Soportar
el berrinche de un niño, esperar en una cola, lidiar con el mal humor de
vuestro adolescente… Todos los días ponemos a prueba nuestra paciencia. ¿Cómo
hacer para aprender a ser pacientes y poder progresar?
¿Qué
es la paciencia? “En cualquier caso, yo de eso no tengo”, afirma entre risas
Ioanna, de 40 años, madre de dos niños pequeños.
A
menudo bajo presión, frecuentemente estresadas, las madres de familia corren
contra el tiempo convencidas de que nunca van lo bastante rápido. “Vamos,
niños, daos prisa”, “¿por qué no venís a la mesa cuando os llamo?”, “rápido, a
hacer los deberes y a ponerte el pijama”.
Resumen:
estrés + más estrés = explosión. Sin embargo, sabemos bien que enfadarse con
todo el mundo no sirve para nada.
Hombres y mujeres
iguales ante la paciencia
Aunque
los hombres no son necesariamente más pacientes que las mujeres, en el trabajo
o en la casa. “Me pasa que me enfado con mi secretaria o mis colegas si una
reunión se alarga demasiado”, cuenta Sanislas, de 53 años. “Lo mismo en casa;
si estoy cansado, llevo mal lo de aguantar los gritos de mis hijos”. En
palabras del psicólogo clínico Serge Ginger, aunque “pertenezcamos a dos
especies diferentes, lo cierto es que no hay ninguna diferencia entre los
cerebros de hombres y mujeres en relación a la paciencia. Los dos están sujetos
a la influencia de las hormonas”.
Por
lo tanto, todo es una cuestión de la naturaleza o del carácter de cada uno. En
una pareja, siempre hay uno de los dos que es más paciente que el otro. Y a
veces los papeles se invierten, en función de cada momento y en función de las
personas. ¡Ahí está la fuerza de una pareja!
Una geografía de la
paciencia
“También
está la influencia de la cultura”, destaca con razón Lola, de 54 años,
conferenciante rusa. En nuestras sociedades occidentales, modernas, la
paciencia es difícil de reconciliar con nuestro ritmo de vida. Hay ciertos
países, ciertas civilizaciones que la cultivan más. “Como aquí en Rusia”,
continúa Lola, “pero también en Asia o en África, donde forma parte de la
cultura”.
En
efecto, la paciencia es una virtud muy apreciada en el mundo budista, mientras
que se valora poco en la sociedad materialista donde se premian la eficacia y
la rapidez en obtener lo que se desea. “La paciencia y la tolerancia
son la más alta ascesis”, nos enseña el Dhammapada, uno de los textos budistas
más antiguos. Así que podríamos decir que existe una geografía de la paciencia.
¿Nos impacientamos con
todo el mundo?
Seamos
sinceros: no. Si nuestro jefe tarda en respondernos, nos irritaremos, pero no
se lo mostraremos. Por el contrario, esa misma tarde al volver a casa solo
sería necesario que uno de los niños haya olvidado ir a comprar el pan para
hacernos saltar.
¿Qué es la paciencia?
Según
la definición del diccionario Larousse, la paciencia es “la capacidad para
no enervarse ante las dificultades, para soportar los errores, los fallos, etc.
Cualidad del que sabe esperar con calma. Perseverancia, constancia para hacer
alguna cosa, para perseguir un objetivo”. ¿Entonces hay que tener autocontrol,
resistencia, calma, perseverancia… y todo a la vez? No tanto, no nos
desalentemos. Tratemos de ser pacientes también ahora. Las cosas hay que
hacerlas poco a poco y, como diría François Rabelais, “todo llega a tiempo para
el que sabe esperar”.
La paciencia, clave de
una vida plena
A
través del mundo y de las creencias, la paciencia es una cualidad esencial
necesaria para los que aspiran a la sabiduría. Una especie de arte de saber
esperar. Según el texto del pastor Jean Ruland, la paciencia es “un rasgo de
carácter necesario si quieres tener paz y perseverancia en tu vida. Es la clave
para una vida plena”.
La
paciencia se enseña a menudo también en la Escritura, que subraya las ventajas
para la vida y nos dice que la paciencia nos aporta paz. “La fe nos conduce en
teoría hacia esta paciencia”, prosigue convenientemente Lola, “porque creer en
Dios es entregarse a Él y tener confianza en Él”.
La paciencia también se
mima
Entonces,
¿podemos aprender a ser pacientes? “Créanme, según mi dolorosa experiencia, sí,
la paciencia se aprende”, asegura un accidentado en la carretera que ha tenido
que reaprender a vivir y a caminar. “Se aprende y terminamos incluso por
mimarla. Quizás os encante mañana lo que detestabais hoy. Y viceversa”. Una
madre de familia de 50 años considera también que “a medida que crecen los
niños, mi paciencia crece con ellos. Porque he aprendido de mis errores y me he
percatado de que impacientarme y enervarme era agotador y a veces
contraproductivo”.
Algunos consejos para
progresar
–
Aprender a reconocer las causas de la impaciencia: estrés, cansancio,
dificultades económicas, miedo… e intentar evitarlas dentro de lo posible.
–
Plantearse las preguntas adecuadas. “Antes de manifestar vuestra impaciencia,
planteaos preguntas como: ¿es verdaderamente importante? ¿Qué hay detrás de
este acaloramiento? ¿A qué frustración o a qué deseo responde?”, recomienda
Bernard Hévin, psicoterapeuta, profesor y consejero. Así podríamos desactivar
buena parte de nuestra impaciencia.
–
Saber dejarse llevar. Cuando mi hijo de tres años rueda por el suelo, aprieto
el botón de off”, cuenta Juliette, de 32 años, “y en vez de tratar de
pararle y encima terminar por hacerle llorar, le sonrío y me alejo a la cocina.
¡Por lo general se detiene él solo muy rápido!”.
–
Aceptar pasar el testigo al cónyuge o a un tercero, como un abuelo o abuela,
cuando veas que estás al límite.
–
Encontrar tiempo para los dos y para estar a solas, porque es importante
recuperar energías, tomar perspectiva y, muy a menudo, después de algunas horas
o días de separación, todo el mundo está contento de volverse a ver.
–
Aconsejarse mutuamente, en pareja o entre amigos. La comunicación es básica en
una pareja y es importante ser un apoyo mutuo.
Marie-Laure
Castelnau
Fuente:
Aleteia