El 23 de junio de 1996 Karl Leisner fue beatificado por el Papa San Juan Pablo II
Nació
en Rees/Niederrhein el 28 de febrero de 1915, se crió en Kleve y de estudiante
de bachillerato ingresó en el Movimiento Juvenil Católico.
En dicho Movimiento,
además de disfrutar de la comunidad con los jóvenes y de poder realizar largos
viajes, adquiere conocimientos de las Sagradas Escrituras y sobre todo de la
Eucaristía.
En su diario escribe: „Cristo – Tú eres mi pasión!“.
Karl
Leisner desea ser sacerdote. El obispo de Münster le asigna el cargo de
director de la juventud diocesana. La Gestapo le observa. Durante el año de
estancia en Friburgo le conmueven duras luchas interiores: sacerdocio o
matrimonio y familia? El 25 de marzo de 1939 es ordenado diácono. En pocos
meses debería recibir las sagradas órdenes.
La
Divina Providencia designa otra cosa: Una repentina tuberculosis le obliga a
permanecer en St. Blasien en la Selva Negra. Allá, el 8 de noviembre de 1939,
es detenido por la Gestapo a causa de un comentario hecho en relación con el
atentado contra Hitler: cárcel en Friburgo.
Internamiento
en el campo de concentración de Sachsenhausen y de allá, en 1940, traslado al
campo de concentración de Dachau en el que sucede lo inesperado: el 17 de
diciembre de 1944, en el bloque 26, y con gran peligro para todos los
participantes, el moribundo diácono, Karl Leisner, es ordenado sacerdote por el
obispo Gabriel Piguet, recluso francés. El nuevo sacerdote celebra su primera y
única Santa Misa el día de San Esteban, en el año 1944. El 4 de mayo de 1945 es
puesto en libertad.
Pasa
sus últimas semanas en el sanatorio antituberculoso de Planegg en Munich. Sólo
dos pensamientos absorben su mente: el amor y la penitencia. Entregado al amor
de Dios, a ese amor en el que él creyó y que deseó transmitir a los hombres,
fallece el 12 de agosto. La última inscripción de su diario reza: „Bendice, Oh
Altísimo también a mis enemigos!“
.
Sus
restos mortales reposan en la cripta de la Catedral de Xanten.
El
23 de junio de 1996 Karl Leisner fue beatificado por el Papa Juan Pablo II,
quién en parte de su homilía señaló: “La prueba de un seguimiento auténtico de
Cristo no consiste en las lisonjas del mundo, sino en dar testimonio fiel de
Cristo Jesús. El Señor no pide a sus discípulos una confesión de compromiso con
el mundo, sino una confesión de fe, que esté dispuesta incluso a ofrecerse en
sacrificio. Karl Leisner dio testimonio de esto no sólo con palabras, sino
también con su vida y su muerte: en un mundo que se había vuelto inhumano.
(…)
Cristo es la vida: ésta fue la convicción por la que vivió y por la que,
finalmente, murió Karl Leisner. Apóstol de una profunda devoción mariana, a la
que lo impulsó el padre Kentenich y el movimiento de Schoenstatt”.
Fuente:
ACI