdonados, “aquellos sucios de corazón”, los “operadores
de guerras” y no de paz, y aquellos que jamás son criticados o perseguidos
porque no les importa de las injusticias hacia las demás personas.
“Estos tienen un
corazón cerrado”: no son felices porque no pueden, obtener el don del consuelo
para después dárselo a los demás.
Fuente:
Zenit






