Si hay testimonios
bíblicos, aunque no sean directos, para bautizar a los niños
Pregunta:
Muchas
sectas se oponen al bautismo de los niños, y suelen preguntar a los católicos
en qué lugar de la Biblia sale que se pueda o se deba bautizar a los niños. A
esto, muchos católicos no saben responder. Por ejemplo, una joven madre
católica casada con un protestante me escribía:
Yo
soy católica, y mi esposo es cristiano apostólico; él quiere que vea la verdad
en su iglesia, y yo quiero que vea que la iglesia católica es la verdadera,
pero no sé cómo demostrárselo. Él siempre se basa en la Biblia, y dice que
nosotros no, yo asisto a su iglesia algunas veces y me doy cuenta que su
doctrina está un poco equivocada, porque no creen en la Trinidad ni en santos,
y menos en la Virgen. Tenemos un hijo de 8 meses, y yo lo quiero bautizar, pero
él quiere que decida cuando sea grande; no sé qué hacer para demostrarle que
debemos bautizar a los bebés.
Respuesta:
Ya
hemos insistido mucho en que no todo tiene que estar en la Biblia, pues ésta es
sólo una de las dos fuentes de la Revelación, junto con la Tradición que
transmite, entre otras cosas, al mismo texto revelado (la Biblia). De todos
modos, hay testimonios bíblicos, aunque no sean directos.
Digamos,
ante todo, que efectivamente la Iglesia sostiene como de fe definida que “es
válido y lícito el bautismo de los niños que no tienen uso de razón”. El
magisterio tuvo que definir esto recién en el Concilio de Trento (siglo XVI),
cuando una de las primeras sectas desprendidas de la reforma luterana, la de
los anabaptistas (conocidos también como “rebautizantes”), introdujo la
costumbre de repetir el bautismo cuando el individuo llegaba al uso de razón
(por negar la validez del bautismo de los mismos mientras eran niños) [1].
(Antes de éstos, también habían negado la capacidad de los niños para recibir
el bautismo, los valdenses y los petrobrusianos en el siglo XII; pero sin tanta
repercusión). Los mismos reformadores conservaron el bautismo de los niños por
influjo de la tradición cristiana, aunque tal bautismo fuese incompatible con
su concepción de los sacramentos (que exige siempre de parte del que lo recibe
un acto consciente).
Lutero
intentó resolver la dificultad suponiendo arbitrariamente que, en el momento
del bautismo, Dios capacita a los párvulos de manera milagrosa para que
realicen un acto de fe fiducial justificante. Algunos protestantes modernos,
como K. Barth, han criticado esta práctica (por tanto, en contra de la misma
práctica protestante), exigiendo que se corrija ese contrasentido que se
verifica dentro del protestantismo y se sustituya el actual bautismo de los
niños por otro aceptado con responsabilidad por parte del bautizando.
Para
la doctrina católica, no hace falta el acto personal de fe del que se bautiza
cuando éste es un niño, al igual que en un loco que no tiene y nunca tendrá uso
de razón, porque Dios a cada uno le exige, para su salvación, los actos de los
que es capaz por su naturaleza particular (por eso, un adulto que ha llegado al
uso de razón sin bautizarse, no puede ser válidamente bautizado si no hace un
acto libre y personal de fe; pero esto no sucede con el niño, pues éste, por su
naturaleza –o sea, su edad– es incapaz de tal acto). No es que no haga falta un
acto de fe, mas éste no es necesariamente un acto personal del niño que recibe
el bautismo, sino que es el acto de fe de la Iglesia; por eso en el rito del
bautismo de niños, se les pregunta a los padres y padrinos, en el momento antes
de bautizar al párvulo (y después de haber sido todos –padres y padrinos y
testigos– interrogados sobre la fe católica): “¿Queréis que N.N. sea bautizado
en la fe de la Iglesia que juntos acabamos de profesar?” [2].
La
Sagrada Escritura no nos permite probar con plena certeza, pero sí con suma
probabilidad, el hecho del bautismo de los párvulos. Cuando San Pablo (cf. 1 Co
1, 16) y los Hechos de los Apóstoles (16, 15.33; 18, 8; cf. 11, 14) nos hablan
repetidas veces del bautismo de una “casa” (= familia) entera, debemos entender
que en la palabra “casa”, están comprendidos también los hijos pequeños o, por
lo menos, no lo podemos negar (¿dónde dice que en esa familia no hubiese niños
pequeños o que ellos no fueron bautizados?).
Esto,
además, se refuerza por cuanto el bautismo fue considerado por los primeros
cristianos (incluso por los apóstoles) como la sustitución del rito de la
circuncisión (San Pablo habla de la circuncisión de Cristo, por ejemplo en Col
2, 11), la cual se practicaba con los niños a los pocos días de nacer;
igualmente la iniciación de los prosélitos en el judaísmo tardío se practicaba
también en los párvulos.
Según
Hch 2, 38s, el don del Espíritu Santo, que se recibe por el bautismo, no
solamente se prometió a los oyentes de Pedro sino también a sus hijos. Por
éstos se pueden entender, naturalmente, en un sentido amplio, todos los
descendientes de aquellos que estaban oyendo al apóstol.
¿Cuál
es la razón teológica para sostener que los niños sin uso de razón (párvulos),
a pesar de no poder hacer un acto de fe personal, reciben válidamente el
bautismo? Esto se funda en la eficacia objetiva de los sacramentos y se
justifica por la universal voluntad salvífica de Dios (cf. 1 Tim 2, 4), que se
extiende también sobre los niños que no han llegado al uso de razón (cf. Mt 19,
14), y por la necesidad del bautismo para alcanzar la salvación (cf. Jn 3, 59).
Algunos
usan el texto de 1 Co 7, 14 como objeción contra el bautismo de los niños. Allí
dice San Pablo: Pues el marido no creyente queda santificado por su mujer, y la
mujer no creyente queda santificada por el marido creyente. De otro modo,
vuestros hijos serían impuros, mas ahora son santos. Como aquí San Pablo llama
“santos” a los hijos de matrimonios mixtos (entre cristiano/a y pagano/a), no
permite concluir que esos niños no tengan necesidad de recibir el bautismo, del
mismo modo que nadie entiende en el mismo versículo que el cónyuge pagano quede
santificado de modo automático por casarse con un cónyuge cristiano, sin que necesite,
por tanto, bautizarse en caso de reconocer que el cristianismo es la verdadera
religión.
Si
vamos a la tradición cristiana, vemos que hay testimonios del bautismo de niños
desde los primeros tiempos. Por ejemplo, Policarpo, en las actas de su martirio
(en torno al año 160) afirma: “hace ochenta y seis años que le sirvo (a
Jesucristo)”, con lo que se deduce que Policarpo fue bautizado (a eso se
refiere el santo obispo de Esmirna) hacia el año 70 en edad juvenil [3]. San
Justino en su Primera Apología habla de muchos, hombres y mujeres, de sesenta y
setenta años “que desde su infancia eran discípulos de Cristo”, o sea que
fueron bautizados siendo niños en torno a los años 85 al 95 (cuando todavía
estaba vivo el apóstol Juan) [4].
Según
Hch 2, 38s, el don del Espíritu Santo, que se recibe por el bautismo, no solamente
se prometió a los oyentes de Pedro sino también a sus hijos. Por éstos se
pueden entender, naturalmente, en un sentido amplio, todos los descendientes de
aquellos que estaban oyendo al apóstol.
¿Cuál
es la razón teológica para sostener que los niños sin uso de razón (párvulos),
a pesar de no poder hacer un acto de fe personal, reciben válidamente el
bautismo? Esto se funda en la eficacia objetiva de los sacramentos y de Otros
testimonios directos de la práctica eclesiástica de bautizar a los niños, los
encontramos en San Ireneo [5], Tertuliano [6], Hipólito de Roma [7], Orígenes [8]
y San Cipriano [9], y en los epitafios paleocristianos del siglo III, algunos
de los cuales se pueden leer en las catacumbas de Roma hasta el día de hoy.
Orígenes funda la práctica de bautizar a los niños, en la universalidad del
pecado original, y afirma que tal costumbre procede de los apóstoles. Un sínodo
cartaginés presidido por Cipriano (entre el 251 al 253), desaprobó el que se
dilatase el bautismo de los recién nacidos hasta ocho días después de su
nacimiento, y dio como razón que “a ninguno de los nacidos se le puede negar la
gracia y la misericordia de Dios”. Desde el siglo IV va apareciendo, sobre todo
en Oriente, la costumbre de dilatar el bautismo hasta la edad madura o,
incluso, hasta el fin de la vida. San Gregorio Nacianceno recomienda como regla
general la edad de tres años [10]. Las controversias contra los pelagianos
hicieron que se adquiriera un conocimiento más claro del pecado original y de
la necesidad de recibir el bautismo para salvarse, lo cual sirvió para extender
notablemente la práctica de bautizar a los niños pequeños.
Bibliografía:
Hamman,
El bautismo y la confirmación, Barcelona 1970;
Torquebiau,
Baptême en Occident, DDC, II, col. 110-174;
Herman,
Baptême en Orient, DDC, II, col. 174-201;
Schmaus,
Teología dogmática, tomo VI (Los sacramentos), Rialp, Madrid 1963;
C.
Didier, Le baptême des enfants. Considérations théologiques, en: “L’Ami du
Clergé” 76 (1966), pp. 157-159; 193-200; 497-516.
[1]
Cf. DS 1626; también 1514.
[2]
Cf. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, 69, 8 ad 2.
[3]
Se puede ver el texto en: Padres Apostólicos, BAC, Madrid, 1979, IX,3; p. 679.
[4]
Este hermoso testimonio puede verse en: Justino, Apología I, 15,6; en: Padres
apologetas griegos, dirigido por Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1979, p. 196.
[5]
Cf. Ireneo, Adversus haereses, II, 22,4.
[6]
Cf. Tertuliano, De baptismo 18.
[7]
Cf. Hipólito Romano, Traditio apostolica.
[8]
Cf. Orígenes, In Lev. hom. 8, 3; Comm. in Rom 5, 9.
[9]
Cf. Cipriano, Ep. 64,2.
[10]
Cf. Gregorio Nacianceno, Oratio 40,28.
Por:
P. Miguel A. Fuentes, IVE