Le quiero a Él desde que me encontré con Él en
medio de mi vida y le dije que sí entre lágrimas, conmovido...
Hoy Jesús me invita a seguir sus pasos: Entonces
dijo Jesús a sus discípulos: -El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí
mismo, que cargue con su cruz y me siga. Me hace ver que soy yo el que quiero
seguirlo. Yo el que decido. Yo el que elijo.
Pero, ¿es eso
verdad? Es cierto que le digo que sí con los labios. Le susurro que le quiero y
que estoy dispuesto a darlo todo por ser fiel a su amor. Pero luego hago
cálculos humanos. Echo el freno a mis ansias por miedo a perderlo todo. Me
pongo límites para no entregarme por completo.
Quiero seguirlo
a Él, a Jesús, es verdad, porque le quiero como es, como se ha mostrado en mi
vida. Le quiero como aquel ante el que me emociono al pensar en sus pasos por
los caminos entre los hombres. Me emociono al oír su voz en medio de la noche,
al revivir sus palabras dichas en mi alma como un susurro. Tiemblo al ver sus
milagros e imaginar su llanto.
Le quiero a Él desde que me encontré con Él
en medio de mi vida y le dije que sí entre lágrimas, conmovido. Le quiero a Él porque vino a mi
indigencia cuando estaba perdido y le dio sentido a mis pasos. Le quiero a Él,
en su cuerpo herido por nosotros, en su vida entregada por mí.
Es cierto, le
quiero, no lo puedo negar. Y por eso, porque el amor tiene esas cosas, quiero
estar con Él siempre, cada día, cada noche. Es lo que tiene el amor verdadero.
Que lo quiere todo y no se conforma sólo con los restos.
Pero a veces
mi amor se tambalea y sufre cuando dejo de notar sus pisadas en mis pasos. Se
enfría algo cuando su voz parece más débil, o quizás soy yo que no la oigo. Y
me da miedo entonces haber confundido la senda emprendida un día cuando el
corazón ardía lleno de fuego.
Es como si se debilitara el fuego en mi
interior, ese fuego que Jesús encendió una noche en mi alma con sus manos. Y no me emociono tanto. O ya no tiemblo
como el primer día. Y el sí, quiero que brotó
tantas veces de mis labios se debilita de pronto como una silueta dibujada
sobre un mar embravecido.
Apenas
distingo mi amor que es verdadero. Y el fuego es sólo humo, o tal vez brasas. Y
es por Él por quien estaba dispuesto a dar la vida. Y sigo dispuesto. Lo vuelvo
a afirmar. Es Jesús aquel a quien quería seguir a cualquier parte del mundo
cuando comencé el camino.
Hoy me detengo de nuevo ante Jesús. Lo miro en esa imagen suya que me
conmueve, la de aquel cuadro de Rembrandt, el Cristo vivo, en el que vi sus
rasgos.
O lo miro
crucificado en ese Cristo roto que siempre me acompaña. Los brazos heridos. Y
las piernas. La lanzada abriendo un río de vida de su costado.
O me detengo
ante su icono que recoge su faz llena de esperanza. Lo miro a Él en lo hondo de
mi alma donde ha querido tantas veces hacer su morada. Y donde tantas veces ha
dejado impresa su imagen para siempre.
Lo miro en
sus palabras que recrean en mi imaginación lugares que he pisado y he vivido
como lugares santos. Allí donde Jesús habla otra vez ante mi vida y me dice, y
me pide, y me abraza.
Y soy yo el
que escucha sus palabras y contempla sus milagros. Y me conmuevo al ver a aquel
a quien tanto amo. ¿Quién es para mí Jesús sobre el polvo del camino? Sigo su
rastro y vivo de su amor. De su agua que sacia mi sed infinita. Él me
acompaña. Porque su alma da vida a mi alma. Y en su herida caben mis heridas.
Quiero seguir
sus pasos firmes. Acercarme por la espalda para tocar siquiera su manto
esperando algún milagro. Quiero llamarlo en la noche cuando la tormenta arrecia
en el lago lleno de miedos. Y hacerlo con una voz suave, como la misma brisa. Y
despertarlo cuando parece que las olas en mi vida son más poderosas y todo está
perdido.
Lo busco
oculto entre los hombres. Lo sigo. Pero no sé bien si siempre querré seguirlo a
Él negando mis propios deseos. Soy tan débil. No sé si seré capaz de ser fiel
siempre dejando a un lado mis proyectos. Renunciando a mí mismo por amor a Él.
Por el deseo pequeño y grande de pasar con Él la tarde entera. Recordando la
hora exacta de ese encuentro.
¿Puede haber
algo más grande que perder el tiempo a su lado? La tarde entera. Un día tras
otro sin un lugar donde reclinar la cabeza. Una vida sin pescas milagrosas, sin
curaciones, sin muchas palabras. En el silencio pálido de un atardecer sobre el
mar, en el que las olas se vistan de rojo y se calmen al caer la tarde. Y así,
algo callado, seguir sus pasos siempre, en esos momentos rutinarios, llenos de
tedio.
Por eso quiero repetir las palabras que un
día encendieron mi alma. Las palabras de fidelidad, de amor verdadero, que
despertaron mi corazón para siempre. Sí, quiero seguir sus pasos. Quiero seguirlo a Él.
Enamorado como lo estuve el primer día. Con ese mismo amor que nadie puede
quitarme. Porque Él lo puso en mi alma sin que yo me diera cuenta. Casi siendo
niño.
Quiero seguir
a Jesús vivo. A Jesús que me quiere como soy en mi indigencia. Y me ama hasta
lo más profundo de mi ser. Hoy lo vuelvo a decir ante su imagen viva. Quiero
ser fiel en ese seguimiento aunque seguirlo suponga negarme a mí mismo. Me
cuesta tanto negarme algo que deseo. Lo sé. Miro la vida y quiero vivir mil
vidas. Miro mi carne y la protejo del dolor.
Y Jesús me
pide dejar de lado mis caprichos y ambiciones. Cargar con esa cruz que es mi
vida tal como es hoy. Ni más ni menos. Tal como es, con su dolor y su polvo.
Con su pesar y sus sueños. Cargo mi vida llena de cruz y de anhelos. No la dejo
de lado. Tomo mi cruz llena de vida y esperanza.
Quiero
hacerlo todo nuevo en mi interior. Quiero mejor que lo haga Dios en mí, porque
es Él quien sabe hacerlo. Quiero seguirlo. Me lo repito a mí mismo para no
olvidarme nunca de mi más original deseo. Deseo estar con Él aunque ese deseo me
cueste la vida. Aunque me pese la carga que llevan mis hombros.
Es todo tan
fácil cuando no hay nada que se oponga a mí mismo. Nada que suponga renuncia y
entrega. Nada que traiga consigo dolor y sacrificio.
Pero cuando
tengo que negarme a mí mismo, sufrir y echar de menos, padecer por otros,
experimentar la ausencia de lo que amo, sufrir el desprecio y la deshonra.
Entonces, cuando la cruz pese, tal vez no sea tan sencillo decir que sí con el
corazón, con el alma, desde lo más hondo de mi ser. Cuando
tenga miedo es cuando podré ser valiente.
En esos
momentos en los que cargo mi vida sobre la espalda quiero repetir mi sí. Es lo
que quiero. Seguir sus pasos por las cumbres más altas, por las noches más
oscuras, bajo la cruz pesada de mi vida en ese momento. Es eso lo que de verdad
deseo, sin miedo a la noche. Por eso le sigo.
Dejo atrás
mis sueños humanos de gloria y éxito. Y aparto a un lado mis razonamientos tan
de hombre, tan poco divinos. En verdad pienso tantas veces como los hombres, y
no como Dios. Y me da miedo todo lo que veo. Pero yo
confío.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia