“El pecado arruina el
corazón”, recuerda el Papa
“La
vergüenza abre la puerta a la curación”, “pidamos la gracia de la vergüenza” es
la invitación que ha hecho el papa Francisco en la misa matutina celebrada en
la Casa Santa Marta.
El
Papa dirigió estas palabras al concluir esta reflexión: “Ante el Señor
experimentar vergüenza por nuestros pecados y pedir ser curados”, y continuó
“Cuando el Señor nos ve así, avergonzados por lo que hemos hecho, y con
humildad pedir perdón, Él es el omnipotente: borra, nos abraza, nos acaricia y
nos perdona. Éste es el camino para llegar al perdón, lo que hoy nos enseña el
profeta Baruc”.
El
Papa ha aclarado que Dios es misericordioso: “Alabemos hoy al Señor porque ha
querido manifestar la omnipotencia precisamente en la misericordia y en el
perdón”, y ante un Dios tan bueno, que perdona todo, que tiene tanta
misericordia: “pidamos la gracia de la vergüenza”.
“Nadie
puede decir: ‘Yo soy justo’, o ‘yo no soy como aquel o como aquella’. Yo soy
pecador. Yo diría que casi es el primer nombre que todos tenemos: pecadores”,
ha señalado el Papa.
“Justicia
a Dios y a nosotros el deshonor en el rostro”. Con estas palabras el Profeta
Baruc en la Primera Lectura propuesta por la liturgia del día se refiere a la
desobediencia a la ley de Dios, es decir, al pecado y, al mismo tiempo, indica
también cuál es el verdadero camino para pedir perdón.
Este
ha sido el hilo conductor de la homilía del Papa durante la Misa matutina
celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el primer viernes de octubre.
Francisco recorrió el texto litúrgico deteniéndose, ante todo, en la realidad
del pecado que caracteriza a todos los hombres, y en la profecía de Baruc
“sacerdotes, reyes, jefes y padres”.
El
Papa ha explicado que al preguntarnos “¿por qué somos pecadores?” entendemos
que “hemos desobedecido, siempre en relación con el Señor: Él ha dicho una cosa
y nosotros hemos hecho otra. No hemos escuchado la voz del Señor: Él nos ha
hablado tantas veces. En nuestra vida, cada uno puede pensar: ‘¡Cuántas veces
el Señor me ha hablado a mí! ¡Cuántas veces no lo he escuchado!’. Ha hablado
con los padres, con la familia, con el catequista, en la iglesia, en las
predicaciones, también ha hablado a nuestro corazón”.
Pero
nosotros nos hemos rebelado: éste es el pecado, por lo tanto es “rebelión”, es
“obstinación” en el proseguir en “las inclinaciones perversas de nuestro
corazón”, cayendo en las “pequeñas idolatrías de cada día”, “codicia”,
“envidia”, “odio” y, especialmente, “maledicencia”, ese “hablar mal” que el
Papa define la “guerra del corazón para destruir al otro”.
“El
pecado arruina el corazón, arruina la vida, arruina el alma, debilita y
enferma”, y el Papa ha indicado que “No es una mancha que hay que quitar. Si
fuera una macha, bastaría ir a la tintorería y hacerla limpiar… No. El pecado
es una relación de rebelión contra el Señor. Es malo en sí mismo, pero malo
contra el Señor, que es bueno. Y si yo pienso así mis pecados, en lugar de
entrar en depresión, siento aquel gran sentimiento: la vergüenza, la deshonra
de la que habla el profeta Baruc. La vergüenza es una gracia”.
ROSA
DIE ALCOLEA
Fuente: Zenit