Santo Tomás de Aquino nos ayuda a encontrar
soluciones a este problema
Al pensar en Dios como atento de nuestras
plegarias surge un problema, pues si Dios sabe todas las cosas, incluidas
nuestras necesidades, ¿qué sentido tiene pedir a Dios lo que Él ya sabe? Santo
Tomás de Aquino nos ayuda a encontrar soluciones a este problema.
Enfrentar la grandeza infinita de Dios
desde la humildad humana puede ser una experiencia sublime, es decir, que nos
sobrepasa. Cuando llegamos a saber que Dios es Espíritu puro y excelencia en
suma bondad, caridad, justicia y conocimiento, nuestros planteamientos parecen
desvanecerse ante su grandeza.
Dios, en su excelencia es omnipotente y
dueño de la Providencia, que es el plan divino para que todas las cosas
alcancen su fin, en plenitud con la libertad de cada individuo. Parece que hay
una confrontación entre las peticiones de los hombres en la oración y el
conocimiento perfecto de Dios de todas las cosas, incluso las posibilidades de
los individuos. Estos
tres problemas son:
1) Si Dios sabe nuestro futuro y necesidades
no tiene sentido pedir las gracias que Él ya sabe que necesitamos.
2) Con los ruegos se pretende doblegar la
voluntad de aquél a quien rogamos. Es así que rogamos a Dios, pero Él es
indoblegable, por lo que nuestras oraciones y peticiones no tienen sentido.
3) Las cosas que se dan con generosidad son
las que más cuesta dar si son pedidas con súplicas. Pero Dios es generosísimo,
así que no tiene sentido pedirlas, pues Dios es tan generoso que las súplicas
no alcanzarían un límite para que las diera.
Revisemos los argumentos que contestan
estas objeciones basándonos en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino para
hacerlo. Tomemos en cuenta que la base para comprender las peticiones a Dios se
encuentra en la Sagrada Escritura: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis;
llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y
al que llama, se le abrirá. (Mt 7, 7-8)
Debemos convencernos de pedir el auxilio divino con la oración
Dios escucha la oración por su bondad.
Cuando oramos no lo hacemos sólo para pedir las gracias que necesitamos, pues
Dios sabe lo que necesitamos. Cuando oramos lo hacemos para convencernos de que
necesitamos invocar el auxilio divino y no para “convencer” a Dios de que nos
ayude. Dios, en su presciencia, sabe el futuro, incluso de los actos humanos
libres, pues los ve como libres. Es por esto que cuando oramos, pedimos los
méritos para que podamos cumplir libremente la voluntad de Dios. O sea: “para
lograr, actuando, determinados efectos, según el orden establecido por
Dios.” (S. Th. II/II q. 83. a.2)
Dios sabe que pedimos, Dios sabe si dará lo que se pide en libertad
Una parábola que dijo Jesús narra la
historia de un hombre que llega a casa de su vecino a pedir un pan para
dar de comer a un amigo recién llegado. El hombre al que le pedían un pan ya
estaba acostado y la puerta de su casa ya estaba cerrada. Es por esto que no
quiso levantarse a atender a su vecino. Sin embargo, fue tanta la insistencia,
que por fin se levantó y dio a su vecino el pan que pedía. (Lc 11, 5-8) De un
modo semejante, Dios da a los que piden pero no porque se canse de escuchar
súplicas, sino porque es un Padre providente y bueno.
Con nuestras oraciones no pretendemos
cambiar la voluntad de Dios, que desde la eternidad sabe lo que pasará. Sin
embargo, esto no impide que por la oración obtengamos los méritos para aceptar
y hacer lo que Dios ha previsto pero que nosotros decidimos. (Cfr. S. Th. II/II
q. 83 a.2 ad. 2)
Dios es un padre generoso
Las palabras de Jesús con tan elocuentes al
respecto que no hace mucha falta dar una explicación extensa sobre el tema:
“¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un
pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar
cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas
buenas a los que le pidan!” (Cfr. Mt 7:9-11)
Con estas bellas palabras entendemos que
Dios es un Padre bueno, que a pesar de la maldad de sus hijos, quiere su bien y
está dispuesto a dar lo necesario a quien se lo pida. Un punto en el que
debemos poner atención es que Dios responde al que pide. El Evangelio no dice
que Dios no escucha a quien no pide. Sin embargo, habla de la misericordia de
Dios con el que pide.
La acción en la que se centra la oración es
el reconocimiento de la propia pobreza frente a la riqueza de Dios. No es un
reconocimiento humillante, sino uno que mira hacia la fuente de la plenitud y
descubre la mano misericordiosa que lleva a beber directamente de esa fuente.
Al respecto, Santo Tomás de Aquino dice: ” Dios, por su liberalidad, nos
concede muchos bienes aunque no se los hayamos pedido. Y el que quiera
otorgarnos algunos, sólo en el caso de que se los pidamos, es para utilidad
nuestra: para que así vayamos tomando alguna confianza en el recurso a Dios y
para que reconozcamos que Él es el autor de nuestros bienes. De ahí lo que dice
el (San Juan) Crisóstomo: Considera
qué gran felicidad se te ha concedido y qué gran gloria es la tuya: hablar con
Dios por la oración, conversar con Cristo, solicitar lo que quieres, pedir lo
que deseas.”
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Fuente:
Aleteia