¿Y
de qué hay que dar gracias? De absolutamente todo, tanto de lo que no tenemos
como de lo que sí. No seamos uno más de los que “goza poco de lo mucho que
tiene y sufre mucho por lo poco que le falta”
La
gratitud es un ingrediente básico en esta gran aventura llamada vida; es
el cielo en la tierra. Viene del latín “gratia” que significa “don” o
“gratis”. La gratitud es una actitud y estilo de vida. Es la
expresión del reconocimiento debido a la persona que nos hace un bien
sin estar obligada a hacerlo y justo eso hizo Dios con cada uno de
nosotros, darnos el don de la vida, crearnos simplemente porque nos ama, por un
acto de profundo amor y no por necesidad u obligación y lo hizo gratis.
La
gratitud no se desgasta con el tiempo; crece y da fruto cuando se necesita,
aunque quizá muchas veces esos frutos -o recompensas- no las veamos en la
tierra, sino en el cielo.
Conviene
ser agradecido. La misma gratitud ensancha las puertas del corazón y le hace
latir a su más alta frecuencia -la del amor- porque gratitud y amor siempre van
de la mano. Decir gracias debe ser tan natural como respirar; gracias no
solo pronunciado con palabras, que no salga solo por la boca, sino por el
corazón, de manera sincera.
La
gratitud no solo se habla, se actúa. Las palabras gracias y
agradecimiento se usan más de 100 veces en la Biblia. De hecho, la
gratitud es una constante en la vida pública de Jesús. Es la palabra que más
pronuncian durante su día las personas que más llenas están de amor, aparte de
ser las más serviciales.
Demos
gracias de lo que sí tenemos y que muchas veces damos
por hecho. Comencemos nuestro día de rodillas para que lo terminemos
de pie. Trabajemos con actitud de agradecimiento a
Dios desde que amanece hasta que anochece. Empecemos nuestro día, en cuanto
abramos los ojos simplemente diciendo “¡gracias!”.
Si
de verdad valoráramos lo que es tener vida, lo que es tener piernas para
caminar, ojos para mirar, oídos para escuchar, un techo para vivir
comenzaríamos nuestro día de rodillas diciéndole a Dios: “Te serviré”.
No vayamos por la vida dando por sentado tantos regalos. Todo nos ha
sido confiado de manera gratuita y lo mínimo que Dios merece es gratitud y
cuidar lo que nos confió.
Decía
mi mamá que “es de bien nacidos ser agradecidos”. Luego pasa que personas a las
que nosotras ayudamos se nos voltean y hasta hablan mal. Pareciera maldición
porque cuanto más les apoyamos, más enojo les provocamos. Aquí si aplica el
refrán de “a quien te hable mal de mí, pregúntale cuantas veces lo ayudé”. Pero
¿saben? Hasta estos casos hay que agradecer porque estas personas nos dan
lecciones de vida de aquello que no queremos nosotros hacer a los demás. Eso de
morder la mano de quien un día te dio de comer es de lo más bajo que un ser
humano puede hacer. Y aunque es bíblico y lo leemos en uno de los Salmos:
“Incluso, mi amigo, en quien yo confiaba, el que compartió mi pan, ha levantado
contra mí el calcañar”, este tipo de traiciones duelen y mucho. Aun así, demos
gracias a Dios por esas personas que en algún momento nos traicionaron y se
alejaron.
Una
actitud de gratitud nos ayuda a ver la vida de manera distinta. Eso que en
algún momento consideramos difícil o triste, situaciones dolorosas, si les
ponemos gotas de gratitud estas se transformarán y podremos vislumbrarlas con
más claridad como oportunidades.
Por
ejemplo, ese novio que nos cortó. Tenemos 2 opciones: llorar amargamente porque
terminó la relación o agradecer porque sucedió y elegir quedarnos solo
con lo bueno. Cuando buscamos y encontramos algo, aunque sea muy
pequeño, por el cual sentir agradecimiento en una situación que nos ha hecho
pasar un mal rato, nos anima y nos llena de energía para seguir adelante. Ante
cualquier situación que implique una despedida, nunca será lo mismo decir adiós
desde la gratitud que desde el enojo. Eso hará la diferencia para superar más
fácil esa experiencia.
Ser
agradecido en todo, hasta en lo más trivial como cuando nos toman en cuenta en
cosas que a veces pueden resultar fastidiosas. Por ejemplo, cuando nos
etiquetan en alguna foto o “post” en las redes sociales. Nunca he entendido
porqué algunas personas se enfadan con eso, en vez de sentirse elogiadas o
agradecidas de que las tomen en cuenta.
“Yo
lloraba porque no tenía zapatos hasta que conocí a alguien que no tenía pies”. Y así pasa. Dejamos de gozar lo mucho que
tenemos por quejarnos de lo poco que nos falta. Ahora pensemos en lo que no
tenemos más solo para dar gracias. Dios nos quiere para vivir la gloria
eterna con Él. Por lo tanto, si no tenemos eso que humanamente nos apetece y
que parece noble es porque no nos hace bien ni a nuestra vida, ni a nuestra
alma. Nos ama tantísimo que probablemente no nos dará lo que le pedimos, más sí
lo que nos beneficia. Después de todo nosotros sabemos lo que queremos, pero Él
sabe lo que nos conviene y realmente necesitamos.
En la enfermedad y el sufrimiento
Cuesta,
y mucho, ser agradecidos en medio de una enfermedad, en la muerte de un
ser querido, en un revés económico, en medio de la calumnia y la deshonra. Si
tenemos fe sabremos que los frutos de gozo que se cosechan después de tanto
dolor al ofrecerlos a Dios son infinitos. Aunque el dolor nos esté invadiendo,
pidámosle que nos dé la capacidad de saberle decir “gracias” y
confiemos en el plan perfecto detrás de esta experiencia.
Así
que cada vez que sientas tristeza por eso que no tienes, voltea a tu alrededor
y agradece cada bendición que te es confiada y si puedes, escríbela. Te darás
cuenta de que hasta hojas te faltarán para tantas. Como dijo el papa
Francisco: “Permiso”, “perdóname”, “gracias”, palabras claves de la
convivencia familiar. Si en una familia se dicen estas tres palabras, la familia
va adelante. ¿Cuántas veces al día las pronunciamos?
Te
sugiero que hagas este ejercicio a partir de mañana y lo hagas todos los días.
Ten un cuaderno junto a ti y cada mañana escribe 5 cosas -o bendiciones- por
las que te sientes agradecido. Te aseguro que 5 al día se te harán muy pocas.
El que reconozcas todo lo bueno -y lo que parece no tan bueno- te hará estar
con una actitud muy positiva durante tu día.
Luz
Ivone
Fuente: Aleteia