La esperanza y la
intercesión de los santos en nuestro camino, estuvieron en el centro de la
audiencia
En
la audiencia de este miércoles el papa Francisco recordó que los santos nos
ayudan cada día con su presencia discreta, y que esto es motivo de esperanza.
A
continuación el texto de la audiencia, con los añadidos que ha improvisado.
«Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El
día de nuestro bautismo, ha resonado para nosotros la invocación a los santos.
Muchos de nosotros en ese momento éramos niños en los brazos de nuestros
padres. Poco antes de recibir el óleo de la unción bautismal como catecúmenos,
símbolo de la fuerza de Dios en la lucha contra el mal, el sacerdote invita a
toda la asamblea a rezar por aquellos que están a punto de recibir el bautismo,
invocando la intercesión de los santos.
Esta
es la primera vez que en el curso de nuestra vida, nos regalaron la presencia
de los hermanos y hermanas ‘mayores’, que han pasado por nuestro mismo camino,
que han vivido nuestras mismas fatigas, y viven para siempre en el abrazo de
Dios.
La
Carta a los Hebreos define esta compañía que nos rodea, con la expresión
“multitud de testigos”. Así son los santos: una multitud de testimonios. Los
cristianos en el combate contra el mal, no se desesperan. El cristianismo
cultiva una confianza inquebrantable: no cree que las fuerzas negativas y
disgregantes puedan prevalecer.
La
última palabra sobre la historia del hombre no es el odio, no es la muerte, no
es la guerra. En cada momento de la vida nos asiste la mano de Dios, y también
la discreta presencia de todos los creyentes que “nos han precedido con el
signo de la fe”, (Canon Romano).
Su
existencia nos demuestra sobre todo que la vida cristiana no es un ideal
inalcanzable. Y además nos conforta: no estamos solos, la Iglesia está
compuesta de innumerables hermanos, a menudo anónimos, que nos han precedido y
que por la acción del Espíritu Santo están involucrados en las vivencias de los
que todavía viven aquí abajo.
La
del bautismo, no es la única invocación a los santos que marca el camino de la
vida cristiana. Cuando los novios consagran su amor en el sacramento del
Matrimonio, viene invocada de nuevo para ellos –en esta ocasión como pareja– la
intercesión de los santos. Y esta invocación es fuente de confianza para los
dos jóvenes que parten hacia el ‘viaje’ de la vida conyugal.
Quien
ama de verdad tiene la necesidad y el valor de decir ‘para siempre’, pero
también sabe que necesita de la gracia de Cristo y de la ayuda de los santos
para poder vivir la vida matrimonial para siempre. No como algunos dicen:
‘hasta el dura el amor’. No: para siempre. Contrariamente es mejor no casarse.
O para siempre o nada.
Por
esto, en la liturgia nupcial, se invoca la presencia de los santos. Y en los
momentos difíciles, hace falta el valor para alzar los ojos al cielo, pensando
en tantos cristianos que han pasado por tribulaciones y han conservado blancos
sus vestidos bautismales, lavándolos en la sangre del Cordero. Así dice el
libro del Apocalipsis.
Dios
no nos abandona nunca: cada vez que le necesitemos, vendrá un ángel suyo a
levantarnos y a infundirnos su consuelo. “Ángeles” que algunas veces tienen un
rostro y un corazón humano, porque los santos de Dios están siempre aquí,
escondidos en medio de nosotros.
Esto
es difícil de entender y también de imaginar, pero los santos están presentes
en nuestra vida. Y cuando alguno invoca un santo o una santa, es justamente porque
está cerca de nosotros.
También
los sacerdotes custodian el recuerdo de una invocación a los santos pronunciada
sobre ellos. Es uno de los momentos más conmovedores de la liturgia de
ordenación. Los candidatos se echan a tierra, con la cara hacia el suelo. Y
toda la asamblea, guiada por el obispo, invoca la intercesión de los santos. Un
hombre, que permanece aplastado por el peso de la misión que se le confía, pero
que al mismo tiempo siente todo el paraíso en sus espaldas, que la gracia de
Dios no faltará, porque Jesús permanece siempre fiel, y por tanto se puede
partir serenos y llenos de ánimo. No estamos solos.
¿Y
qué somos nosotros?, somos polvo que aspira al cielo. Débiles en nuestras
fuerzas, pero potente el misterio de la gracia que está presente en la vida de
los cristianos. Somos fieles a esta tierra, que Jesús ha amado en cada instante
de su vida, pero sabemos y queremos esperar en la transfiguración del mundo, en
su cumplimiento definitivo, donde finalmente no habrá más lágrimas, ni maldad ni
sufrimiento. Que el Señor nos de la esperanza de ser santos.
Pero
alguien podría preguntarme:
— ‘¿Padre, se puede ser santos en la vida de todos los días?’
— Sí se puede.
— ‘¿Esto significa que tenemos que rezar durante todo el día?’.
– No, significa que uno tiene que hacer su deber todo el día, rezar, ir al trabajo, cuidar a los hijos.
Pero hay que hacer todo esto con el corazón abierto hacia Dios, de manera que en el trabajo, en la enfermedad y en el sufrimiento, y también en las dificultades, estar abiertos a Dios. Y así uno puede volverse santo. Que el Señor nos de la esperanza de ser santos.
¡No
pensemos que es algo difícil, que es más fácil ser delincuentes que santos! No.
Se puede ser santos porque nos ayuda el Señor y es Él quien nos ayuda. Es el
gran regalo que cada uno de nosotros puede devolver al mundo.
Que
el Señor nos de la gracia de creer tan profundamente en Él, que podamos
volvernos imagen de Cristo en este mundo. Nuestra historia necesita
‘místicos’. Tiene necesidad de personas que rechazan todo dominio, que aspiran
a la caridad y a la fraternidad. Hombres y mujeres que viven aceptando también
una porción de sufrimiento, porque se hacen cargo de la fatiga de los demás. Y
sin estos hombres y mujeres el mundo no tendría esperanza.
Por
esto les deseo a ustedes –y lo deseo también para mi– que el Señor nos de la
esperanza de ser santos. Gracias»
Fuente:
Zenit






