El Papa Francisco culminó
su intensa jornada de visita pastoral a las ciudades italianas de
Cesena y Bolonia, celebrando es esta última una misa en el
estadio Dall’Ara
Homilía del Santo Padre:
Celebro
con ustedes el primer domingo de la Palabra: la Palabra de Dios hace el arder
el corazón (cf. Lc 24, 32), porque nos hace sentir amados y consolados por el
Señor. También Nuestra Señora de San Lucas, el evangelista, puede ayudarnos a
entender la ternura materna de la palabra "viva", y al mismo tiempo
"aguda" como en el Evangelio de hoy: de hecho, penetra en el alma
(Efesios 4:12) y saca los secretos y las contradicciones del corazón.
Hoy,
nos apela a través de la parábola de los dos hijos, que ante el pedido del
padre de ir a su viña responden: El primero no, pero luego va; el segundo sí,
pero luego no va. Hay, sin embargo, una gran diferencia entre el primer hijo,
que es perezoso, y el segundo, que es hipócrita. Intentemos imaginar lo que
pasó dentro de ellos. En el corazón del primero, después de decir no, resonaba
aún la invitación de su padre; en cambio en el segundo, a pesar del “sí”, la
voz de su padre fue enterrada.
Pecadores en camino y
pecadores sentados
El
recuerdo del padre levantó al primer hijo de la pereza, mientras que el
segundo, que tenía una buena predisposición contradijo "el decir con el
hacer". De hecho, se había convertido en impermeable a la voz de Dios y
de la conciencia, que de esta forma había abrazado sin problemas la dualidad de
la vida. Jesús con esta parábola pone dos caminos por delante de nosotros, que
como experimentamos, no siempre estamos dispuestos a decir sí con palabras y
obras, porque somos pecadores. Pero podemos elegir entre ser pecadores en
camino, que permanecen escuchando al Señor y cuando caen se arrepienten y se
levantan, como el primer hijo; o ser pecadores sentados, listos para
justificarse siempre y sólo en palabras según aquello que les conviene.
Estas
palabras Jesús las dirige a algunos jefes religiosos de aquel tiempo, que se
parecían al hijo de la “doble vida”, mientras que la gente común normalmente se
comportaba como el otro hijo. Estos jefes sabían y explicaban todo, en un modo
formalmente intachable, como verdaderos intelectuales de la religión. Pero no
tenían la humildad de escuchar, el coraje de preguntarse, ni la fuerza de
arrepentirse. Y Jesús es muy severo: dice que incluso los publicanos les
preceden en el Reino de Dios. Es una reprensión fuerte, porque los publicanos
eran los corruptos traidores de la patria. ¿Cuál era entonces el problema de
estos jefes? No estaban equivocados en el concepto, sino en el modo de vivir y
pensar delante de Dios: eran, en palabras y con los otros, custodios
inflexibles de las tradiciones humanas, incapaces de comprender que la vida
según Dios es “en camino” y requiere la humildad de abrirse, arrepentirse y
recomenzar.
La palabra clave es
"arrepentirse"
¿Qué
nos dice esto a nosotros? Que no existe una vida cristiana con reglas fijas,
construida científicamente en la cual basta con cumplir algunas normas para
tranquilizar la conciencia: la vida cristiana es un camino humilde de una
conciencia que nunca es rígida y siempre está en relación con Dios, que sabe arrepentirse
y confiarse a Él en su propia pobreza, sin presumir nunca de bastarse por sí
misma.
Así
se superan las versiones revisadas y actualizadas de aquel mal antiguo,
denunciado por Jesús en la parábola: la hipocresía, la doble vida, el
clericalismo que se acompaña del legalismo, el alejamiento de la gente. La
palabra clave es arrepentirse: es el arrepentimiento lo que permite no
endurecerse, el transformar un no a Dios...en un sí, y el sí al pecado...en un
no por amor al Señor. La voluntad del Padre, que cada día delicadamente habla a
nuestra conciencia, se cumple sólo en la forma del arrepentimiento y de la
conversión continua. En definitiva, en el camino de cada uno hay dos caminos:
ser pecadores arrepentidos o ser pecadores hipócritas. Porque lo
que cuenta no son los razonamientos que justifican e intentan salvar las
apariencias, sino un corazón que avanza con el Señor, que lucha cada día, se
arrepiente y regresa a Él. Porque el Señor busca a los puros de corazón y no a
los "puros por fuera".
Buscar el encuentro hacia
un nuevo equilibrio
Veamos
ahora, queridos hermanos y hermanas, que la Palabra de Dios excava en
profundidad, “discierne los sentimientos y los pensamientos del corazón” (Eb 4,
12). Pero es también actual: la parábola nos llama incluso a pensar en las
relaciones, no siempre fáciles, entre padres e hijos. Hoy en día, a la
velocidad con la que se pasa de una generación y a la otra, se advierte con
mayor fuerza la necesidad de autonomía del pasado, a veces hasta llegar a la
rebelión. Pero después de los encierros y los largos silencios de una parte a
la otra, es bueno recuperar el encuentro, aunque sea vivido entre
conflictos ya que estos pueden convertirse en estímulo de un nuevo
equilibrio. Como en la familia, así en la Iglesia y en la sociedad: nunca
renunciar al encuentro, al diálogo, a la búsqueda de nuevas vías para caminar
juntos.
Las tres "P"
como referencia en el caminar cristiano
En
el camino de la Iglesia surge a menudo la pregunta: ¿hacia dónde caminar, cómo
caminar hacia adelante? Quisiera dejarles como conclusión de esta jornada, tres
puntos de referencia, tres “P”: La primera es la Palabra, que es la
brújula para caminar en la humildad, para no perder el camino de Dios y caer en
la mundanidad.
La
segunda es el Pan, el pan eucarístico, porque en la Eucaristía comienza
todo. Es en la Eucaristía donde se encuentra la Iglesia: no en las habladurías
y murmullos, sino aquí, en el Cuerpo de Cristo compartido por gente pecadora y
con necesidad, pero que se siente amada y por tanto desea amar. De aquí se
parte y nos reencontramos cada vez; este es nuestro inicio irrenunciable del
nuestro ser Iglesia. Lo proclama “ad alta voce”, el Congreso Eucarístico: la
Iglesia se congrega así, nace y vive en torno a la Eucaristía, con Jesús presente
y vivo para ser adorado, recibido y compartido cada día.
Por
último, la tercera P: los Pobres. Aún hoy, lamentablemente muchas personas
carecen de lo necesario. Pero también hay tantos pobres de afecto, personas
solas, y pobres de Dios. En todos ellos encontramos a Jesús, porque Jesús en el
mundo ha seguido el camino de la pobreza, del anulamiento, como dice San Pablo
en la segunda lectura: “Jesús se abaja a sí mismo asumiendo una condición de
siervo” (Fil 2, 7). De la Eucaristía a los pobres, vamos a encontrar a Jesús.
Ustedes han reproducido la frase que el cardenal Lercaro amaba ver puesta en el
altar: “Si compartimos el pan del cielo, ¿cómo no compartir el pan de la
tierra?”. Nos hará bien recordarlo siempre. La Palabra, el Pan y los
Pobres: pidamos la gracia de no olvidarnos nunca de estos alimentos- base, que
sostienen nuestro camino.
SL
Radio Vaticano