Además de la represión,
favorecer la justicia social, el desarrollo y dar oportunidades
El
papa Francisco elogió el trabajo en Italia contra las mafias o criminalidad
organizada, señalando que “Nunca vigilaremos lo suficiente” ante “las
tentaciones del oportunismo, el engaño y el fraude” lo que puede crear “una
política desviada, doblegada a intereses partidarios y acuerdos poco claros”.
Lo
hizo este jueves al recibir en audiencia en el Vaticano a los miembros de la Comisión Parlamentaria
Antimafia con sus familiares.
A continuación el texto de
las palabras del Santo Padre:
«Me
complace recibirles y doy las gracias al Presidente de la Comisión, la senadora
Bindi, por sus amables palabras.
En
primer lugar, quiero pensar en todas las personas que en Italia han pagado con
la vida su lucha contra las mafias. Recuerdo, en particular, a tres
magistrados: el siervo de Dios Rosario Livatino, asesinado el 21 de septiembre
de 1990; Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, asesinados hace 25 años junto con
sus escoltas.
Mientras
preparaba este encuentro, me venían en mente algunas escenas evangélicas en las
que no nos costaría trabajo reconocer los signos de la crisis moral que
atraviesan hoy personas e instituciones. Es siempre actual la verdad de
las palabras de Jesús: “Lo que sale del hombre es lo que contamina al hombre.
Porque de dentro, del corazón del hombre, salen las intenciones malas
pensamientos: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricia, maldades,
fraudes, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas
perversidades salen de dentro y contaminan al hombre “(Mc 7, 20-23).
El
punto de partida sigue siendo siempre el corazón del hombre, sus relaciones,
sus apegos. Nunca vigilaremos lo suficiente ese abismo donde la persona está
expuesta a las tentaciones del oportunismo, el engaño y el fraude, que se
vuelven más peligrosas por el rechazo de ponerse en discusión. Cuando uno se
encierra en la autosuficiencia se llega fácilmente a la autocomplacencia, a la
pretensión de convertirte en la norma de todo y de todos. Prueba de ello es una
política desviada, doblegada a intereses partidarios y acuerdos poco claros. Se
llega entonces a sofocar la llamada de la conciencia, a banalizar el mal, a
confundir la verdad con el engaño y a aprovecharse del papel de responsabilidad
pública que se desempeña.
La
política auténtica, esa que reconocemos como una forma eminente de caridad,
obra en cambio para asegurar un futuro de esperanza y promover la dignidad de
cada uno. Precisamente por esto siente la lucha contra las mafias como una
prioridad, puesto que ellas roban el bien común, arrebatando esperanza y
dignidad a las personas.
Para
ese fin, se hace decisivo oponerse absolutamente al grave problema de la
corrupción, que despreciando el interés general, representa el terreno fértil
en el que las mafias se arraigan y desarrollan. La corrupción siempre encuentra
la manera de justificarse, presentándose como la condición “normal”, la
solución del que es “listo”, el camino que se puede recorrer para lograr los
objetivos propios. Tiene una naturaleza contagiosa y parasitaria, porque no se
nutre de lo que bueno que se produce, sino de lo que se substrae y se roba. Es
una raíz venenosa que altera la competencia sana y aleja las inversiones. En el
fondo, la corrupción es un habitus construido sobre la idolatría
del dinero y la mercantilización de la dignidad humana por lo que se debe combatir
con medidas no menos incisivas de los previstos en la lucha contra las mafias.
Luchar
contra las mafias no significa solamente reprimir. También
significa sanear, transformar, construir, y esto comporta un
compromiso en dos niveles. El primero es el político, a través de una
mayor justicia social, porque para las mafias es fácil proponerse como sistema
alternativo en un territorio donde faltan los derechos y las oportunidades: el
trabajo, la vivienda, la educación y la asistencia sanitaria.
El
segundo nivel de compromiso es el económico, a través de la corrección o
supresión de aquellos mecanismos que generan en todas partes la desigualdad y
la pobreza. Hoy ya no podemos hablar de luchar contra las mafias sin plantear
el enorme problema de una finanza que soberanea sobre las reglas democráticas a
través de la cual las organizaciones criminales invierten y multiplican los ya
ingentes beneficios obtenidos con sus tráficos: drogas, armas, trata de personas, eliminación
de residuos tóxicos, condicionamiento de las contratas para las grandes obras,
juego de azar, racket.
Este
doble nivel, político y económico, presupone otro no menos esencial, es
decir, la construcción de una nueva conciencia civil, la única que puede
conducir a una verdadera liberación de las mafias. Realmente es necesario
educar y educarse en una vigilancia constante sobre uno mismo y el contexto en
que se vive, mejorando la percepción más precisa de los fenómenos de corrupción
y trabajando para un nuevo modo de ser ciudadanos, que comprenda el
cuidado y la responsabilidad de los demás y del bien común.
Italia
debe estar orgullosa de haber puesto en marcha contra la mafia una legislación
que involucra al Estado y a los ciudadanos, a las administraciones y a las
asociaciones, al mundo secular y al católico y religioso en el sentido más
amplio. Los bienes confiscados de las mafias y reconvertidos para un uso social
representan, en este sentido, verdaderas escuelas de vida. En tales contextos,
los jóvenes estudian, aprenden saberes y responsabilidades, encuentran un
trabajo y una realización. En ellos tantas personas ancianas, pobres
o desventajadas encuentran acogida, servicio y dignidad.
Por
último, no se puede olvidar que la lucha contra las mafias pasa a través de la
protección y valorización de los testigos de justicia, personas que se exponen
a riesgos graves cuando eligen denunciar la violencia de la que fueron
testigos. Se debe encontrar una manera que permite a una persona limpia, pero
que pertenece a familias o contextos de la mafia, salir de ellos sin ser objeto
de venganzas y represalias. Muchas son las mujeres, especialmente las
madres, que tratan de hacerlo, rechazando la lógica criminal y con el deseo de
asegurar a sus hijos un futuro mejor. Debemos ser capaces de ayudarlas
respetando, indudablemente, los caminos de la justicia, pero también su
dignidad de personas que eligen el bien y la vida.
Exhortándoos,
queridos hermanos y hermanas, a proseguir con entrega y sentido del deber la
tarea que se les ha confiado por el bien de todos, invoco sobre vosotros la
bendición de Dios. Que los conforte la certeza de estar acompañados por aquel
que es rico en misericordia.; y la certidumbre de que Él no soporta ni
violencias ni abusos los haga incansables operadores de justicia. Gracias.»
Fuente: Zenit