Los verdaderos restos del
primer Obispo de Roma siguen siendo los que se veneran en la Basílica de San
Pedro en el Vaticano
En
las últimas semanas ha circulado en diversos medios de comunicación y en las redes
sociales la noticia de la aparición de unos supuestos huesos pertenecientes al Apóstol
San Pedro durante las obras de restauración de la iglesia de Santa
Maria in Cappella, en Roma.
Según
han informado diversos medios, durante las obras efectuadas en esta iglesia del
barrio romano de Trastevere, aparecieron, detrás de un altar medieval, una
serie de pequeñas urnas de barro en cuyo interior se custodiaban restos óseos.
Una
de esas urnas tenía la inscripción en la que figuraba el nombre de San Pedro
junto a los nombres de los Papa Cornelio, Calixto y Félix.
Según
las investigaciones de los arqueólogos, los restos encontrados probablemente
procedían originalmente de algunas de las catacumbas situadas en las afueras de
la ciudad de Roma.
Sin
embargo, no existe ninguna evidencia científica que autentifique esos restos:
los verdaderos restos del primer Obispo de Roma siguen siendo los que se
veneran en la Basílica de San Pedro en el Vaticano.
Las
catacumbas eran los lugares de entierro de los cristianos romanos de los
primeros siglos después de Cristo. En contra de lo que piensa la mayoría de la
gente, no eran lugares secretos, y tampoco eran lugares donde se celebraban
Misas para evitar la persecución de la antigua Roma imperial.
Los
antiguos romanos paganos respetaban la muerte, e incluso le rendían culto, por
ello, aunque el cristianismo estaba prohibido por las autoridades imperiales,
se permitía el entierro de los cristianos y se respetaban sus necrópolis. En
cualquier caso, los primeros cristianos celebraban la Misa en las Domus
Eclessiae, no en las catacumbas.
Por
ello, los primeros mártires y los primeros Papas se enterraron en catacumbas
como las de San Calixto o las de San Sebastián, situadas en la Via Appia Antica
que comunicaba el centro de la Roma Imperial con el puerto de Ostia.
Solo
tras la invasión de los pueblos bárbaros a partir del siglo IV, y sobre todo en
el siglo V, Roma ya era oficialmente un imperio cristiano, la Iglesia comenzó a
trasladar los restos de los mártires y Papas a iglesias del interior de la
ciudad para así proteger mejor las reliquias.
Por
lo tanto, los restos encontrados en el Trastevere es muy probable que tuvieran
ese origen. Esta interpretación se ve reforzada por el hecho de que los
arqueólogos han datado las urnas donde se conservan esos restos en torno al
siglo XI, fecha de construcción de la actual iglesia Santa Maria in Cappella.
Por
otro lado, las inscripciones tampoco tienen por qué indicar necesariamente la
identidad de la persona venerada. En las catacumbas de San Sebastián, por
ejemplo, también se han encontrado lápidas con los nombres de San Pedro, San
Pablo y otros apóstoles. Eso no significara que esas tumbas acogieran las
reliquias de los apóstoles, sino que era una manera de pedir su intercesión por
el alma de la persona allí enterrada.
La tumba de San Pedro en
el Vaticano
La
Iglesia Católica, a partir de las numerosas investigaciones que se han
realizado, ubica las verdaderas reliquias del Apóstol San Pedro en la
necrópolis situada bajo la Basílica del Vaticano.
El
lugar en el que se encuentra actualmente la Plaza y Basílica de San Pedro del
Vaticano era, en el siglo I de la era cristiana, un gran descampado situado
fuera de la muralla de la Roma imperial. Allí algunas de las familias más
acaudaladas de Roma habían construido un cementerio, una necrópolis pagana para
acoger los restos de sus difuntos.
Junto
a la necrópolis existía un circo construido por Nerón, un circo que, a
diferencia del Circo Máximo, era de uso privado para los eventos del emperador.
Esta
clase de monumentos lúdicos privados eran comunes en la antigua Roma. Así, hoy
se pueden visitar dos: el Stadium del Palatino, y el circo de Massenzio.
En
ese circo construido por Nerón en la colina vaticana es donde, según la
tradición, San Pedro murió martirizado en el año 67. Posteriormente, su cuerpo
fue enterrado en la necrópolis situada en la misma colina.
Como
recuerdo de aquel circo, el obelisco que lo presidía se situó al centro de la
actual plaza de San Pedro, donde aún se conserva.
La
memoria de la tumba de San Pedro se conservó viva en la primera comunidad
cristiana de Roma, y durante los primeros siglos del cristianismo, antes de la
construcción de las primeras catacumbas, muchos cristianos se enterraron en la
necrópolis vaticana situando sus tumbas alrededor de la de San Pedro.
Así,
el emperador Constantino, primer emperador cristiano, mandó construir la
primitiva basílica de San Pedro, hoy desaparecida, encima de la necrópolis y
con la tumba del apóstol situada bajo el crucero de la Basílica, estructura que
hoy se conserva en la actual Basílica barroca. La tumba petrina se sitúa justo
bajo el baldaquino de bronce construido por Bernini.
Con
la desaparición de la Basílica constantiniana y la construcción de la actual en
los siglos XV, XVI y XVII se cerró el acceso a la tumba, por lo que su memoria
se perdió e incluso se puso en duda la veracidad de su existencia en la colina
vaticana.
Para
poner fin al debate sobre la existencia o no de los restos de San Pedro en el
Vaticano, el Papa Pío XII promovió una gran excavación arqueológica en el
subsuelo de la Basílica en el año 1940, que concluyó el Papa Pablo VI.
Esta
expedición permitió el redescubrimiento de los restos de la Basílica construida
por Constantino y, en un segundo nivel, la necrópolis romana en un estado de
conservación que asombró a los arqueólogos de la época.
Allí,
entre los lujosos panteones de las familias patricias romanas paganas, se
encontraron los restos de un antiguo monumento funerario vacío situado en el
centro de una serie de enterramientos indudablemente cristianos.
El
monumento funerario tiene diversos graffitis cristianos, lo cual indicaba que
había pertenecido a un importante mártir cristiano. La inscripción “Aquí está
Pedro”, indicaba su identidad.
Es
encima de ese monumento donde, en una estructura de la época de la Basílica
constantiniana se encontró en una urna, con una serie de restos óseos envueltos
en un paño de púrpura, color de los emperadores romanos pero también de los
mártires cristianos. Los huesos, como consecuencia del paño que los envolvía,
estaban teñidos de rojo.
Fue
entonces cuando la Iglesia anunció al mundo la aparición e identificación de la
tumba de San Pedro. Investigaciones posteriores de los restos revelaron que, si
bien resulta imposible atribuir esos restos a una persona concreta con una
seguridad del 100%, sí se podía certificar que pertenecieron a un hombre que
vivió en el primer siglo del cristianismo y de características físicas
similares a las que se atribuyen a San Pedro.
Los
restos de San Pedro se pueden visitar en la actualidad en las necrópolis
vaticanas, abiertas al público.
Por Miguel Pérez
Pichel
Fuente: ACI Prensa