Casos como los de Tim Farron o el alcalde de Verona muestran que
vuelve a ser muy difícil conjugar política y catolicismo sin sufrir la persecución
mediática o de contrarios
En
1673 Jaime, Duque de York, se vio obligado a renunciar a su cargo como Lord
Alto Almirantazgo. Jaime pertenecía a la Casa real inglesa y, en consecuencia,
estaba dentro de la línea de sucesión al trono… pero Jaime era católico.
En
la Inglaterra de la época, para ostentar cualquier cargo civil o militar se
tenía que realizar el siguiente juramento: “Yo, (nombre), declaro que creo
que no hay ninguna transubstanciación en el sacramento de la Cena del Señor, ni
en los elementos del pan y el vino, en o después de la consagración.”
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En
1678, la conocida como Test Act fue extendida a la Casa de los Lores, que
de este modo expulsó a cinco pares de Inglaterra católicos. Durante los
siguientes 150 años ningún católico tomó asiento en el Parlamento. No fue hasta
1829 que esta prohibición fue levantada (aunque se han mantenido otros
mecanismos de discriminación contra los católicos hasta el día de hoy, como el
hecho de hacer perder sus derechos al trono a cualquier miembro de la familia
real que se haga “papista” o, hasta el año 2012, a cualquiera que se casara con
un católico/a).
Magnífica
clase de historia, pensarán algunos. Muy interesante… y muy antiguo, un residuo
de otros tiempos, menos tolerantes que los nuestros.
O
quizás no estemos ante un hecho solo del pasado; quizás estemos ante algo
muy actual… por mucho que cambien algunas palabras.
Son
muchos los católicos ingleses que creen reconocer el fantasma de la vieja Test
Act paseándose en nuestros días. La última muestra no es otra que la renuncia
del líder del Partido Liberal Demócrata, Tim Farron, aduciendo que era
imposible para él mantenerse fiel a la Biblia y liderar al mismo tiempo un
partido político (“una persona mejor y más sabia quizás hubiera podido lidiar
con todo esto con mayor éxito”, añadió, pero sin dar pistas sobre cómo se
podría hacer eso).
No
se trata ahora de juzgar a Farron, responsable de algunos errores de bulto,
pero ha sido el historiador John Charmley, profesor en St Mary’s University, en
Twickenham, quien ha señalado que el tratamiento que Farron ha recibido por
parte de los medios ha sido una especie de nueva Test Act.
Las
reiteradas peticiones para que se expresara en público en contra de la doctrina
de la Iglesia sobre la homosexualidad marcaron la campaña electoral y le
dejaron fuera de juego. Si antes se exigía a los católicos renunciar en público
a la doctrina de la Iglesia sobre la Eucaristía, ahora se les exige que
renuncien en público a la doctrina de la Iglesia en materia sexual.
Si
no lo hacen, el acceso a cargos públicos queda vedado, legalmente antes, por la
vía de los hechos ahora (aunque cada vez son más quienes piden que la vía legal
se haga efectiva para así evitar “errores” como el del alcalde
de Verona).
La
idea de fondo es que los católicos, por sus propias creencias, no pueden ser
buenos ciudadanos y, en consecuencia, hay que cerrarles el paso a cualquier
puesto que tenga importancia para la vida en común. Y esta vez la nueva Test
Act no se aplica solo en Inglaterra, sino que alcanza, como mínimo, a todos los
países occidentales.
Charmley,
que recuerda el enorme daño causado por la Test Act, avisa de que los católicos
“podemos aprender que aceptar sin más nuestras desgracias no es buena idea”. De
hecho, hacia finales del siglo XVIII, los católicos abandonaron su posición
pasiva y se enfrentaron a la Test Act. ¿Cómo?
Organizándose
en instituciones como el Catholic Committee y
el Cisalpine Club,
que ayudaron a desmantelar las leyes penales contra los católicos. Y también
discutiendo y argumentando contra el relato protestante: el historiador John
Lingard, por ejemplo, dio a la imprenta importantes obras que desmentían la
versión oficial anticatólica de la historia indisputada hasta entonces.
Otro
ejemplo de este esfuerzo argumentativo fue la Apología pro vita sua de
Newman, una obra que le costó horrores escribir al ya beato inglés pero que
cambió el panorama. Un par de pistas (organizarnos mejor, argumentar más y con
mayor solidez) de por dónde deberíamos ir los católicos ante esta nueva oleada
de discriminación que nos retrotrae a los peores tiempos de la persecución
anticatólica en Gran Bretaña.
Jorge Soley
Fuente:
Actuall