En la Edad Media esta
palabra se usó para llamar a los niños que eran entregados u ofrecidos por sus
padres a una orden religiosa, hoy tiene un significado diferente...
Todos
sabemos que hay una relación directa entre el idioma español y el latín. Una de
las palabras españolas con raíz latina es la palabra oblato, palabra que a su
vez está relacionada con la palabra oblación. Y oblación viene también del
término latino oblatio, que significa ofrenda.
Por
tanto etimológicamente un oblato es alguien que se da, se entrega, se
ofrenda o se ofrece a Dios. Para entender bien esta relación profundicemos en
el significado de la palabra ofrenda.
Esta
palabra, desde la antigüedad, se entiende desde su connotación original en el
ámbito religioso. Alude a algo que se da a la divinidad. Toda ofrenda (llevada a
perfección en forma de sacrificio) tiene la característica de ser, humanamente
hablando, un don perceptible por los sentidos, como una expresión externa y
concreta de relación con la divinidad.
Para
que una ofrenda (por ejemplo, en el antiguo testamento y en algunas de las
antiguas civilizaciones) sea elevada a la categoría de sacrificio se requiere
que dicha ofrenda (personas, animales o cosas) experimente una drástica
transformación.
Es
decir, una ofrenda no se convierte en sacrificio sino hasta cuando “sufre”
una modificación, por ejemplo, al derramar su sangre, al ser muerto o al ser
incinerado.
Es
el caso del pueblo de Israel que ofrecía a Dios sacrificios de corderos y de
otros animales en reconocimiento de su divinidad y a manera expiatoria.
En
la antigua ley, las ofrendas a Dios ofrecidas bajo la forma de sacrificio,
aunque en sí eran imperfectas, tenían su importancia y necesidad en cuanto eran
una prefiguración del sacrificio de Jesús en el altar de la cruz, el verdadero
y sublime ofrecimiento y sacrificio.
Y
por eso el autor de la Carta a los hebreos dice: “Pues es imposible que sangre
de toros y machos cabríos borre pecados. Por eso, al entrar en este mundo
(Cristo), dice: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un
cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije:
¡He aquí que vengo – pues de mí está escrito en el rollo del libro – a hacer,
oh Dios, tu voluntad!” (Hb 10, 4-7).
Dios,
en la nueva y eterna alianza, al hacerse hombre, tomó un cuerpo pasible y
mortal. Como hombre pudo sufrir y como Dios pudo ofrecer sus sufrimientos y el
sacrificio de su muerte en cruz, con su implícito valor infinito, para
satisfacer o pagar generosamente toda deuda adquirida por el pecado del ser
humano.
A
Jesús no le quitan la vida, Él la ofrece libremente. En este sentido Jesús,
al ofrecerse en sacrificio, se convierte en el primer, único, perfecto y
verdadero oblato.
En
la Edad Media el término oblato se usó para llamar a los niños que eran
entregados u ofrecidos por sus padres a una orden religiosa.
Por
ejemplo, en el siglo XIV, tanto los benedictinos como los franciscanos
aceptaban en sus conventos a niños o jóvenes que eran ofrecidos a Dios por sus
padres de manera temporal como su mejor acción de gracias por una gracia
concedida. Estos niños eran aceptados en calidad de oblatos, con el doble
propósito de ayudar a la orden religiosa y ser formados temporalmente dentro
del convento según el espíritu dela orden religiosa.
La
orden se responsabilizaba en todo sentido de ese don por parte de sus padres. La
experiencia de vida religiosa del niño o joven no excluía la posibilidad de
iniciar un posterior proceso vocacional.
Y
siguiendo el divino ejemplo de Jesucristo un oblato o una oblata es, en
consecuencia, quien se ofrece a Dios, quien se sacrifica por Él, quien se
entrega generosamente a Él en la vida de la Iglesia.
Este
ofrecimiento o entrega se puede hacer de manera informal (personas que se
gastan, se sacrifican, dan la vida por el reino de Dios de manera anónima,
escondida, en silencio), o de manera un poco menos informal como es el caso del
creyente que, sin dejar de ser laico, se ofrece a Dios y se compromete, a
semejanza de los miembros terciarios de
una orden, con un instituto religioso a cumplir en parte los compromisos de sus
religiosos o religiosas.
Un
oblato, en sentido más estricto de la palabra, es quien, de manera formal u
oficial, se entrega al servicio de Dios y de la Iglesia en un instituto
religioso (tenga o no en su nombre la palabra oblatos u oblatas).
Algunas
órdenes religiosas han incluido este término en su nombre o denominación, a
pesar de no estar integradas por laicos. Es el caso, por
ejemplo, de los Oblatos de San José, los Misioneros Oblatos de María Inmaculada,
los oblatos de San Francisco de Sales, las hermanas oblatas del Santísimo
Redentor, las Oblatas al Divino Amor, etc. (un etcétera muy largo).
Henry Vargas
Holguín
Fuente:
Aleteia