Discurso del Pontífice en el Gran Encuentro de
Oración por la Reconciliación en Colombia, el mensaje ante la presencia de 7
víctimas en Villavicencio
“No se resistan a la reconciliación para
acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de
sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para
desactivar los odios, renunciar a las venganzas y abrirse a la convivencia
basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura
del encuentro fraterno”, dijo el papa Francisco en el Gran Encuentro de Oración
por la Reconciliación en Colombia en el Parque de Las Malocas de Villavicencio
este viernes 8 de septiembre de 2017.
Queridos
hermanos y hermanas:
Desde el
primer día he deseado que llegara este momento de nuestro encuentro.
Ustedes llevan en su corazón y en su carne las huellas de la historia viva
y reciente de su pueblo, marcada por eventos trágicos pero también llena de
gestos heroicos, de gran humanidad y de alto valor espiritual de fe y
esperanza. Vengo aquí con respeto y con una conciencia clara de estar, como
Moisés, pisando un terreno sagrado (cf. Ex 3, 5). Una tierra regada con la
sangre de miles de víctimas inocentes y el dolor desgarrador de sus familiares
y conocidos. Heridas que cuesta cicatrizar y que nos duelen a todos, porque
cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la
humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como personas.
Y estoy aquí
no tanto para hablar yo sino para estar cerca de ustedes y mirarlos a los ojos,
para escucharlos y abrir mi corazón a vuestro testimonio de vida y de fe. Y si
me lo permiten, desearía también abrazarlos y llorar con ustedes, quisiera que
recemos juntos y que nos perdonemos ―yo también tengo que pedir perdón― y que
así, todos juntos, podamos mirar y caminar hacia delante con fe y esperanza.
Nos reunimos
a los pies del Crucificado de Bojayá, que el 2 de mayo de 2002 presenció y
sufrió la masacre de decenas de personas refugiadas en su iglesia. Esta imagen
tiene un fuerte valor simbólico y espiritual. Al mirarla contemplamos no sólo
lo que ocurrió aquel día, sino también tanto dolor, tanta muerte, tantas vidas
rotas y tanta sangre derramada en la Colombia de los últimos decenios. Ver a
Cristo así, mutilado y herido, nos interpela.
Ya no tiene
brazos y su cuerpo ya no está, pero conserva su rostro y con él nos mira y nos
ama. Cristo roto y amputado, para nosotros es «más Cristo» aún, porque nos
muestra una vez más que Él vino para sufrir por su pueblo y con su pueblo; y
para enseñarnos también que el odio no tiene la última palabra, que el amor es
más fuerte que la muerte y la violencia. Nos enseña a transformar el dolor en
fuente de vida y resurrección, para que junto a Él y con Él aprendamos la
fuerza del perdón, la grandeza del amor.
Agradezco a
estos hermanos nuestros que han querido compartir su testimonio, en nombre de
tantos otros. ¡Cuánto bien nos hace escuchar sus historias! Estoy conmovido.
Son historias de sufrimiento y amargura, pero también y, sobre todo, son
historias de amor y perdón que nos hablan de vida y esperanza; de no dejar que
el odio, la venganza o el dolor se apoderen de nuestro corazón. El oráculo
final del Salmo 85: «El amor y la verdad se encontrarán, la justicia y la paz
se abrazarán» (v.11), es posterior a la acción de gracias y a la súplica donde
se le pide a Dios: ¡Restáuranos! Gracias Señor por el testimonio de los que han
infligido dolor y piden perdón; los que han sufrido injustamente y perdonan.
Esto sólo es posible con tu ayuda y presencia. Eso ya es un signo enorme de que
quieres restaurar la paz y la concordia en esta tierra colombiana.
Pastora Mira,
tú lo has dicho muy bien: quieres poner todo tu dolor, y el de miles de
víctimas, a los pies de Jesús Crucificado, para que se una al suyo y así sea
transformado en bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de
violencia que ha imperado en Colombia. Tienes razón: la violencia engendra más
violencia, el odio más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa
cadena que se presenta como ineludible, y eso sólo es posible con el perdón y
la reconciliación. Y tú, querida Pastora, y tantos otros como tú, nos han
demostrado que es posible. Sí, con la ayuda de Cristo vivo en medio de la
comunidad es posible vencer el odio, es posible vencer la muerte, es posible
comenzar de nuevo y alumbrar una Colombia nueva. Gracias, Pastora, qué gran bien
nos haces hoy a todos con el testimonio de tu vida. Es el crucificado de Bojayá
quien te ha dado esa fuerza para perdonar y para amar, y para ayudarte a ver en
la camisa que tu hija Sandra Paola regaló a tu hijo Jorge Aníbal, no sólo el
recuerdo de sus muertes, sino la esperanza de que la paz triunfe
definitivamente en Colombia.
Nos conmueve
también lo que ha dicho Luz Dary en su testimonio: que las heridas del corazón
son más profundas y difíciles de curar que las del cuerpo. Así es. Y lo que es
más importante, te has dado cuenta de que no se puede vivir del rencor, de que
sólo el amor libera y construye. Y de esta manera comenzaste a sanar también
las heridas de otras víctimas, a reconstruir su dignidad. Este salir de ti
misma te ha enriquecido, te ha ayudado a mirar hacia delante, a encontrar paz y
serenidad y un motivo para seguir caminando. Te agradezco la muleta que me
ofreces. Aunque aún te quedan secuelas físicas de tus heridas, tu andar
espiritual es rápido y firme, porque piensas en los demás y quieres ayudarles.
Esta muleta tuya es un símbolo de esa otra muleta más importante, y que todos
necesitamos, que es el amor y el perdón. Con tu amor y tu perdón estás ayudando
a tantas personas a caminar en la vida. ¡Y a caminar rápidamente! Gracias.
Deseo agradecer
también el testimonio elocuente de Deisy y Juan Carlos. Nos hicieron comprender
que todos, al final, de un modo u otro, también somos víctimas, inocentes o
culpables, pero todos víctimas. Todos unidos en esa pérdida de humanidad que
supone la violencia y la muerte. Deisy lo ha dicho claro: comprendiste que tú
misma habías sido una víctima y tenías necesidad de que se te concediera una
oportunidad. Cuando dijiste esa palabra me resonó en el corazón. Y comenzaste a
estudiar, y ahora trabajas para ayudar a las víctimas y para que los jóvenes no
caigan en las redes de la violencia y de la droga, que es otra forma de
violencia. También hay esperanza para quien hizo el mal; no todo está perdido.
Es cierto que en esa regeneración moral y espiritual del victimario la justicia
tiene que cumplirse. Como ha dicho Deisy, se debe contribuir positivamente a
sanar esa sociedad que ha sido lacerada por la violencia.
Resulta
difícil aceptar el cambio de quienes apelaron a la violencia cruel para
promover sus fines, para proteger negocios ilícitos y enriquecerse o para,
engañosamente, creer estar defendiendo la vida de sus hermanos. Ciertamente es
un reto para cada uno de nosotros confiar en que se pueda dar un paso adelante
por parte de aquellos que infligieron sufrimiento a comunidades y a un país
entero. Es cierto que en este enorme campo que es Colombia todavía hay espacio
para la cizaña. Ustedes estén atentos a los frutos, cuiden el trigo y no
pierdan la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en
medio del trigo, no tiene reacciones alarmistas. Encuentra la manera de que la
Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque
en apariencia sean imperfectos o inacabados (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium,
24).
Aun cuando perduren conflictos, violencia o
sentimientos de venganza, no impidamos que la justicia y la misericordia se
encuentren en un abrazo que asuma la historia de dolor de Colombia. Sanemos
aquel dolor y acojamos a todo ser humano que cometió delitos, los reconoce, se
arrepiente y se compromete a reparar, contribuyendo a la construcción del orden
nuevo donde brille la justicia y la paz.
Como ha
dejado entrever en su testimonio Juan Carlos, en todo este proceso, largo,
difícil, pero esperanzador de la reconciliación, resulta indispensable también
asumir la verdad. Es un desafío grande pero necesario. La verdad es una
compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Juntas son
esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada una de ellas impide
que las otras sean alteradas y se transformen en instrumentos de venganza sobre
quien es más débil. La verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza, sino
más bien a la reconciliación y al perdón. Verdad es contar a las familias
desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos.
Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores
violentos. Verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y
de abusos.
Quisiera,
finalmente, como hermano y como padre, decir: Colombia, abre tu corazón de
pueblo de Dios y déjate reconciliar. No temas a la verdad ni a la justicia.
Queridos colombianos: No tengan temor a pedir y a ofrecer el perdón. No se
resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y
superar las enemistades. Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar
diferencias. Es la hora para desactivar los odios, renunciar a las venganzas y
abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación
de una verdadera cultura del encuentro fraterno. Que podamos habitar en armonía
y fraternidad, como desea el Señor. Pidamos ser constructores de paz, que allá
donde haya odio y resentimiento, pongamos amor y misericordia (cf. Oración
atribuida a san Francisco de Asís).
Deseo poner
todas estas intenciones ante la imagen del crucificado, el Cristo negro de
Bojayá:
Oh Cristo negro de Bojayá,
que nos recuerdas tu pasión y muerte; junto con tus brazos y pies
te han arrancado a tus hijos
que buscaron refugio en ti.
que nos recuerdas tu pasión y muerte; junto con tus brazos y pies
te han arrancado a tus hijos
que buscaron refugio en ti.
Oh Cristo negro de Bojayá, que nos miras
con ternura
y en tu rostro hay serenidad; palpita también tu corazón para acogernos en tu amor.
y en tu rostro hay serenidad; palpita también tu corazón para acogernos en tu amor.
Oh Cristo negro de Bojayá,
haz que nos comprometamos
a restaurar tu cuerpo.
Que seamos tus pies para salir al encuentro del hermano necesitado;
haz que nos comprometamos
a restaurar tu cuerpo.
Que seamos tus pies para salir al encuentro del hermano necesitado;
Tus brazos para abrazar
al que ha perdido su dignidad;
tus manos para bendecir y consolar al que llora en soledad.
al que ha perdido su dignidad;
tus manos para bendecir y consolar al que llora en soledad.
Haz que seamos testigos
de tu amor y de tu infinita misericordia.
de tu amor y de tu infinita misericordia.
Aleteia
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