El Santo Padre indica un
balance positivo del viaje apostólico en el país latinoamericano
Dos
días después de regresar de Colombia, el papa Francisco retomó las audiencias
generales de los miércoles en la Plaza de San Pedro, favorecidas por un clima
agradable de final del verano.
A continuación el texto completo:
«Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Como
ustedes saben en los días pasados he realizado el viaje apostólico a Colombia.
(Aplausos) ¡Hay aquí algunos colombianos! Con todo el corazón agradezco al
Señor por este gran don; y deseo renovar la expresión de mi reconocimiento al
señor presidente de la República, que me ha recibido con mucha cortesía, a los
obispos colombianos que han trabajado mucho para preparar esta visita, como
también a todas las autoridades del país, y a todos aquellos que han colaborado
en la realización de esta Visita. ¡Y un agradecimiento especial al pueblo
colombiano que me ha recibido con mucho afecto y mucha alegría!
Un
pueblo gozoso en medio de tantos sufrimientos, pero gozoso; un pueblo con
esperanza. Una de las cosas que más me ha impresionado en todas las ciudades,
la multitud y entre la muchedumbre, los papás y las mamás con los niños, que
levantaban a los niños para que el Papa los bendijera, pero también con orgullo
hacían ver a sus niños como diciendo: “Esto es nuestro orgullo, esta es nuestra
esperanza”. Yo he pensado: un pueblo capaz de hacer niños y capaz de hacerlos
ver con orgullo, con esperanza: este pueblo tiene futuro. Y me ha gustado
mucho.
De
modo particular en este viaje he sentido la continuidad con los dos Papas que
antes de mí han visitado Colombia: el Beato Pablo VI, en 1968, y San Pablo II,
en 1986. Una continuidad fuertemente animada por el Espíritu, que guía los
pasos del pueblo de Dios en los caminos de la historia.
El
lema del Viaje era ‘Demos el primer paso’, es decir, realicemos el primer paso,
referido al proceso de reconciliación que Colombia está viviendo para salir de
medio siglo, de medio siglo de conflicto interno, que ha sembrado sufrimiento y
enemistad, causando tantas heridas, difíciles de cicatrizar. Pero con la ayuda
de Dios el camino ya está ya iniciado. Con mi visita he querido bendecir el
esfuerzo de este pueblo, confirmarlo en la fe y en la esperanza, y recibir su
testimonio, que es una riqueza para mi ministerio y para toda la Iglesia. El
testimonio de este pueblo es una riqueza para toda la Iglesia.
Colombia,
como la mayor parte de los países latinoamericanos, es un país en el cual son
fortísimas las raíces cristianas. Y si este hecho hace todavía más agudo el
dolor por la tragedia de la guerra que lo ha lacerado, al mismo tiempo
constituye la garantía de la paz, el sólido fundamento de su reconstrucción, la
linfa de su invencible esperanza.
Es
evidente que el Maligno ha querido dividir al pueblo para destruir la obra de
Dios, pero es también evidente que el amor de Cristo, su infinita Misericordia
es más fuerte que el pecado y que la muerte.
Este
Viaje ha permitido llevar la bendición de Cristo, la bendición de la Iglesia
sobre el deseo de vida y de paz que rebosa del corazón de esta Nación: lo he
podido ver en los ojos de los miles y miles de niños, jóvenes y muchachos que
han llenado la Plaza de Bogotá y que he encontrado por todas partes; esa fuerza
de vida que también la naturaleza misma proclama con su exuberancia y su
biodiversidad. ¡Colombia es el segundo país en el mundo por biodiversidad!
En
Bogotá he podido encontrar a todos los obispos del país y también al Comité
Directivo del Consejo Episcopal Latinoamericano. Agradezco a Dios por haberlos
podido abrazar y por haberles dado mi aliento pastoral, por su misión al
servicio de la Iglesia sacramento de Cristo nuestra paz y nuestra esperanza.
La
jornada dedicada de modo particular al tema de la reconciliación, y el momento
culminante de todo el viaje ha sido en Villavicencio. En la mañana se realizó
la gran celebración eucarística, con la beatificación de los mártires Jesús
Jaramillo Monsalve, obispo, y Pedro María Ramírez Ramos, sacerdote; por la
tarde, la especial Liturgia de Reconciliación, simbólicamente orientada hacia
el Cristo de Bojayá, sin brazos y sin piernas, mutilado como su pueblo.
La
beatificación de los dos mártires ha recordado plásticamente que la paz se
funda también, y sobre todo, en la sangre de tantos testigos del amor, de la
verdad, de la justicia, y también de verdaderos y propios mártires, asesinados
por la fe, como los dos apenas citados. Escuchar sus biografías ha sido
conmovedor hasta las lágrimas: lágrimas de dolor y de alegría juntas. Ante sus
reliquias y sus rostros, el santo pueblo fiel de Dios ha sentido fuerte su
propia identidad, con dolor, pensando a las muchas, demasiadas víctimas y con
alegría, por la misericordia de Dios que se extiende sobre quienes lo temen.
«Misericordia
y verdad se encontraran, justicia y paz se besaran» (Sal 85, 11), que hemos
escuchado al inicio. Este versículo del salmo contiene la profecía de lo que ha
sucedido el viernes pasado en Colombia; la profecía y la gracia de Dios para
este pueblo herido, para que pueda resurgir y caminar en una vida nueva.
Estas
palabras proféticas llenas de gracia las hemos visto encarnadas en la historia
de los testimonios, que han hablado en nombre de tantos y tantos que, a partir
de sus heridas, con la gracia de Cristo han salido de sí mismos y se han
abierto al encuentro, al perdón, a la reconciliación.
En
Medellín la perspectiva ha sido la de la vida cristiana como discipulado: la
vocación y la misión. Cuando los cristianos se empeñan completamente en el
camino del seguimiento de Jesucristo, se vuelven verdaderamente sal, luz y
levadura en el mundo, y los frutos son abundantes.
Uno
de estos frutos son los ‘Hogares’, es decir, las Casas donde los niños y los
jóvenes heridos por la vida pueden encontrar una nueva familia donde son
amados, acogidos, protegidos y acompañados. Y otros frutos, abundantes como
racimos, son las vocaciones para la vida sacerdotal y consagrada, que he podido
bendecir y animar con alegría en un inolvidable encuentro con los consagrados y
sus familiares.
Y
finalmente, en Cartagena, la ciudad de San Pedro Claver, apóstol de los
esclavos, el ‘focus’ ha ido a la promoción de la persona humana y de sus
derechos fundamentales. San Pedro Claver, como también recientemente Santa
María Bernarda Bütler, han dado la vida por los más pobres y marginados, y así
han mostrado la vía de la verdadera revolución, aquella evangélica, no
ideológica, que libera verdaderamente a las personas y las sociedades de las
esclavitudes de ayer y, lamentablemente también de hoy. En este sentido, “dar
el primer paso”,el lema del Viaje, dar el p rimer paso significa acercarse,
inclinarse, tocar la carne del hermano herido y abandonado. Y hacerlo con
Cristo, el Señor hecho esclavo por nosotros. Gracias a Él hay esperanza, porque
Él es la misericordia y la paz.
Confío
nuevamente a Colombia y a su amado pueblo a la Madre, Nuestra Señora de
Chiquinquirá, que he podido venerar en la catedral de Bogotá. Con la ayuda de
María, todo colombiano pueda dar cada día el primer paso hacia el hermano y la
hermana, y así construir juntos, día a día, la paz en el amor, en la justicia y
en la verdad. Gracias.
Sergio Mora
Fuente: Zenit