Audiencia en el Vaticano a
los participantes en el Capítulo General de la Orden
El
papa Francisco recibió en audiencia este sábado en la Sala Clementina de la
Ciudad de Vaticano, a los participantes en el Capítulo General de la Orden de
los Cistercienses de Estricta Observancia.
Publicamos a continuación
el discurso que el Papa ha dirigido a los participantes en la audiencia:
«Queridos
hermanos y hermanas. Los saludo con alegría con motivo del Capítulo general.
Doy las gracias a cada uno de vosotros por esta visita, empezando por el Abad General
que se ha hecho intérprete de todos, ilustrando también el propósito y los
objetivos de la asamblea. A través de los aquí presentes quisiera enviar un
cordial saludo a los hermanos y hermanas de vuestros monasterios repartidos en
diversos países.
Voy
con mi corazón y mi mente a vuestros silenciosos claustros, de los cuales sube
incesante la oración por la Iglesia y por el mundo. Y doy gracias al Señor por
la presencia insustituible de las comunidades monásticas, que representan una
riqueza espiritual y un recordatorio constante para buscar ante todo las cosas
de “allá arriba “, para vivir en su justa medida las realidades terrenas.
En
estos días de reflexión e intercambio de experiencias, están llamados a
identificar los objetivos y los caminos para vivir cada vez con mayor
autenticidad vuestra vocación y vuestra consagración, teniendo en cuenta las
necesidades del momento presente, para ser así testigos de oración asidua, de
sobriedad, de unidad en la caridad.
Vuestra
vida contemplativa se caracteriza por una oración asidua, expresión de vuestro
amor por Dios y reflejo de un amor que abarca a toda la humanidad. Siguiendo el
ejemplo de San Benito, no anteponen nada al opus Dei; les exhorto a dar gran
importancia a la meditación de la Palabra de Dios, especialmente a la lectio
divina, que es fuente de oración y escuela de contemplación.
Ser
contemplativo requiere un camino fiel y perseverante para llegar a ser hombres
y mujeres de oración, cada vez más impregnados por el amor al Señor y
transformados en amigos suyos. Se trata de no ser “profesionales” –en sentido
negativo– sino enamorados de la oración, teniendo en cuenta la fidelidad
externa a las prácticas y las normas que la regulan y marcan los momentos no
como fin sino como medio para avanzar en la relación personal con Dios.
Así
se convierten en maestros y testigos que le ofrecen el sacrificio de la
alabanza e interceden por las necesidades y la salvación del pueblo. Y al mismo
tiempo vuestros monasterios siguen siendo lugares privilegiados donde se puede
encontrar la verdadera paz y la felicidad genuina que sólo Dios, nuestro
refugio seguro, puede donar.
Desde
sus orígenes, los cistercienses de estricta observancia se caracterizaron por
una gran sobriedad de vida, convencidos de que era una gran ayuda para
centrarse en lo esencial y llegar más fácilmente a la alegría del encuentro
esponsal con Cristo. Este elemento de simplicidad espiritual y existencial
conserva todo su valor de testimonio en el contexto cultural actual, que con
demasiada frecuencia conduce al deseo de bienes efímeros y paraísos
artificiales ilusorios.
Este
estilo de vida también favorece las relaciones internas y externas del
monasterio. Ustedes no viven como ermitaños en una comunidad, sino como
cenobitas en un desierto singular. Dios se manifiesta en vuestra soledad
personal, así como en la solidaridad que los une a los miembros de la
comunidad.
Están
solos y separados del mundo para adentrarse en el sendero de la intimidad
divina; al mismo tiempo, están llamados a dar a conocer y compartir esta
experiencia espiritual con otros hermanos y hermanas en un equilibrio constante
entre la contemplación personal, la unión con la liturgia de la Iglesia y el
recibimiento de los que buscan momentos de silencio para ser introducidos en la
experiencia de vivir con Dios.
Vuestra
Orden, como todo instituto religioso, es un don que Dios ha dado a la Iglesia;
por lo tanto, es necesario que viva bien insertado en la dimensión de comunión
de la Iglesia misma. Los animo a ser testimonio calificado de la búsqueda de
Dios, escuela de oración y escuela de caridad para todos.
La
“Carta de Caridad”, el documento que establece los términos de vuestra
vocación, debidamente aprobada por la Iglesia, establece las características
esenciales del Capítulo general, llamado a ser signo de unidad en la caridad
para todo el Instituto.
Esta
unidad en la caridad es el paradigma de toda familia religiosa llamada a seguir
a Cristo más de cerca en la dimensión de la vida comunitaria, y se expresa
sobre todo en cada una de vuestras comunidades monásticas en un clima de
fraternidad verdadera y cordial, según las palabras del Salmo: “¡Que hermoso y
dulce es que los hermanos vivan juntos!”(133,1). En este sentido, la invitación
de San Benito está siempre presente: “Nadie esté perturbado ni entristecido en
la casa de Dios”.
La
unidad en la caridad también se expresa en la fidelidad al patrimonio
espiritual, es decir, a la identidad de vuestra Orden. En este sentido, el
Capítulo General es una ocasión propicia para renovar, en un clima de diálogo y
de escucha mutua, el propósito común en la búsqueda de la voluntad de Dios. Los
exhorto a preguntarse con serenidad y verdad sobre la calidad de vuestro
testimonio de vida, sobre la fidelidad dinámica al carisma, sobre cómo ha sido vivido
en vuestras comunidades monásticas, así como por cada uno de los monjes y
monjas.
La
defensa del carisma es, de hecho, una de las principales responsabilidades del
Capítulo general y es una experiencia vital del presente, que se encuentra
entre la memoria agradecida del pasado y las perspectivas de un futuro
esperanzador.
Vuestra
Orden, en sus vivencias históricas, ha conocido tiempos de gracia y momentos de
dificultad; pero siempre ha perseverado en la fidelidad a la búsqueda de
Cristo, teniendo como propósito la gloria de Dios y el bien de la gente. En el
surco de esta tradición espiritual vuestra, se puede leer el estado actual de
la Orden en sus trazos de luces y sombras y, en la novedad del Espíritu, identificar con
coraje nuevas posibilidades y oportunidades para dar testimonio de vuestro
carisma en la Iglesia y en la sociedad de hoy.
Espero
que ese testimonio se vuelva aún más significativo merced a una coordinación
cada vez más orgánica entre las diferentes ramas de la Orden.
La
Virgen María, madre de Dios y de la Iglesia, modelo de toda vida consagrada,
acompañe con su intercesión maternal vuestros trabajos capitulares y el camino
de la Orden. Con esos votos, mientras os pido que recéis por mí, os imparto la
bendición apostólica que extiendo a todos los monjes y monjas de vuestras
comunidades. Gracias».
Fuente: Zenit