Un detalle no previsto
Dentro
de las cientos de páginas que contiene la Biblia, es muy fácil encontrar
exactamente una palabra o frase cualquiera en muy poco tiempo gracias al
sistema de capítulos y versículos que tiene, y que se emplea para citarlas.
Pero
cuando los autores sagrados compusieron individualmente los libros que luego
formarían parte de la Biblia, no los dividieron así. En efecto, nunca
imaginaron, mientras escribía cada uno su obra, que ésta terminaría siendo
leída por millones y millones de personas, explicada a lo largo de los siglos,
comentadas cada una de sus frases, analizado su estilo literario. Ellos
simplemente dejaron correr la pluma sobre el papel bajo la inspiración del
Espíritu Santo, y compusieron un texto largo y continuo desde la primera página
hasta la última.
Fueron
los judíos quienes, al reunirse los sábados en las sinagogas comenzaron a
dividir en secciones la Ley (es decir, los cinco primeros libros bíblicos, o
Pentateuco), y también los libros de los Profetas, a fin de poder organizar la
lectura continuada.
Nació
así la primera división de la Biblia, en este caso del Antiguo Testamento, que
sería de tipo "litúrgica" puesto que era empleada en las
celebraciones cultuales.
El ensayo judío
Como
los judíos procuraban leer toda la Ley en el transcurso de un año, la
dividieron en 54 secciones (tantas, cuantas semanas tiene el año) llamadas
"perashiyyot" (= divisiones). Estas separaciones estaban
señaladas en el margen de los manuscritos, con la letra "p".
Los
Profetas no fueron divididos enteros en "perashiyyot", como la Ley,
sino que se seleccionaron de ellos 54 trozos, llamados "haftarot" (=
despedidas), porque con su lectura se cerraba en las funciones litúrgicas la
lectura de la Biblia.
El
evangelio de san Lucas (4, 16-19) cuenta que en cierta oportunidad Jesús fue de
visita a su pueblo natal, Nazaret, en donde se había criado, y cuando llegó el
sábado concurrió puntualmente a la sinagoga a participar del oficio como todo
buen judío. Y estando allí lo invitaron a hacer la lectura de los Profetas. Entonces
él pasó al frente, tomó el rollo y leyó la "haftarah" que tocaba
aquel día, es decir, la sección de los Profetas correspondiente a ese sábado. Lucas
nos informa que pertenecía al profeta Isaías, y que era el párrafo que
actualmente ha quedado formando parte del capítulo 61 según nuestro moderno
sistema de división.
El
ensayo cristiano
Los
primeros cristianos tomaron de los judíos esta costumbre de reunirse
semanalmente para leer los libros sagrados. Pero ellos agregaron a la Ley
y los Profetas también los libros correspondientes al Nuevo Testamento. Es
por eso que resolvieron dividir también estos rollos en secciones o capítulos
para que pudieran ser cómodamente leídos en la celebración de la eucaristía.
Nos
han llegado hasta nosotros algunos manuscritos antiguos, del siglo V, en donde
aparecen estas primeras tentativas de divisiones bíblicas. Y por ellos
sabemos, por ejemplo, que en aquella antigua clasificación Mateo tenía 68
capítulos, Mc 48, Lc 83 y Jn 18.
Con
este fraccionamiento de los textos de la Biblia se había logrado no sólo una
mejor organización en la liturgia, y una celebración de la palabra más
sistemática, sino que también servía para un estudio mejor de la Sagrada
Escritura, ya que facilitaba enormemente el encontrar ciertas secciones,
perícopas o frases que normalmente hubieran llevado mucho tiempo hallarlas en
el intrincado volumen.
Lo hizo un arzobispo
Pero
con el correr de los siglos se acrecentó el interés por la palabra de Dios, por
leerla, estudiarla, y conocerla con mayor precisión. Ya no bastaban estas
divisiones litúrgicas, sino que hacía falta otra más precisa, basada en
criterios más académicos, donde se pudiera seguir un esquema o descubrir alguna
estructura en cada libro. Además se imponía una división de todos los
libros de la Biblia, y no sólo los que eran leídos en las reuniones cultuales.
El
mérito de haber emprendido esta división de toda la Biblia en capítulos tal
cual la tenemos actualmente correspondió a Esteban Langton, futuro
arzobispo de Canterbury (Inglaterra).
En
1220, antes de que fuera consagrado como tal, mientras se desempeñaba como
profesor de la Sorbona, en París, decidió crear una división en capítulos, más
o menos iguales. Su éxito fue tan resonante que la adoptaron todos los
doctores de la Universidad de París, con lo que quedó consagrado su valor ante
la Iglesia.
Se
conserva el manuscrito
Langton
había hecho su división sobre un nuevo texto latino de la Biblia, es decir, de
la Vulgata, que acababa de ser corregido y purificado de viejos errores de
transcripción.Esta división fue luego copiada sobre el texto hebreo, y más
tarde transcripta en la versión griega llamada de los Setenta.
Cuando
en 1228 murió Esteban Langton, los libreros de París ya habían divulgado su
creación en una nueva versión latina que acababan de editar, llamada
"Biblia parisiense", la primera Biblia con capítulos de la historia.
Fue
tan grande la aceptación que tuvo la minuciosa obra del futuro arzobispo, que
la admitieron inclusive los mismos judíos para su Biblia hebrea. En
efecto, en 1525 Jacob ben Jayim publicó una Biblia rabínica en Venecia, que
contenía los capítulos de Langton. Desde entonces el texto hebreo ha
heredado esta misma clasificación.
Hasta
el día de hoy se conserva en la Biblioteca Nacional de París, con el número
14417, la Biblia latina que empleara el arzobispo de Canterbury para su
singular trabajo y que, sin saberlo él, estaba destinado a extenderse por el
mundo.
Más cortas, son mejores
Pero
a medida que el estudio de la Biblia ganaba en precisión y minuciosidad, estas
grandes secciones de cada libro, llamadas capítulos, se mostraron ineficaces. Era
necesario todavía subdividirlos en partes más pequeñas con numeraciones
propias, a fin de ubicar con mayor rapidez y exactitud las frases y palabras
deseadas.
Uno
de los primeros intentos fue el del dominico italiano Santos Pagnino, el cual
en 1528 publicó en Lyon una Biblia toda entera subdividida en frases más
cortas, que tenían un sentido más o menos completo: los actuales versículos.
Sin
embargo no le correspondería a él la gloria de ser el autor de nuestro actual
sistema de clasificación de versículos, sino a Roberto Stefano, un editor
protestante.Éste aceptó, para los libros del Antiguo Testamento, la división
hecha por Santos Pagnino, y resolvió adoptarla con pequeños retoques. Pero
curiosamente el dominico no había puesto versículos a los 7 libros
deuterocanónicos (es decir, a los libros de Tobías, Judit, 1 y 2 Macabeos,
Sabiduría, Eclesiástico y Baruc), por lo cual Stefano tuvo que completar esta
labor.
El trabajo definitivo
En
cambio la división del Nuevo Testamento no fue de su agrado, y decidió
sustituirla por otra, hecha por él mismo. Su hijo nos cuenta que se
entregó a esta tarea durante un viaje a caballo de París a Lyon.
Stefano
publicó primero el Nuevo Testamento en 1551, y luego la Biblia completa en 1555. Y
fue él el organizador y divulgador del uso de versículos en toda la Biblia,
sistema éste que con el tiempo se impondría en el mundo entero.
Esta
división, al igual que la anterior en capítulos, también fue hecha sobre un
texto latino de la Biblia. Sólo en 1572 se publicó la primera Biblia
hebrea con los versículos.
Finalmente
el papa Clemente VIII hizo publicar una nueva versión de la Biblia en Latín
para uso oficial de la Iglesia, pues el texto anterior de tanto ser copiado a
mano había sido deformado. La obra vio la luz el 9 de noviembre de 1592, y
fue la primera edición de la Iglesia Católica que apareció con la ya definitiva
división de capítulos y versículos.
No salió del todo bien
De
esta manera quedó constituida la fachada actual que exhiben todas nuestras
Biblias.Pero lejos de ser afortunadas, estas divisiones muestran muchas
deficiencias, que revelan la manera arbitraria en que han sido colocadas, y que
los estudiosos actuales pueden detectar pero que quienes las hicieron entonces
no estaban en condiciones de saberlo.
Por
ejemplo, Esteban Langton en el libro de la Sabiduría interrumpe un discurso
sobre los pecadores para colocar el capítulo 2, cuando lo más natural hubiera
sido colocarlo un versículo más arriba, donde naturalmente comienza. Otro
ejemplo más grave es el capítulo 6 del libro de Daniel, que comienza en el
medio de una frase inconclusa, cuando debería haberlo puesto pocas palabras más
adelante.
También
los versículos exhiben esta inexactitud. Uno de los casos más curiosos es
el de Génesis 2, en el que el versículo 4 abarca dos frases. Pero la
primera pertenece a un relato del siglo VI y la segunda a otro... ¡cuatrocientos
años anterior! Y ambos forman parte de un mismo versículo. También en Isaías 22
tenemos que la primera parte del versículo 8 pertenece a un oráculo del
profeta, mientras que la segunda, de otro estilo y tenor, fue escrita
doscientos años más tarde.
La minuciosidad sabida
La
disposición en capítulos y versículos de la Biblia ha sido el comienzo de un
cada vez más profundo estudio de este libro.
Hoy
de la Biblia conocemos hasta sus más pequeños detalles. Sabemos que sus
capítulos son 1.328. Que posee 40.030 versículos. Que las palabras en el texto
original suman 773.692. Que tiene 3.566.480 letras. Que la palabra Yahvé,
el nombre sagrado de Dios, aparece 6.855 veces. Que el salmo 117 se
encuentra justo en la mitad de la Biblia. Que si uno toma la primera letra
"t" hebrea en la primera línea del Génesis, y luego anota las
siguientes letras número 49 (49 es el cuadrado de 7) aparece la palabra hebrea
"Torá" (= Ley) perfectamente escrita.
El
libro ha sido puesto en la computadora, minuciosamente analizado,
cuidadosamente enumerado en todos los sentidos, al derecho y al revés, y
descubierto las combinaciones y las cábalas más curiosas imaginables. Se
ha encontrado la frecuencia constante de determinadas palabras a lo largo de
los distintos libros, hecho misterioso ya que quienes los escribían no sabían
que iban a terminar formando parte de un volumen más grueso.
Ha
sido sometida a cuantos estudios puedan hacerse. Ahora sólo falta que nos
decidamos a vivir lo que enseña, y a creer lo que nos promete, con el mismo
ahínco.
Por:
Ariel Álvarez Valdés