Eliminando los recuerdos y
viviendo al instante, se corre el peligro de permanecer en lo superficial
El
papa Francisco presidió este domingo en Roma celebración de Corpus Domino, en
la basílica de San Juan de Letrán.
Antes
de la procesión el Santo Padre celebró la santa misa en la explanada anterior a
la catedral de Roma.
A
continuación el texto completo de la homilía:
«En
la solemnidad del Corpus Christi aparece una y otra vez el tema de la memoria:
«Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer […]. No
olvides al Señor, […] que te alimentó en el desierto con un maná» (Dt 8, 2.14.16)
—dijo Moisés al pueblo—. «Haced esto en memoria mía» (1 Co 11, 24) —dirá Jesús
a nosotros—. El «pan vivo que ha bajado del cielo» (Jn 6, 51) es el sacramento
de la memoria que nos recuerda, de manera real y tangible, la historia del amor
de Dios por nosotros.
Recuerda,
nos dice hoy la Palabra divina a cada uno de nosotros. El recuerdo de las obras
del Señor ha hecho que el pueblo en el desierto caminase con más determinación;
nuestra historia personal de salvación se funda en el recuerdo de lo que el
Señor ha hecho por nosotros. Recordar es esencial para la fe, como el agua para
una planta: así como una planta no puede permanecer con vida y dar fruto sin
ella, tampoco la fe si no se sacia de la memoria de lo que el Señor ha hecho
por nosotros. Recuerda.
La
memoria es importante, porque nos permite permanecer en el amor, re-cordar, es
decir, llevar en el corazón, no olvidar que nos ama y que estamos llamados a
amar. Sin embargo esta facultad única, que el Señor nos ha dado, está hoy más
bien debilitada. En el frenesí en el que estamos inmersos, son muchas personas
y acontecimientos que parecen como si pasaran por nuestra vida sin dejar
rastro. Se pasa página rápidamente, hambrientos de novedad, pero pobres de
recuerdos.
Así,
eliminando los recuerdos y viviendo al instante, se corre el peligro de
permanecer en lo superficial, en la moda del momento, sin ir al fondo, sin esa
dimensión que nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos. Entonces la vida
exterior se fragmenta y la interior se vuelve inerte. En cambio, la solemnidad
de hoy nos recuerda que, en la fragmentación de la vida, el Señor sale a
nuestro encuentro con una fragilidad amorosa que es la Eucaristía.
En
el Pan de vida, el Señor nos visita haciéndose alimento humilde que sana con
amor nuestra memoria, enferma de frenesí. Porque la Eucaristía es el memorial
del amor de Dios. Ahí «se celebra el memorial de su pasión» (Solemnidad del
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Antífona al Magníficat de las II
Vísperas), del amor de Dios por nosotros, que es nuestra fuerza, el apoyo para
nuestro caminar. Por eso, nos hace tanto bien el memorial eucarístico: no es
una memoria abstracta, fría o conceptual, sino la memoria viva y consoladora
del amor de Dios.
En
la Eucaristía está todo el sabor de las palabras y de los gestos de Jesús, el
gusto de su Pascua, la fragancia de su Espíritu. Recibiéndola, se imprime en
nuestro corazón la certeza de ser amados por él. Y mientras digo esto, pienso
de modo particular en vosotros, niños y niñas, que hace poco habéis recibido la
Primera Comunión y que estáis aquí presentes en gran número.
Así
la Eucaristía forma en nosotros una memoria agradecida, porque nos reconocemos
hijos amados y saciados por el Padre; una memoria libre, porque el amor de
Jesús, su perdón, sana las heridas del pasado y nos mitiga el recuerdo de las
injusticias sufridas e infligidas; una memoria paciente, porque en medio de la
adversidad sabemos que el Espíritu de Jesús permanece en nosotros.
La
Eucaristía nos anima: incluso en el camino más accidentado no estamos solos, el
Señor no se olvida de nosotros y cada vez que vamos a él nos conforta con amor.
La Eucaristía nos recuerda además que no somos individuos, sino un cuerpo.
Como
el pueblo en el desierto recogía el maná caído del cielo y lo compartía en
familia (cf. Ex 16), así Jesús, Pan del cielo, nos convoca para recibirlo
juntos y compartirlo entre nosotros. La Eucaristía no es un sacramento «para
mí», es el sacramento de muchos que forman un solo cuerpo.
Nos
lo ha recordado san Pablo: «Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos,
formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Co 10, 17). La
Eucaristía es el sacramento de la unidad. Quien la recibe se convierte
necesariamente en artífice de unidad, porque nace en él, en su «ADN
espiritual», la construcción de la unidad.
Que
este Pan de unidad nos sane de la ambición de estar por encima de los demás, de
la voracidad de acaparar para sí mismo, de fomentar discordias y diseminar
críticas; que suscite la alegría de amarnos sin rivalidad, envidias y
chismorreos calumniadores. Y ahora, viviendo la Eucaristía, adoremos y
agradezcamos al Señor por este don supremo: memoria viva de su amor, que hace
de nosotros un solo cuerpo y nos conduce a la unidad».
Fuente:
Zenit