Diálogo entre un jesuita y el presidente de la
Comunidad Islámica Mezquita Ishbilia
Josep Buades Fuster (Palma, 1966) es
miembro del Servicio Jesuita a Migrantes. A lo largo de los años ha adquirido
una amplia experiencia en el diálogo con musulmanes. Ha seguido la formación de
las nuevas comunidades musulmanas en las últimas décadas, conoce a sus
responsables y cuenta con buenos amigos entre ellos.
Es el caso del sevillano Yihad Sarasúa, un
converso al islam hace 30 años que preside la Comunidad Islámica Mezquita
Ishbilia. Se reúnen en la capital andaluza el 31 de agosto, como un gesto a favor
de la necesidad de seguir avanzando en un diálogo interreligioso que los
atentados de Barcelona y Cambrils no pueden detener.
Ni siquiera por razones sociológicas: «Hoy
–destaca el jesuita– alrededor de un 40 % de los musulmanes en España son
españoles; ya no es posible presentar el islam como algo extranjero», pese a
que –reconoce Saraúsa– «el proceso de maduración y normalización de la
comunidad islámica en España va a llevar todavía su tiempo».
Sevillano por los cuatro costados y
apasionado de la Semana Santa andaluza, constata sin embargo las dificultades
de no pocos musulmanes para integrarse en la sociedad española. «Vemos a padres
que quieren educar a sus hijos como buenos marroquíes, cuando ellos lo que
quieren es ser buenos españoles, como sus amigos del colegio. En Marruecos son
extranjeros y, cuando vuelven a España, siguen siendo extranjeros. A estos
musulmanes de segunda generación muchas veces les han tocado padres que se
pasan el día entero trabajando en la recogida de la fresa y que no han podido
darles las herramientas para comprender la riqueza que supone vivir entre dos
culturas. Al no sentirse ni de un sitio ni de otro son chicos fácilmente
manipulables. Esos son los huecos por los que se cuelan los terroristas».
Josep Buades: Dices algo importante. En el islam,
básicamente de lo que se trata es de discernir con arreglo a unos textos la
voluntad de Dios en cada lugar y circunstancia. A la hora de saber si lo que yo
hago está prohibido, aconsejado o desaconsejado, necesito conocer bien las
fuentes, pero mucha de la gente capaz de hacer esto en España ha estudiado en
Jordania o en Marruecos.
Yihad Sarasúa: A mí me gusta la expresión vivenciar el
islam. Las enseñanzas de un sabio de Malí no se pueden trasplantar aquí sin
más. La jurisprudencia islámica da mucha importancia al consenso, a la
comunidad. El Corán y la Sunna exigen que el imán
sea uno
de los vuestros, alguien que entienda la comunidad. Aquí tenemos
grandes mezquitas sufragadas por grandes patrocinadores que no tienen problemas
económicos y, por otro lado, inmigrantes que rezan bajo un toldo de plástico,
con situaciones y problemas que son distintos.
J.B.: La predicación en las mezquitas suele
hacerse todavía solo en árabe, con lo cual muchas veces los jóvenes no
entienden los sermones.
Y.S.: ¡No los entiendo a veces ni yo! Esa
es la precariedad en la que vivimos. Cuando invito a alguien a predicar tengo
que preocuparme de sus antecedentes, de controlar un poco su discurso…, pero lo
normal es que hable solo en árabe. Nosotros tenemos el Corán, que no se
traduce, pero es bueno explicar esas lecturas después en cada lengua.
El Estado demanda interlocutores fiables
J.B.: Se han producido muchos cambios en
poco tiempo. Primero llegaron los estudiantes sirios y palestinos, que montan
sus asociaciones. Luego surgieron algunas comunidades en Andalucía. Pero es
entre 2005 y 2010 cuando se crean más comunidades en España. Habían pasado ya
diez o 15 años desde la gran llegada de inmigrantes y los grupos empezaban a
asentarse. Es entonces cuando le entran las prisas al Estado –que yo mismo
entiendo y en parte comparto– para que se establezcan unos interlocutores
claros y fiables.
Y.S.: Efectivamente, con la llegada de la
inmigración se ha producido un aumento exponencial, y por eso hay de repente
una necesidad de regular, pero esa necesidad no existe para los musulmanes, que
ponen una alfombra para rezar y, si hoy en lugar de tres resulta que son 50, no
ven problema.
J.B.: El islam no es solamente una relación
personal o comunitaria con Dios, sino también un modo de vida, un tipo de
relación dentro de la familia y con el entorno y la sociedad. Es ahí donde
preocupa qué forma va tomando esa vida, especialmente cuando aparecen personas
fanáticas que les dicen a los jóvenes que no hagan amigos cristianos ni judíos
por miedo a que pierdan la pureza.
Y.S.: Esa es una mala interpretación del
Corán que obedece a intereses de grupos concretos. Desde esa perspectiva, sí
entiendo las prisas por regularizar la presencia musulmana. Pero hay que ver de
qué manera: ¿queremos crear guetos donde van a estar los imanes vigilados o
integrar al islam? ¿Vamos a seguir considerando a los musulmanes como
invasores? Claro que aquí también nosotros tenemos parte de culpa, con
federaciones creadas para cobrar subvenciones donde lo único que preocupa es el
reparto, y para eso lo decisivo es si yo represento a 40 mezquitas y tú a 30,
aunque eso sí, después no quiero hacerme responsable de esas comunidades… Eso
es un mal asunto.
J.B.: El Estado quiere tener a una Comisión
Islámica como interlocutora porque hay una ley que regula el derecho
fundamental a la libertad religiosa, que ha sido en parte aplicada y en parte
no, como sucede con el derecho de los padres musulmanes a que sus hijos reciban
enseñanza religiosa en la escuela. Y yo, ahí me digo como católico que tengo
que defender la libertad religiosa para mí y para cualquiera que, en
conciencia, se relacione con Dios de otra manera. Diré que está equivocado,
pero debo respetar su conciencia. En ese sentido se percibe un cambio
sustantivo en nuestro episcopado, que antes veía con recelo los espacios de
libertad ganados por los musulmanes. Recientemente, el arzobispo de Granada tuvo
una actitud muy gallarda cuando un grupo convocó un rosario público por una
oración de musulmanes ante una imagen de la Virgen. Él les respondió que los
cristianos no rezamos en desagravio por el ejercicio de la libertad religiosa
de otros.
Y.S.: Yo aplaudo al arzobispo de Granada. Y
creo que los creyentes tenemos que defender conjuntamente la figura de Dios.
Vale que no utilizamos el mismo nombre, ni siquiera el mismo libro, pero sí hay
unos parámetros comunes.
J.B.: Cuando cristianos y musulmanes
hablamos de nuestra espiritualidad, de nuestra relación con Dios…, resulta
sumamente fácil, porque los dos bebemos de la misma tradición del lenguaje
sapiencial que encontramos en nuestros respectivos libros sagrados. Esto es
bellísimo, pero muchas veces nos falta la ocasión o el atrevimiento. No me
refiero solo al diálogo interreligioso al más alto nivel. El diálogo tiene que
permear la vida ordinaria de la gente.
Y.S.: Este es el diálogo que algunas
personas y poderes ocultos no quieren que se dé ente las personas de buena
voluntad, porque contradice esa visión cada día más desacralizada del ser
humano.
J.B.: Harán falta años para que cuajen las
cosas. Y asumir que nos vamos a tropezar algunas veces, pero que merece la pena
seguir hablando y celebrando juntos. También me parece importante que las
comunidades musulmanas se impliquen más en la vida del vecindario, que
organicen una chocolatada en las fiestas patronales o inviten a los vecinos al
final del Ramadán.
Y.S.: Necesitamos transmitir una imagen
correcta del islam. El otro día, en televisión, un hermano hacía una referencia
muy interesante al terrorismo internacional cuando le cortó un contertulio,
diciéndole que lo que su madre quería saber es cómo alguien llega a asesinar en
nombre de Dios. La gente está demandando respuestas.
J.B.: Siempre hay personas que hacen crack,
psicológica o ideológicamente, y se convierten en carne de cañón para otros que
les manipulan para enrolarles en movimientos extremistas, no solo musulmanes,
aunque es verdad que ahora hay una modalidad de terrorismo que busca
legitimación en los textos islámicos. Hay algo diabólico en eso.
Y.S.: Exacto, la palabra es diabólico. El
Corán dice: vosotros traéis vuestro libro, que nosotros traemos el nuestro; es
decir, la invitación al diálogo está presente desde el principio.
J.B.: Pero hay movimientos como el
wahabismo o el salafismo que recluyen a las personas en sus propios círculos.
En Cataluña nos dicen que tal vez un tercio de las comunidades son de este
tipo.
Y.S.: Esos movimientos son interpretaciones
que corresponden a momentos políticos. Por ejemplo, el salafismo surgió como
reacción a la excesiva politización del islam, diciendo: dejemos de hablar de
tantas cosas y limitémonos a lo que tenemos claro, que son dos o tres libros.
J.B.: De esos dos o tres libros hacen una
lectura literal, sin dejar margen para que la razón, en diálogo con la fe, dé
forma a la vida religiosa…
Y.S.: Ese es el problema.
J.B.: …algo frente a lo que Benedicto XVI
nos advertía continuamente, porque la fe y la razón deben abrirse y entrar en
diálogo. ¿De este tipo de cosas habláis en las comunidades?
Y.S.: Muy poco. La mayoría de comunidades
están formadas por gente que trabaja, como decimos nosotros, la
media jornada china, o sea, 16 horas diarias, y lo único que
quieren es una alfombra limpia para rezar y un imán que les hable de Dios.
Libertad de conciencia: el gran debate
J.B.: El tema de la libertad religiosa es
ahora mismo la piedra de toque en la relación entre católicos y musulmanes.
Durante años aplaudí la política del Gobierno turco, porque abría espacios de
libertad para los musulmanes que el régimen laicista les había negado, pero
llegó un momento en el que esa ampliación de libertad se convirtió en libertad cercenada
para el resto. Yo he sufrido la falta de libertad religiosa al viajar a otros
lugares y no toleraría nunca que esto llegara a ocurrir en mi país, supongamos
que como resultado del aumento de la población musulmana, como tampoco tolero
que se rebaje la libertad religiosa en nombre del laicismo.
Me parece que cristianos y musulmanes
deberíamos trabajar conjuntamente mucho más para ver qué significa la libertad
religiosa y de conciencia. Pero esto se consigue desde la cercanía. En El
Cairo, el Papa Francisco dijo básicamente lo mismo sobre la libertad religiosa
que lo que tanto revuelo provocó cuando lo dijo Benedicto XVI en Ratisbona.
¿Por qué Francisco fue aplaudido? Tal vez porque lo dijo con más delicadeza
diplomática, pero sobre todo por algunos gestos como el lavatorio de pies a
presos cristianos y musulmanes sin distinción, o su apoyo a los refugiados,
muchos de ellos musulmanes. Es algo que yo mismo he experimentado en mi propia
vida: cuando va creciendo mi relación con personas musulmanas, esa estima mutua
me permite hablar con mayor libertad.
Y.S.: Es verdad. No basta el diálogo
doctrinal si no va acompañado por gestos de cercanía como los del Papa. Y me
gustaría destacar que, aunque, naturalmente tenemos que hablar de cuestiones
urgentes como la seguridad, cuando nuestro diálogo resulta realmente
enriquecedor es cuando hablamos de religiosidad, del amor al prójimo… Me
gustaría que se pusiera ahí mucho más el foco. Y aprender más los unos de los
otros. Ese diálogo es fundamental.
J.B.: Y al final, en definitiva, el diálogo
que importa es el que tendremos con Dios, cara a cara, al final de esta vida.
Publicado por R.B. en Alfa y Omega
Fuente: Aleteia